Sarkozy y el miedo a los extranjeros
El fantasma del albañil polaco, una mano de obra barata que está invadiendo el sector servicio y leyes más estrictas para recibir a inmigrantes rigen en Francia
El Universal, , 24-06-2007BERLÍN. – ¿Cuándo nació el miedo de los franceses a la inmigración, y que fue capitalizado políticamente por el actual presidente de la nación, Nicolas Sarkozy, antes, durante y después de las elecciones? ¿Fue el discurso de Jean – Marie Le Pen, el más xenófobo de los políticos franceses? ¿O fue la furiosa revuelta que vivieron decenas de ciudades francesas en el otoño de 2005, cuando miles de jóvenes, hijos de inmigrantes, convirtieron las calles del país en verdaderos campos de batalla?
Hay muchas fechas que pueden marcar un antes y un después, pero es posible que el 29 de mayo de 2005, pase a la historia de Francia como el día en que la nación, utilizando el mecanismo de un referéndum, dijo “no” a la inmigración. Ese día, Francia provocó un terremoto político en toda Europa, cuando rechazó con una sólida mayoría, el famoso Tratado Constitucional, un ambicioso documento que debía dotar a la Unión Europea de un marco constitucional adecuado a los desafíos que tiene el continente.
Aunque el tratado no mencionaba el problema de la inmigración, los institutos demoscópicos rápidamente elaboraron un incómodo catálogo de explicaciones para descubrir las razones que movieron a los franceses a votar en contra de la Carta Magna.
Los análisis mostraron que la gran mayoría de los franceses sentía (siente) desconfianza por las políticas diseñadas en Bruselas, que nunca quiso tomar en cuenta el sentimiento popular ante las amenazas que acechan a la Grand Nation: el fantasma del albañil polaco, una mano de obra barata que está invadiendo el sector servicio en Francia, el resentimiento contra la inmigración africana y musulmana, y el profundo rechazo al ingreso de Turquía a la UE.
Cinco meses después del gran terremoto francés, cuyas repercusiones aún siguen sintiéndose en el resto de Europa, un accidente en el cual murieron dos jóvenes que escapaban de la policía, sembró una nueva semilla que terminó cultivando, curiosamente, Nicolas Sarkozy y no el famoso Jean – Marie Le Pen y que, al mismo tiempo, dejó al desnudo un problema que había sido denunciado por Jacques Chirac una década atrás.
Cuando Chirac luchaba por llegar al Elíseo, en un lejano 1995, tuvo una visión que le ayudó a convertirse en presidente y que se transformó, una década más tarde, en una peligrosa realidad que estremeció los cimientos de la nación y arruinó la reputación de la élite política y la del propio mandatario galo.
“Los jóvenes terminarán rebelándose si el futuro sólo les depara desempleo”, advirtió el candidato Chirac, después de constatar la miseria laboral que reinaba en los grandes barrios populares habitados por inmigrantes y prometer que “la prioridad de las prioridades” de su gobierno sería crear trabajos para los desempleados.
Como suele ocurrir en política, Chirac nunca cumplió con la promesa electoral, y el precio lo pagó en octubre de 2005, cuando estalló la primera intifada en el corazón de la gran nación. La furia que nació en el banlieue de París, en protesta por el fallecimiento de dos jóvenes que murieron electrocutados y que, a lo largo de dos semanas, se expandió a casi todo el país, estremeció a Francia y consternó al resto del continente.
La intifada francesa dejó al desnudo un problema continental. Las grandes ciudades europeas están rodeadas de guetos donde viven los hijos de los inmigrantes, jóvenes discriminados a causa de su procedencia. El desempleo masivo afecta a los hijos y nietos de los expatriados.
En medio de la violencia, el entonces ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, se atrevió a calificar a los jóvenes que incendiaban coches y levantaban barricadas en las calles como “escoria” y prometió barrerlos de las calles con mangueras de agua de alta presión. Le Pen, por su parte, recordó que la ola violenta en su país había confirmado sus denuncias del pasado, cuando dijo que la inmigración masiva podía tener consecuencias desastrosas. “Me acusaron de extremista, los hechos me dieron la razón”, dijo el político. Cuando la normalidad regresó al banlieue, Sarkozy, él mismo hijo de un inmigrante húngaro, que ya masticaba en silencio su deseo de convertirse en candidato a la Presidencia, sugirió en voz alta que la gente que no amaba a Francia debía abandonar el país. En mayo de 2006 logró hacer aprobar su primera ley de inmigración que permitió a las autoridades seleccionar, según su formación profesional, a los extranjeros que desearan vivir en el país.
Es posible que no haya sido una casualidad que el primer proyecto de ley presentado por el ahora flamante presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, fuera una medida que endurece la política de inmigración en el país y que será, posiblemente, el primer proyecto que estudie y apruebe la Asamblea Nacional, durante el periodo extraordinario de sesiones.
El proyecto de ley exigirá a los extranjeros, en el caso de reagrupamiento familiar, realizar un curso en su país de origen para aprender francés y conocer los “valores de la República”. La futura ley elevará también el nivel de ingresos exigido por las autoridades galas para poder reclamar el reagrupamiento familiar. La importancia de la ley se mide por los permisos de residencia otorgados en 2006: de los 165 mil permisos concedidos, 92 mil correspondían al reagrupamiento familiar y sólo 11 mil fueron concedidos por razones económicas.
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