FAMILIA / FANATISMO MUSULMAN EN ESPAÑA

PERSEGUIDA POR AMAR A UN «INFIEL»

El Mundo, MANUEL DARRIBA, 24-06-2007

FUE GOLPEADA y rasurada por su padre. Quisieron mandarla a Irak a casarla con un primo… Ghufrán decidió huir de La Rioja para continuar con su novio español Julieta se llama en realidad Ghufrán. Es una iraquí de piel morena que sueña con ser peluquera. Romeo es Luis, un albañil riojano; en la familia le dicen Torete. Cuando se conocieron, en las Navidades de 2004, él le regaló un yogur y le enseñó a comerlo sin cuchara, agujereando el vaso por debajo.


Ella tenía 16 y desde entonces no se han separado. Ni siquiera ha podido separarlos la ira del padre de Ghufrán, un veterano de la Primera Guerra del Golfo que trabaja en la automoción en Logroño y para quien lo primero, dice su hija, «es la religión». A Ghufrán la ha borrado de su mente: simplemente, ya no existe para él.


La chica sabía que sus padres, que entonces vivían en un pueblecito cercano a la capital riojana, no aceptarían a su novio. Se enteraron un mes después y lo llamaron a casa. El chaval no se arrugó y fue. Le dijeron que no podía salir con una chica musulmana. Ghufrán lo cuenta ahora en la ciudad gallega adonde huyó con su enamorado. «Mi padre me pegó hasta dejarme un ojo morado y me rapó el pelo por delante. Mi madre me gritó que soy una puta. Que soy mierda de perro. Pensé que no volvería a ver a Luis».


La pusieron bajo la custodia de su hermana Nur, un año mayor. Se mudaron del pueblo a Logroño. Pero Luis no la olvidaba. Ghufrán lee un fragmento de la carta que le escribió entonces: «Odio una religión tan dura y tan cruel como la musulmana. Tus padres no piensan en la felicidad para ellos y su familia. Piensan en un Dios que no conocerán, porque no existe. Si existiera, no permitiría esto».


«Varios familiares de Luis fueron a hablar con mis padres», recuerda la chica, mayor de edad desde hace unos pocos meses. «Mi padre les dijo que iba a mandarme a Irak para casarme con un primo de 25 años. Yo lo recuerdo de cuando iba a su casa de pequeña, él era un hombre ya. Mi madre quería que volviera a Irak porque le daba vergüenza».


«Vamos a fugarnos», le dijo un día Ghufrán a su novio cuando acudía a verla al recreo del instituto. Él cambió de coche para burlar a la Policía, recogieron cuatro cosas y pusieron rumbo a Valencia. Durante tres semanas durmieron en un coche. No encontraban piso ni trabajo, así que se marcharon a Galicia, donde Luis tiene un primo. La familia de Ghufrán denunció al joven por secuestro de una menor. «Me llamaron la Policía y un juez y les expliqué todo por teléfono: que mis padres me maltrataban y que yo quería estar con Luis. Lo entendieron. No volvieron a llamarme», asegura.


En Galicia han tenido algo de suerte. Luis trabaja de albañil y viven en un piso modesto, sin apenas muebles y en compañía de una perra. Ghufrán no habla con sus padres desde el año pasado. «Me llamaron varias veces para convencerme de que volviera. Luego mi hermana tuvo leucemia y me pidieron que me hiciera análisis para ver si mi médula era compatible para un trasplante. Pero resultó ser más compatible la de mi padre e hicieron el trasplante con él». Llegaron a decirle que aceptarían a Luis si se casaban, pero ella se negó. «Ahora mi padre ha renegado de mí, para él es como si ya no fuera su hija. Es muy fuerte, ¿no?».


Escapar no es algo nuevo en la vida de Ghufrán. Lo hizo en el 2002, salió con su madre y sus hermanas de un país a punto de estallar. Hoy ve con horror las masacres diarias en las calles de Bagdad. La Segunda Guerra del Golfo la sigue por televisión. De la primera no recuerda nada; su madre le contaría más tarde que las escondía debajo de la escalera cuando bombardeaban los americanos. Sus vivencias de la escuela la empezaron a poner en contacto con la intolerancia del islam: «Una vez me castigó un profesor por cogerle la mano a un niño de clase. Y otra vez por llevar un vestido algo abierto y con camiseta por debajo».


En Bagdad, en el barrio de Dora, Ghufrán tenía que salir con vestido largo a la calle. Dice que aquello le parecía normal entonces. Al llegar a España dejó de parecérselo. Pronto empezó a vestirse como las demás chicas de clase. A peinarse de forma coqueta. Sus padres pasaban por ello; pero lo de Luis fue demasiado.


Tras la huida de Ghufrán, el padre perdió el control y dirigió su ira a la familia de Luis. La hermana del joven, Marimar, de 26 años, asegura que «me llamaba hasta 15 veces al día». «Llegó a decirme que mi hermano se había llevado a su hija y que él se iba a llevar a un hijo mío. Yo tengo dos niños de 7 y 3 años y tuve mucho miedo por ellos. Dormía con un cuchillo a mano e incluso lo llevaba en el bolso cuando salía». Finalmente, Marimar fue a la Guardia Civil. «Me dijeron que si le denunciaba lo detendrían, pero tendrían que soltarlo al día siguiente y sería peor».


Marimar es la más unida a Luis en su numerosa familia (ocho hermanos). Ella supo que iban a huir y le animó a hacerlo. Se acordó de cuando ella pasó por lo mismo: escaparse de casa para casarse con un primo. «Y mis padres acabaron por aceptarlo».


COMO UNA HERMANA


En todo este tiempo, Marimar y su marido han ayudado económicamente a Ghufrán y Luis. «A Ghufrán la quiero como una hermana, comparto mis secretos con ella. Escríbelo, que le hará ilusión. Las Navidades pasadas vinieron a casa y nos lo pasamos muy bien».


Por esa misma época, la joven riojana dejó de recibir llamadas del padre de aquélla a la que ya trata como «cuñada».


Quien sí sabe de él es el trabajador social de Agoncillo, Basilio González. Conoce al progenitor de Ghufrán desde que llegó a este pequeño pueblo de La Rioja, hace cinco años. «Le ayudé con los papeles y luego con la reagrupación familiar. Para mí esa familia siempre ha sido buena gente. Pero con las familias musulmanas – hay muchas en Agoncillo y Murillo, donde yo soy trabajador social – me suele pasar que son muy cerradas. No consigo entrar en sus principios éticos y morales. En las últimas entrevistas que he tenido con el padre de Ghufrán me ha contado que la da por muerta».


El jueves pasado, Basilio había quedado con el iraquí para resolver el problema más grave que ahora tiene Ghufrán: desde hace meses es una sin papeles. Han caducado su permiso de residencia y su DNI español. Para regularizarse necesita el DNI iraquí y el pasaporte, y ambos los tiene el padre. «Se los he pedido en reiteradas ocasiones y me los ha negado, incluso me ha mentido, me ha dicho que se los llevó ella», explica el trabajador social.


Esta vez tampoco pudo conseguir nada: el hombre acababa de marcharse al hospital cántabro de Valdecilla con su hija Nur. La medicación que la chica toma a raíz del trasplante de médula le ha causado una infección bucal.


El padre de Ghufrán, Omar, accedió a hablar con Crónica por teléfono. «Ghufrán estaba en el colegio cuando empezó con Luis y yo le dije que tenía que mirar su futuro. A mí no me gustaba que él fuera a casa con ella cuando no había nadie. A los españoles tampoco les gusta eso, ¿no? Libertad sí, pero no libertinaje».


Para Omar, Ghufrán «está sucia ahora». «Pero sigue siendo mi hija», asegura. «Lleva mi nombre. Se llama Ghufrán Omar, no Ghufrán Luis». Sobre la documentación dice que «si la quiere tiene que venir a pedírmela a mí, si es que tiene respeto de su familia».


Según el trabajador social, en toda esta historia hay algo más que rechazo cultural. «También rechazaban al chico porque ella era muy joven y porque él es de una familia que en el pueblo es vista como marginal. La prueba es que la hija mayor tiene un novio español. Yo les veo juntos por ahí, y sé que él va a casa de ella».


De las tres hermanas – la más pequeña, de sólo 11 años – , Ghufrán ha sido la Cenicienta, la que ha sufrido en su familia la versión más intolerante del islam. «Mi madre me maltrataba desde pequeña, me mordía hasta hacerme sangre. A mis otras hermanas no las trataba así. A mi padre le he querido, pero a mi madre nunca, se comportaba como un monstruo», cuenta.


A cientos de kilómetros de unos padres «de los que ya no quiero saber nada», Ghufrán se esfuerza por que el amor no salte por la ventana cuando la pobreza entra por la puerta. Ella es una indocumentada que no puede trabajar y viven con los 900 euros que gana Luis. «Me pasé un año metida en casa, engordé doce kilos y me deprimí».


Hace unos meses empezó a conocer a gente cercana a su edad. Sus risas resuenan en la habitación de al lado. «Yo creo en Dios. Sé que lo que hago está mal según mi religión, pero lo primero es Luis. Soy feliz por estar con él, pero hay muchos problemas, muchos».


SEGUNDA GENERACION


Para Endeye Andújar, vicepresidenta de la Junta Islámica de Cataluña, historias como la de Ghufrán son novedosas en España, donde los musulmanes son 1,1 millones pero la segunda generación está empezando a surgir. «Espero equivocarme, pero pueden ir en aumento. Es un mecanismo de autodefensa de las primeras generaciones, para quienes la forma de conservar su cultura y resistir la asimilación es a través de los hijos». La Junta Islámica catalana, que organizó dos congresos internacionales de feminismo islámico (el último en 2006), espera tener a punto este año el Observatorio Islam y Género. «Queremos promover la igualdad de sexos sin renegar de la fe islámica», dice Endeya, 34 años y conversa al islam desde los 26. El Observatorio tendrá vocación internacional y servicios de asesoría jurídica a las mujeres.

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