El otro señor López

El Universal, J. JAIME HERNÁNDEZ/ CORRESPONSAL, 30-06-2007

TIJUANA/LOS ÁNGELES.— Muy a su pesar, durante 30 años el ciudadano López —como ha pedido ser identificado—, ha sido un “espalda mojada”; una especie migratoria que ha vivido entrampada en ese infame círculo vicioso del subdesarrollo que va de sur a norte; un emisario de la necesidad y la miseria que cada año dirige sus pasos hacia Estados Unidos para ganarse la vida y desafiar ese abismo fronterizo de , rechazo, violencia e incomprensión.

“Si sólo tuviera la garantía de un permiso temporal para venir a trabajar cada año, no me seguiría arriesgando. Ojalá que (algún día) se apruebe una reforma migratoria que incluya suficientes permisos temporales porque yo ya estoy muy viejo para seguir cruzando esta frontera como mojado…”

“Y ojalá —añade—, en mi país hubiera más oportunidades y menos desigualdades. Porque si yo tuviera que culpar a alguien de mi situación como migrante, sería a Estados Unidos por ingratitud y por tratarnos como criminales. Pero, sobre todo, a mi país, donde los senadores y los diputados ganan mejor que los políticos del primer mundo y donde sólo unos pocos son los dueños del país…”

La historia del ciudadano López es tan vieja como la de Estados Unidos. Tan similar a la de poco más de 400 mil inmigrantes que cada año dan el salto con la esperanza de forjarse un mejor futuro en la Unión Americana.

A lo largo de 30 años, el ciudadano López ha sido un trashumante que ha dejado su rastro a través de la ruta costera que va desde Nayarit, su estado natal, hasta California. Un temporero que ha vivido hacia ambos lados de la frontera para contratarse en los campos de cosecha del tomate o de la uva en Stockton.

O en Los Ángeles, donde ha hecho de jardinero, taxista, lavaplatos, alfombrero y albañil.

“Trabajo durante seis meses, casi siempre de verano a invierno, y regreso para las Navidades con mi familia que nunca ha querido establecerse en Estados Unidos”, dice el ciudadano López, un hombre que, por primera vez en 30 años, abandonará sus planes de regreso a México.

Y es que, tras la derrota en el Congreso de EU de una iniciativa que buscaba regularizar la situación de millones de inmigrantes indocumentados que, como él, han vivido en el limbo y trabajado durante décadas desde las sombras, López se ha visto en la necesidad de recapacitar.

“Este año no regresaré. Cruzar es cada vez más difícil y peligroso. Por eso no pienso regresar. Me quedaré y quizá regresaré en unos 5 años. O antes si acaso se consigue una reforma migratoria que me permita tener una visa temporal para venir a trabajar, como siempre lo he hecho…”

La primera vez que cruzó la frontera, el ciudadano López tenía 18 años. Hoy, a los 48, es un superviviente y testigo de excepción de los cambios que ha vivido la frontera. Tras la Operación Guardián que Estados Unidos inauguró en octubre de 1994 —para tratar de cerrar el paso al narcotráfico y a la inmigración ilegal— y los atentados terroristas del 11 – S, el ciudadano López ha tenido que ajustar sus rutas y sus métodos de internamiento para evitar sumarse al negro inventario de más de 4 mil muertos y más de 16 mil lisiados que ha dejado tras de sí la militarización de la franja fronteriza.

“Cuando era joven, a los 18 años, cruzaba con coyotes. Pero después de ver morir a hombres y mujeres que eran robados, abusados y abandonados a su suerte, opté por viajar solo. Me han deportado varias veces y la Patrulla Fronteriza me ha golpeado e insultado. Me han prohibido regresar a Estados Unidos, pero la necesidad es la necesidad”, dice López al revelar que en su último cruce fronterizo se vio obligado a sepultarse a sí mismo durante varias horas para burlar a los agentes de la Patrulla Fronteriza.

En los 30 años que lleva trabajando en Estados Unidos, López nunca ha sabido lo que es tener entre las manos un cheque devuelto por el pago de impuestos. Jamás ha tenido un seguro médico y hoy, a punto de cumplir el medio siglo, no tiene un fondo de retiro.

“Le he dado a Estados Unidos gran parte de mi vida y a cambio no he recibido nada. Y hoy todavía tengo que emigrar porque no tengo un fondo para mi vejez. En Nayarit sólo puedo ganar 500 pesos a la semana, mientras que en Estados Unidos gano 500 dólares”, dice el ciudadano López un hombre que jamás ha cometido una infracción de tráfico, nunca se ha visto envuelto en riñas y nunca ha cometido un delito.

“Mi único delito es ser pobre y no tener papeles. Y por eso tengo que vivir como espalda mojada, escondiéndome para no ser descubierto y deportado”, expresa, para despotricar contra el país que, durante 30 años, le ha tratado como un paria y un esclavo.

TIJUANA/LOS ÁNGELES.— Muy a su pesar, durante 30 años el ciudadano López —como ha pedido ser identificado—, ha sido un “espalda mojada”; una especie migratoria que ha vivido entrampada en ese infame círculo vicioso del subdesarrollo que va de sur a norte; un emisario de la necesidad y la miseria que cada año dirige sus pasos hacia Estados Unidos para ganarse la vida y desafiar ese abismo fronterizo de , rechazo, violencia e incomprensión.

“Si sólo tuviera la garantía de un permiso temporal para venir a trabajar cada año, no me seguiría arriesgando. Ojalá que (algún día) se apruebe una reforma migratoria que incluya suficientes permisos temporales porque yo ya estoy muy viejo para seguir cruzando esta frontera como mojado…”

“Y ojalá —añade—, en mi país hubiera más oportunidades y menos desigualdades. Porque si yo tuviera que culpar a alguien de mi situación como migrante, sería a Estados Unidos por ingratitud y por tratarnos como criminales. Pero, sobre todo, a mi país, donde los senadores y los diputados ganan mejor que los políticos del primer mundo y donde sólo unos pocos son los dueños del país…”

La historia del ciudadano López es tan vieja como la de Estados Unidos. Tan similar a la de poco más de 400 mil inmigrantes que cada año dan el salto con la esperanza de forjarse un mejor futuro en la Unión Americana.

A lo largo de 30 años, el ciudadano López ha sido un trashumante que ha dejado su rastro a través de la ruta costera que va desde Nayarit, su estado natal, hasta California. Un temporero que ha vivido hacia ambos lados de la frontera para contratarse en los campos de cosecha del tomate o de la uva en Stockton.

O en Los Ángeles, donde ha hecho de jardinero, taxista, lavaplatos, alfombrero y albañil.

“Trabajo durante seis meses, casi siempre de verano a invierno, y regreso para las Navidades con mi familia que nunca ha querido establecerse en Estados Unidos”, dice el ciudadano López, un hombre que, por primera vez en 30 años, abandonará sus planes de regreso a México.

Y es que, tras la derrota en el Congreso de EU de una iniciativa que buscaba regularizar la situación de millones de inmigrantes indocumentados que, como él, han vivido en el limbo y trabajado durante décadas desde las sombras, López se ha visto en la necesidad de recapacitar.

“Este año no regresaré. Cruzar es cada vez más difícil y peligroso. Por eso no pienso regresar. Me quedaré y quizá regresaré en unos 5 años. O antes si acaso se consigue una reforma migratoria que me permita tener una visa temporal para venir a trabajar, como siempre lo he hecho…”

La primera vez que cruzó la frontera, el ciudadano López tenía 18 años. Hoy, a los 48, es un superviviente y testigo de excepción de los cambios que ha vivido la frontera. Tras la Operación Guardián que Estados Unidos inauguró en octubre de 1994 —para tratar de cerrar el paso al narcotráfico y a la inmigración ilegal— y los atentados terroristas del 11 – S, el ciudadano López ha tenido que ajustar sus rutas y sus métodos de internamiento para evitar sumarse al negro inventario de más de 4 mil muertos y más de 16 mil lisiados que ha dejado tras de sí la militarización de la franja fronteriza.

“Cuando era joven, a los 18 años, cruzaba con coyotes. Pero después de ver morir a hombres y mujeres que eran robados, abusados y abandonados a su suerte, opté por viajar solo. Me han deportado varias veces y la Patrulla Fronteriza me ha golpeado e insultado. Me han prohibido regresar a Estados Unidos, pero la necesidad es la necesidad”, dice López al revelar que en su último cruce fronterizo se vio obligado a sepultarse a sí mismo durante varias horas para burlar a los agentes de la Patrulla Fronteriza.

En los 30 años que lleva trabajando en Estados Unidos, López nunca ha sabido lo que es tener entre las manos un cheque devuelto por el pago de impuestos. Jamás ha tenido un seguro médico y hoy, a punto de cumplir el medio siglo, no tiene un fondo de retiro.

“Le he dado a Estados Unidos gran parte de mi vida y a cambio no he recibido nada. Y hoy todavía tengo que emigrar porque no tengo un fondo para mi vejez. En Nayarit sólo puedo ganar 500 pesos a la semana, mientras que en Estados Unidos gano 500 dólares”, dice el ciudadano López un hombre que jamás ha cometido una infracción de tráfico, nunca se ha visto envuelto en riñas y nunca ha cometido un delito.

“Mi único delito es ser pobre y no tener papeles. Y por eso tengo que vivir como espalda mojada, escondiéndome para no ser descubierto y deportado”, expresa, para despotricar contra el país que, durante 30 años, le ha tratado como un paria y un esclavo.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)