¡Que nadie salga!
El Periodico, , 24-06-2007La figura del refugiado emerge entre la muchedumbre en campos donde se acumulan multitud de tiendas de campaña. Ruanda patentó el modelo. Frente al sufrimiento que supuso aquel genocidio, los campos de refugiados se dibujan como inmensas extensiones de lona y plástico en descampados enormes. Pero esta imagen ya pertenece al pasado. Como cada año, hemos celebrado esta semana el Día Internacional del Refugiado. La cifra asoma de nuevo en los medios: ahora son 10 millones. Y, como cada año, durante un día, recuperan el protagonismo olvidado. Me llaman de una radio para conocer la vida y el sufrimiento cotidiano en los campos. Aunque sorprenda respondo que ya casi no quedan campos y cada vez menos refugiados. Al final de la guerra fría, estaban de moda. La mayoría huían del terror totalitario de regímenes comunistas, y como eran la mejor herramienta de propaganda occidental, los campos proliferaban por todas partes, de Asia a Latinoamérica. Enormes extensiones convertidas en ciudades ocasionales, donde se reproducía el ciclo de vida social y económica de sus lugares de origen. Los campos cumplían una doble función: proteger al que huía del terror y aliviar nuestras conciencias.
Ahora todo ha cambiado. Ser refugiado en el siglo XXI es una lacra, un estigma. Se les rechaza por todo tipo de motivos. Porque son sucios y traen enfermedades, porque su presencia obliga a incrementar la seguridad, los medios policiales y el gasto. Hace tiempo que hemos dejado de contemplar al refugiado como alguien con una historia sobrecargada de catástrofes, sin las cuales su destino sería completamente incomprensible. El mito se desvanece. Con el tiempo van desapareciendo los santuarios de protección que les dieron cobijo. Ahora, cada vez que estalla un conflicto, la principal preocupación es contener sus consecuencias en el interior de las fronteras, incluidos quienes intentan huir. ¿Qué espacio de protección pueden ofrecer los campos, si la gente ni siquiera puede alejarse del lugar del peligro? Sudán, Corea, Chechenia, Colombia, lugares donde el mapa del sufrimiento humano apunta desplazamientos masivos permanecen en el olvido, precisamente porque están cerrados. Para que nadie salga.
Salir
A pesar de todo, este año, el número de refugiados ha crecido por primera vez en una década. Parece un contrasentido, pero no es así. Los refugiados siempre han sido un síntoma que delata los males de una época. Por eso ahora la cifra aumenta, porque solo en el último año más de un millón de iraquís han abandonado sus hogares para instalarse en Siria y Jordania ¡Un millón!
Con la que está cayendo, no resulta extraño. Lo angustioso es comprobar la relación tan directa entre las intervenciones occidentales, de las guerras que pretenden erradicar el terror, y sus consecuencias sobre la población civil. Porque fuera del caos de Oriente Próximo, y especialmente en África, el número de conflictos y personas desarraigadas se reduce. Afganistán e Irak, en cambio, ocupan ahora los primeros lugares en el ranking de países cuya gente huye por temor. Cuatro millones, casi la mitad de la cifra total de refugiados del mundo, huyen de uno de estos dos conflictos. ¿Cuántos más tendrán que hacerlo? Frente a quienes todavía defienden la intervención, ¿no es suficiente argumento para empezar a pensar en salir?
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