El Salobral

La nueva casa de la familia número 200

El Mundo, PABLO HERRAIZ, 20-06-2007

Los realojos en el poblado más grande del Sur de Europa ya han llegado a los dos centenares. En total se han derribado casi 400 de las más de 500 chabolas que había. M2 estuvo con Santiago, Sonia y sus dos hijos en el nuevo piso que les ha proporcionado el IRIS en Puente de Vallecas Qué bonita es mi casa! ¡Qué bonita!». Sonia no puede ser más feliz. Ya tiene su primera casa. Sube despacio las escaleras por la falta de costumbre de entrar a portales. Su piso es el segundo. Al llegar, ve dos puertas, una blanca y otra de madera: «¿La mía cuál es?», susurra con voz casi temblorosa.


Por suerte, es la de madera. La blanca no le gustaba y se le nota una sonrisa de alivio cuando las trabajadoras del Instituto de Realojo e Integración Social (IRIS) le indican cuál es la suya. En tropel, entran en la casa por vez primera Sonia, su marido Santiago, sus dos niños, Alex y Santi; los dos cuñados, las dos trabajadoras del IRIS y tres periodistas. Como el camarote de los hermanos Marx.


Al entrar todo son gritos y jaleo, y la sensación del camarote desaparece porque la casa es amplia y además está vacía, por lo que todos caben perfectamente. Se dispersa todo el mundo y cada uno investiga un rincón. El piso, en el distrito de Puente de Vallecas, tiene tres dormitorios, un salón, una cocina y un baño.


Sonia, encantada, recorre la casa y se olvida de los niños, que no paran de tocarlo todo y de chillar. «Ésta es mi habitación», dice la joven madre, de 21 años.


Más tarde cambia de opinión y la que iba a ser su alcoba pasa a ser el cuarto de invitados, «para cuando vengan los tíos». Ella ha elegido otra habitación, donde pronto habrá una cama y un armario, y su marido y ella podrán dormir tranquilos.


Sobre todo, podrán dormir sin miedo a mojarse por las noches cuando llueva, o a pasar frío en invierno, o al calor insoportable de los veranos bajo una chapa de uralita. También quedarán atrás los malos olores del poblado, donde las ratas y la basura son como los adoquines en la calle: un elemento más del paisaje.


La joven familia gitana llevaba varios años en El Salobral, el que era el poblado chabolista más grande del Sur de Europa, un laberinto de chamizos donde la vida pierde dignidad. Desde hace unos meses, un proyecto conjunto del Ayuntamiento de Madrid y el IRIS, que depende de la Comunidad de Madrid, ha permitido derribar muchas de las chabolas.


Sonia y Santi son la familia número 200 que consigue ser realojada de El Salobral. No todos los que vivían allí lo han conseguido, pues también ha habido derribos sin realojo.


Esta mañana, cuando la pareja ha entrado en su piso, acababan de salir de poblado. La acción es inmediata: recogen sus cosas de la chabola, preparan la mudanza y se van con los trabajadores del IRIS a conocer su nueva casa. Esta noche ya dormirán bajo techo. Por fin.


Pese al curso que han recibido antes de obtener la vivienda, para ellos todo es nuevo. La primera alegría de investigar por las habitaciones y trastear con todo se convierte en caras de solemnidad cuando Lola y Carmen, las chicas del IRIS, les explican lo que deben saber sobre su casa. Les enseñan el panel que hay en la pared con los fusibles, el calentador del agua, la cocina… Les cuentan que deben pagar la factura de la comunidad de vecinos todos los meses, que la del teléfono viene cada dos meses, que hay que domiciliar la factura del gas…


Ellos lo aprenden rápido, pero están sorprendidos de la cantidad de responsabilidades que van a tener. Además, deberán pagar un alquiler todos los meses, aunque el precio es prácticamente simbólico: 67 euros al mes. Este piso de Vallecas, como todos los que está dando el IRIS, lo ha comprado la institución en el mercado libre, y después se lo asigna a las familias con más necesidades; por eso el alquiler es tan barato.


Esta es una forma de que no se desmadren los realojos y de que todos los que tengan una casa consigan, además de vivir dignamente, ser buenos vecinos. Por eso, para empezar les enseñaron cómo hay que convivir en un edificio donde viven más inquilinos. Eso puede parecer obvio para cualquiera que lea esto sentado en el sofá de su casa, pero cuando toda tu vida ha transcurrido entre las chabolas y la calle no es tan fácil conocer las normas básicas de convivencia.


En el caso de Sonia y Santiago, está claro que van a ser buenos vecinos. Los dos son encantadores y se les ve con muchas ganas de empezar una nueva vida, lejos de El Salobral, donde los yonquis pasean al lado de los niños y las jeringuillas se mezclan con juguetes rotos.


Pasado el primer momento de seriedad, donde la pareja ha aprendido lo que tiene que hacer para pagar las facturas, continúa la exploración del nuevo piso. El más trasto de todos es Alex, el niño mayor, que tendrá unos cinco años. Se ha apoderado del llavero que han traído Lola y Carmen y ya no lo quiere soltar. El berrinche que se agarra es monumental cuando su tío David bromea con él y le dice: «Trae las llaves, que ahora la casa me la quedo yo».


Poco después, ya convencido de que la casa no se la quitará nadie, se calma y vuelve a jugar con todo lo que tiene a mano. David está esperando a que le den un piso. Su chabola está al lado de la que ocupaban Sonia y Santiago. Pronto le tocará a él, cree. Si hay suerte, se lo darán antes de que su mujer, embarazada de siete u ocho meses, dé a luz.


Los críos tienen los primeros accidentes en la casa (caídas, golpes…) mientras sus padres disfrutan de la terraza y empiezan a hacer planes para verano. «Mira, aquí ponemos una mesa y un par de sillas y nos pasamos todas las noches al fresco. Y de día, bajamos el toldo del todo para que no haga calor», dice él. Ella asiente, se asoma un poco por el balcón y ve feliz que hay dos trabajadores plantando flores enfrente de su casa. En el poblado sólo había malas hierbas. Al otro lado del jardín pasan los coches de la recién reformada M – 30.


Por fin llega la hora de la mudanza. Santiago ha venido en su furgoneta, la que usa también para trabajar de chatarrero. Dentro del vehículo está todo lo que tiene esta familia. De repente, a Sonia le entra un ataque de risa: «¿Pero dónde vas con esto?», le dice a Santi. Su marido, con el despiste de la mudanza, se ha traído el generador de luz y la bomba del agua. Afortunadamente, ya no le harán falta, la nueva casa tiene de todo.


Después de mover algunos trastos, la familia se queda en su casa nueva. El periplo sigue con el personal de la Comunidad de Madrid hasta el poblado de El Salobral. La excavadora está saliendo en ese momento. A lo largo de la mañana ha tirado 12 chabolas, ha sido un día intenso. Una de ellas, ahora convertida en un erial con las tierras revueltas, es la de Santi y Sonia. Ya no queda nada de sus cinco años de vida en el poblado, salvo escombros.


En El Salobral había hace unos meses más de 500 chabolas. Ahora, las excavadoras hacen derribos todos los miércoles y ya se han tirado unas 370. A más de la mitad de los inquilinos los han realojado porque cumplían todos los requisitos para acceder a una vivienda.


La vida de Santi, Sonia y sus niños acaba de comenzar. Lola y Carmen les harán un seguimiento constante durante los próximos cinco años, más o menos, y así les ayudarán con todos los percances que puedan surgir y se asegurarán de que van a integrarse en la vida normal de la ciudad.


Ahora tienen que descubrir el barrio, una zona tranquila de Puente de Vallecas, pero muy cercana a la bulliciosa avenida de la Albufera. Un lugar repleto de tiendas y parquecitos. Nada que ver con la inmundicia del poblado.


EL FIN DE EL SALOBRAL


1REALOJOS. El Instituto de Realojo e Integración Social (IRIS), depende de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio. Durante 2006, cuando empezó el desmantelamiento del poblado de El Salobral, ha realojado a 115 familias. La semana pasada llegaron a la número 200.


2DERRIBOS. El desmantelamiento de El Salobral está en un proceso muy avanzado. Se han derribado unas 370 chabolas. La tierra se revuelve para que no se construyan nuevas infraviviendas.


3EL MAYOR POBLADO. El Salobral tiene 22 hectáreas. Es una cuña triangular rodeada de zona urbanizada e infraestructuras, donde han llegado a vivir cientos de familias. Las tierras, por cierto, tienen dueño.

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