El reto de la inmigración

Cortar el paso a la xenofobia

La Vanguardia, , 20-06-2007

MIGUEL PAJARES

MIGUEL PAJARES, miembro del Grecs, Universitat de Barcelona

SIN LA INMIGRACIÓN que hemos recibido, de ninguna manera hubiésemos podido mantener el ritmo de crecimiento económico
Días atrás la Fundació Viure i Conviure hacía pública una encuesta que decía, entre otras cosas, que el 46% de los catalanes considera que la inmigración recibida en los últimos años ha tenido un efecto negativo para la sociedad. El dato es muy preocupante, pero resulta poco sorprendente para quien conozca el clima de opinión que se está instalando en muchos barrios de nuestras ciudades, y el conjunto de rumores y bulos que circulan sobre los inmigrantes, sobre lo que se les da, sobre los daños que hacen a la convivencia, a la seguridad, al mercado laboral, etcétera.

Con ello cabe relacionar los resultados que obtuvo un partido xenófobo como Plataforma per Catalunya en las pasadas elecciones municipales, que sumó 17 concejales en distintos municipios de la Catalunya interior. Algo que nos advierte de que también aquí puede estar abriéndose paso lo que Michel Wieviorka denomina el racismo político (el racismo con representación política), tan presente en otros países europeos.

Estos hechos nos emplazan a una reflexión sobre cómo nos estamos explicando el fenómeno de la inmigración. Los distintos mensajes que constantemente se están emitiendo desde las diversas instancias políticas y medios de comunicación han acabado conformando un cuerpo central de ideas dominantes sobre este hecho, de las que cabe resaltar dos. La primera es la que presenta la inmigración como una amenaza para nuestra sociedad; idea que se ve reforzada cada vez que se dice o se insinúa que los ejes centrales de la política de inmigración están en el refuerzo de las fronteras, el incremento de los controles, la eficacia de las expulsiones, etcétera, o cada vez que de una u otra forma se relaciona la inmigración con el terrorismo o la delincuencia.

La segunda, y sin duda la mejor intencionada, es la que habla de la inmigración desde la perspectiva de la solidaridad o de la caridad: “Los inmigrantes vienen a nuestro país porque en el suyo no pueden vivir”; “aquí les acogemos y les damos una nueva oportunidad de futuro”, etcétera. Estos mensajes dibujan un panorama según el cual al acoger inmigrantes estamos, fundamentalmente, haciéndoles un favor, dándoles algo de lo nuestro, mostrando nuestro lado más solidario. Y, aunque tales mensajes son más positivos que los mencionados en el párrafo anterior, lo cierto es que también ayudan a distorsionar la realidad.

La realidad es que la inmigración que hemos recibido, la cantidad en la que la hemos recibido y el momento en el que la hemos recibido es algo que viene determinado por nuestra sociedad, nuestra dinámica demográfica, nuestro ritmo de crecimiento económico y nuestra estructura productiva (en la que quienes están tirando del crecimiento son sectores que requieren mano de obra de forma intensiva). Son las necesidades de nuestro mercado laboral las que explican, en términos generales, la dinámica inmigratoria en la que estamos inmersos. Es cierto que los inmigrantes salen de su país por causas intrínsecas a ese país, pero si queremos saber por qué vienen al nuestro sólo lo averiguaremos mirándonos a nosotros mismos. Sin la inmigración que hemos recibido en los últimos años, de ninguna manera hubiésemos podido mantener el ritmo de crecimiento económico que hemos tenido. Este ritmo de crecimiento ha supuesto que hayamos pasado de 13 millones de ocupados que teníamos a finales 1996 a 20 millones a finales del 2006, con un descenso de la tasa de desempleo a lo largo de esa última década del 22% al 8%, y con un incremento de la tasa de ocupación femenina del 27% al 43% (todo ello según la Encuesta de Población Activa). Al mismo tiempo que se ha incrementado fuertemente la ocupación de mano de obra nativa, se ha incrementado también la de mano de obra inmigrada, y los análisis de mercado laboral que se vienen realizando indican que ambos fenómenos han sido complementarios: el empleo de los nativos se ha visto facilitado en la medida en que la inmigración ha venido a resolver determinados desajustes del mercado laboral. La inmigración que hemos recibido era necesaria y ha constituido un fenómeno globalmente beneficioso.

Evidentemente, en una dinámica de flujos intensos de inmigración como en la que estamos inmersos no todo es positivo para todos. Se generan déficit en los servicios que, si no se corrigen, conducen a que determinados segmentos de la población nativa acaben padeciendo sólo los perjuicios de un fenómeno que, en conjunto, nos está aportando importantes beneficios. Las instituciones públicas han de incrementar sus actuaciones allá donde se producen los problemas, pero, además, hemos de lograr que se imponga una explicación general de la inmigración en la que esté asumido que se ha producido inducida por nuestras necesidades, que ha venido a resolver déficit de nuestro mercado laboral, que está siendo parte importante de nuestro desarrollo económico, y que será igualmente un importante dinamizador de nuestro desarrollo cultural futuro. Ahora se da una correlación de fuerzas entre ideas positivas e ideas negativas acerca de la inmigración, totalmente sesgada hacia las negativas, y es esto lo que debe ser cambiado si queremos cortar el paso a la xenofobia.

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