Desplazados en el siglo XXI

El Mundo, ANTONIO GUTERRES, 20-06-2007

Hoy en día quizás nos enfrentemos a lo que sea uno de los mayores desafíos del siglo. Cerca de 40 millones de personas están en desarraigo y se han visto obligadas a huir de la violencia y la persecución. Probablemente, cada vez veremos a más personas desplazadas. Muchas en busca de oportunidades; otras quizá escapen de la degradación medioambiental y los desastres naturales; otras se verán obligadas a huir de estados devastados por la violencia y la persecución. Pero en la mayoría de los casos, las personas huyen por una combinación de todos estos factores.


He pasado estos últimos días en Sudán, un país en el epicentro de una de las mayores corrientes de desplazamiento mundial. He comprobado el sufrimiento que provoca en la gente humilde, pero también he sido testigo de algunos indicios de progreso. No se han cumplido las expectativas de que la globalización traería un crecimiento constante a la vez que estrecharía la brecha entre ricos y pobres. El comercio y la salud han experimentado una mejora pero la brecha entre ricos y pobres se ensancha, lo que empuja cada vez a más personas a desplazarse y convertirse en presa de grupos sin escrúpulos, que se embolsan miles de millones de dólares al año con el negocio del tráfico de seres humanos. El cambio climático es una causa subyacente a los desastres naturales, cada vez más frecuentes, con repercusiones para el ser humano. El este de Africa es un crudo ejemplo. Las predicciones señalan que la desertización se extenderá de forma constante, poniendo trabas a las personas para ganarse la vida y provocando más oleadas de migraciones. Todo sucede sin respuesta de la comunidad internacional.


Otras personas huyen de la guerra y la persecución. Incluso cuando hay alerta temprana, la comunidad internacional fracasa y, sin embargo, se deja a agencias como la mía para afrontar las consecuencias. La prevención es posible, más efectiva y más económica. Pero requiere conocimientos, esfuerzos políticos y diplomáticos e inversión en el origen del problema. La crisis de Darfur en Sudán es buen ejemplo de las dificultades. El conflicto tiene raíces políticas, pero se ve avivado por los escasos recursos de granjeros tradicionales, sobre todo por el agua. Si añadimos tensiones políticas, los resultados son explosivos.


El concepto relativamente nuevo de «intervención humanitaria» presenta como argumento que los Estados tienen la obligación de proteger a sus ciudadanos, y si no pueden o no quieren, entonces entra la comunidad internacional. Con las secuelas de Irak, la «responsabilidad internacional de proteger» pierde adeptos. Puede ser muy difícil ayudar a quienes están desplazados dentro de sus propios países y – a diferencia de los refugiados – sin amparo por el derecho internacional.


Pero hay buenas noticias, como aquí en el remoto sur de Sudán, donde decenas de miles de refugiados sudaneses eligen regresar a sus hogares devastados tras décadas de conflicto. Aunque no se ha informado, estas personas vuelven a sus casas gracias a la ayuda de la ONU desde los campos de refugiados de Uganda, República Democrática del Congo, Kenia, Etiopía y la República Centroafricana. Otros regresan del exilio en Libia y Egipto, así como de otras partes del mismo Sudán. Como la práctica totalidad de las personas en todo el mundo que se ven obligadas a huir, los sudaneses del sur han soñado mucho tiempo con regresar a sus hogares. Y merecen mucho más apoyo del que han recibido hasta ahora.


Para hacer del Día Mundial del Refugiado algo destacable, me uní a los sudaneses cuando retornaban desde Uganda para empezar a reconstruir sus vidas. Es nuestra mayor satisfacción. Pero incluso cuando se resuelven los conflictos y las personas en situación de desarraigo pueden volver a casa, sus problemas no se acaban. En torno a un 50 % de los países que comienzan a resurgir tras un conflicto vuelven a caer en las hostilidades. Es hora de reconocer que nos estamos enfrentando a un nuevo paradigma del concepto de desplazamiento en el siglo XXI. La solución no es fácil, pero además de enfrentarse a las causas que lo motivan, la comunidad internacional debe proteger a los más vulnerables y crear oportunidades para su futuro.


António Guterres, antiguo primer ministro de Portugal, está al frente de la Oficina de Naciones Unidas para los Refugiados desde 2005.

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