ECONOMÍA
Sin papeles y sin derechos
Los inmigrantes ilegales integran el último eslabón de la precariedad laboral al trabajar en condiciones leoninas y con la única garantía de un acuerdo verbal. Tres de ellos relatan su experiencia en Euskadi
El Correo, , 24-06-2007Están a miles de kilómetros de su país. Y, en muchos casos, de sus hijos y familiares más cercanos. Llegaron al primer mundo acuciados por la necesidad de dinero, de más dinero, para mantener a los suyos. Y sin papeles. Con el temor en el cuerpo a caer en manos de la Policía y ser devueltos a su lugar de origen. Si tenían alguna duda, ya han podido comprobar que El Dorado no existe. Sí empresarios sin escrúpulos que se aprovechan de sus miedos para forzarles a trabajar más horas que los autóctonos, en tareas que éstos repudian, por menos dinero que ellos y sin respetar los acuerdos – siempre verbales – sobre sus condiciones. Y, cada día, con la espada de Damocles de quedarse sin ocupación – y, por tanto, sin recursos para mantener a los suyos desde la distancia – si osan rechistar.
Casi 800.000 inmigrantes ilegales trabajan en España. La cifra se disparó un 56% el pasado año y recuperó el nivel previo a la masiva regularización aprobada por el Gobierno. En Euskadi rondaban los 12.300 a finales del último ejercicio. Tres de ellos relatan sus experiencias.
ROSARIO
Ingeniera de sistemas. Nicaragüense. 31 años. Dos hijos. Trabaja en el servicio doméstico
«Se aprovechan de nuestro miedo a ser expulsados para explotarnos»
Rosario es madre soltera. Tiene 31 años, una hija de 10 y un niño de 3. El pasado diciembre se licenció como ingeniera de sistemas en su Nicaragua natal. Mientras cursaba sus estudios, trabajaba en un comercio que vendía ropa, perfumes y pescado que ella misma se encargaba de capturar. Doce horas diarias, sin descanso, de lunes a domingo. «Mucho esfuerzo a cambio de un salario que sólo nos permitía sobrevivir». En marzo decidió dejarlo todo, ‘saltó el charco’ y llegó a Bilbao, cansada de la «crítica» situación de su país. Sin papeles. Por eso prefiere ocultar su verdadera identidad bajo un nombre falso.
La primera odisea fue pagarse el desplazamiento. Tuvo que recurrir a prestamistas particulares para conseguir 2.300 dólares – unos 1.700 euros – a un «altísimo» tipo de interés, que tardará «media vida» en devolver. Emigrar no le costó demasiado. «Lo más duro fue dejar a mis hijos con la abuela; sobre todo, cuando sabes que es muy probable que no les vuelvas a ver en tres años», confiesa.
Rosario llegó a la capital vizcaína con un permiso de turista de tres meses. En apenas unos días comenzó a trabajar como empleada de hogar. Su ‘patrona’ estaba dispuesta a hacerle un contrato laboral, pero la Ley de Extranjería no lo permite dada su situación de ilegalidad. Ahora simultanea trabajos en cuatro viviendas, a las que dedica unas 40 horas semanales de lunes a viernes. Su sueldo roza los 1.000 euros al mes. Además, está buscando una quinta ocupación como cuidadora de enfermos para los fines de semana. Paga 150 euros por el alquiler de una habitación compartida y guarda una mínima cantidad para sus gastos. «Todo lo demás – cerca de 700 euros – lo envío a mi país para cancelar las deudas y ayudar a mi familia», explica.
Se considera una afortunada por la «buena acogida» que ha tenido en el País Vasco, y por haber recibido «mucho asesoramiento» y «un gran respaldo» de UGT, el sindicato al que se afilió al poco tiempo de llegar. No obstante, también ha pasado por malas experiencias. «En una ocasión, se negaron a pagarme después de hacer mi trabajo durante 15 días», explica. Además, asegura conocer «muchos casos de compañeras latinoamericanas que han sufrido el ascoso sexual de sus jefes en las casas donde trabajaban» como empleadas del hogar. Ella misma ha experimentado cómo, tras poner un anuncio en el que demandaba trabajo en el servicio doméstico, recibía «ofertas poco decorosas» en las que le insinuaban «si estaba dispuesta a trabajar como prostituta». «Muchos hombres españoles suponen que una mujer latinoamericana es una mera mercancía que puede ser comprada», denuncia Rosario.
A todo ello – subraya – hay que añadir «la desventaja de partir de una situación de desigualdad»: «se aprovechan de nuestro miedo a ser expulsados para explotarnos, ya que los inmigrantes sin papeles trabajamos en base a acuerdos verbales y no podemos reclamar nada».
ABDELAH
Estudios de Bachillerato. Marroquí. 43 años. Tras pasar por varios empleos, trabaja como pintor por su cuenta
«Me han pagado menos que a los españoles por hacer la misma labor»
Abdelah tiene 43 años y es natural de Casablanca (Marruecos), donde completó el bachillerato y cursó un año de Física y Química. Habla con fluidez árabe, francés y castellano, y se defiende con el italiano.
Llegó al País Vasco hace cinco años porque tenía «ganas de cambiar y dejar atrás la situación económica y política» de su país. Reside en Bilbao «porque hay más oportunidades de trabajo», pero reconoce que se ha sentido «mejor acogido» en localidades más pequeñas, «en las que toda la gente nos conoce y sabe que no somos ni terroristas ni ladrones».
En este tiempo, ha hecho de casi todo: ha estado empleado en la construcción, en un taller de montaje y, en los últimos cuatro años, se ha dedicado casi en exclusiva a la pintura. Pese a no haber dejado de trabajar, sigue sin tener sus papeles en regla. «Hace un par de años estuve a punto de ser regularizado, pero al final me lo denegaron porque la empresa que me iba a contratar no estaba al día con Hacienda», se lamenta.
Ahora trabaja como pintor por su cuenta. Calcula que «en un buen mes» puede ganar «hasta 1.000 euros» por 45 horas semanales, pero también puede pasarse un tiempo «sin coger la brocha» si no consigue algún encargo. Su sueldo lo destina a costearse el alquiler de una habitación con derecho a baño y cocina, por la que paga 250 euros, gastos incluidos. Procura ahorrar la mayor parte del dinero restante.
Abdelah hace un balance positivo de su aventura migratoria, pero no olvida experiencias negativas en las que se ha llegado a sentir «discriminado y explotado» cuando estaba empleado por cuenta ajena. «Varias veces me han pagado menos que a los trabajadores españoles por hacer la misma labor. También me han mandado realizar las tareas más duras; por ejemplo, estar varias horas subiendo sacos de cemento a pleno sol». Además, en «más de una ocasión» le han pagado «sólo una cuarta parte» de la cantidad apalabrada con el patrón después de duras jornadas laborales de más de diez horas tras las que «casi no podía tenerme en pie». Carne de cañón, barata y sin apenas capacidad de presión, ni de protesta, por su situación de ilegalidad.
Además, ha sufrido la discriminación racial en primera persona: fue expulsado de un comercio con la única justificación de que su responsable «no quería saber nada de moros». «Desde entonces – explica – , siempre que estoy en algún lugar en el que hay mucha gente procuro llevar las manos metidas en mis bolsillos porque, si a alguien le roban la cartera, ya sé que yo voy a ser el primer sospechoso por ser marroquí».
Abdelah cree que la inmigración irregular es «como entrar en una cárcel abierta» ya que, «aunque estás libre, siempre notas que te falta algo porque desconfían de ti». Pese a todo, tiene claro que no puede dar marcha atrás: «con o sin papeles, seguiré trabajando aquí el resto de mi vida», concluye.
DANIEL
Diplomado en Administración de Empresas. Venezolano. 40 años. Cuida personas mayores y, además, trabaja como camarero
«Para trabajar tenemos que correr riesgos»
Daniel – es un nombre ficticio, prefiere preservar su auténtica identidad – es un venezolano de 40 años que reside de manera irregular en Bilbao desde diciembre de 2005. En esa fecha, este diplomado en Administración de Empresas se vio forzado a dejar a su esposa y a sus dos hijos – una chica de 20 años y un niño de 11 – en su Caracas natal. Pese a haber meditado su decisión durante mucho tiempo, «comenzar desde cero nunca es fácil», confiesa.
La empresa en la que trabajaba en su país había cerrado y con el dinero de la indemnización había tratado de salir adelante constituyendo tres negocios consecutivos junto a su hermano, pero «las sucesivas crisis económicas» dieron al traste con sus proyectos «uno tras otro». Con la intención de ganar dinero para enviarlo a Venezuela y reactivar el último de ellos – un locutorio, que aún sigue funcionando – optó por probar fortuna en la capital vizcaína, un destino que le recomendó un compatriota ya instalado en la ciudad.
Nada más llegar, logró empadronarse en casa de ese amigo y un empleo como cuidador de personas mayores de lunes a viernes y otro como camarero de fines de semana. Además, realiza trabajos esporádicos como peón de albañil en sus horas libres. «Nunca he firmado un documento, siempre he llegado a acuerdos de palabra con la persona que me contrata y me pagan en metálico», matiza.
Hace tan sólo un par de meses, Daniel se encontró, por primera vez, con un incumplimiento de las condiciones pactadas con su patrón. «Trabajé 28 horas, repartidas en dos semanas, pintando las puertas del ascensor de un edificio», relata. «Se suponía que iba a cobrar siete euros por hora, pero una vez finalizada la obra me dicen que sólo me va a pagar 150 euros en total». «Lo peor de todo esto – prosigue – es que aún no he cobrado nada, que no tengo manera de reclamar y es muy probable que me quede sin mi dinero».
Actualmente tiene unos ingresos fijos de 400 euros al mes, cantidad que recibe por cuidar de una anciana quince horas semanales. Sólo el alquiler de la vivienda que comparte con otras dos personas le supone ya más de la mitad de esa cantidad, por lo que se ve obligado a aceptar casi cualquier oferta laboral que llega a sus oídos.
«A los inmigrantes ilegales no nos queda otra opción que correr riesgos si queremos trabajar», explica Daniel, quien lamenta que se sienten «indefensos» en «demasiadas ocasiones». Además, se queja de «lo complicados que resultan los trámites burocráticos» y no comprende que existan «tantos obstáculos cuando lo único que queremos es trabajar de manera legal».
De momento, reconoce que no se están cubriendo las expectativas que tenía al llegar al País Vasco, pero no va a renunciar a su sueño. «Mi deseo es sumar tres años empadronado en Bilbao, conseguir un contrato estable, regularizar mi situación y que mi familia se pueda reunir aquí conmigo lo antes posible». A ello, debe sumar una motivación ‘extra’: conocer a su nieto de siete meses de edad, al que hasta la fecha tan sólo ha podido ver en fotografías.
(Puede haber caducado)