"¿Por qué no le ha pasado a otra?"
Cristina, una joven colombiana de 25 años, perdió la vida en la madrugada del domingo cuando fue degollada por un compatriota suyo en una discoteca de Bilbao. No se conocían de nada. Ella sólo estaba en mala hora en mal lugar.
Deia, , 26-06-2007cRISTINA Álvarez Sánchez se compró el sábado una camiseta roja a buen precio, sólo 10 euros, con la que pensaba vestirse para ir a ver un concierto de salsa. También tenía miradas las sandalias. Rojas, por supuesto. Se lo contó por teléfono a su prima Lilia en la tarde del sábado. Esa noche no tenía pensado salir, pero a última hora le llamó su amiga Cinthia y quedó con ella. Lilia fue la última persona de su familia con la que habló y Cinthia fue la última persona con la que estuvo viva. Se derrumbó entre sus brazos cuando destapó con la mano la herida mortal de necesidad que un joven le asestó en la garganta con un cuchillo. “No le conocía de nada, pero ella estaba entre la barra del bar y un murete, y no pudo escapar”, relató ayer su hermana Carolina antes de subir al tanatorio para dar comienzo al velatorio.
También fue Cinthia quien cogió el móvil de Cristina, que el 6 de junio había cumplido 25 años, para llamar a Carolina. Cuando ella descolgó a las 4.10 de la madrugada leyó en la pantalla el nombre de su hermana y le dijo¨:
-“¿Qué pasa Cris?”
-“No, soy Cinthia. Te tengo que decir algo, Carol, pero no te preocupes, cálmate…”
Carolina, medio dormida, empezó a ponerse nerviosa.
-“Mira, es que ha habido una pelea con muchos heridos, y tu hermana ya no está con nosotros”.
-“¿Cómo?”, le respondí.
-“No está con nosotros, la han matado”, me dijo ella.
“No me lo podía creer, me puse como loca, no podía llamar a mi madre y decirle eso. Me presenté al hospital preguntando por una chica herida, fíjate. Allí me miraron diciendo, ¿y ésta? Alguien tuvo que explicarme que tenía que ir a la discoteca Fania, que su cuerpo estaba allí”, recuerda Carolina.
Por el camino, acompañada por su marido y su tío, se aferró a “cualquier esperanza”. “Alguien me dijo que le habían dado con una silla. Entonces me volvió el alma al cuerpo. ¡Está viva! Pero se me escapó al llegar a la discoteca”. Un fuerte cordón policial custodiaba este establecimiento frecuentado por latinos. El cadáver de Cristina seguía dentro a la espera de que la autoridad judicial ordenara el levantamiento.
A las nueve de la mañana reunieron las fuerzas suficientes para ir a casa de la madre y explicarle lo sucedido. En la tarde de ayer, Mercedes deambulaba por el pasillo, con varios calmantes en el cuerpo para poder sobrellevar el dolor. “No saben cómo me han destrozado la vida. La soledad… ¿Por qué no le ha pasado a otra persona? Mi hija…”, balbuceó entre sollozos. No pudo explicar más.
Cristina era una chica “sana y sin problemas”, explicó su prima Lilia, “que de vez en cuando se quería divertir como cualquiera de su edad”. Para su hermana era “muy responsable y ordenada en sus cosas”. Para su madre era, simplemente, “muy buena hija”.
“Estaba en mal lugar en mal momento. El agresor iba como una furia, esperamos que en el juicio no le den el certificado de loco. Que le apliquen la pena máxima y cumpla todos los años”, solicitó la familia.
La encargada del restaurante de la calle Iparraguirre donde trabajaba Cristina a media jornada la recordó como “muy buena trabajadora y siempre dispuesta a dar lo mejor”. Cuando el turno les coincidía, la acercaba a casa en moto.
Ahora la familia hace todo lo posible para tramitar con celeridad el visado que necesita el padre de Cristina para volar hasta Bilbao para “darle el último adiós a su hija”, indica la tía de la joven asesinada. No se veían desde hacía años.
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