La morriña de Rusia

Miles de rusos que emigraron por razones económicas a principios de los 90 buscan ahora casas o pisos en su país Las autoridades se proponen incentivar el regreso

El Periodico, DMITRI POLIKÁRPOV, 18-06-2007

Tania es copropietaria de una empresa constructora canadiense. Tiene 37 años y es madre de dos hijas. Está casada con un canadiense de origen hindú, cuyos padres emigraron a Canadá hace varias décadas. En 1992, tras haberse graduado en la Universidad Lomonósov de Moscú como profesora de ruso para extranjeros, Tania, rusa de nacimiento, se fue a probar fortuna a Canadá con un billete de 100 dólares (74 euros) en el bolsillo. Ahora, la exprofesora habla ruso con un ligero acento. Se le nota cada vez más el deje inglés, mientras tomamos un té en una cafetería de Moscú.
“He traído a vivir conmigo a Canadá a mi madre, a mi padre e, incluso, a mi abuelo que ahora tiene 86 años. Pero, aún así, para mí, Canadá sigue siendo un país ajeno, una realidad virtual. Solo he conseguido convertir a la fe rusa a un círculo muy reducido de amigos. Con esta gente, nos reunimos en la cocina, como manda la tradición moscovita, para hablar del sentido de la vida, de los sentimientos profundos, de los libros y demás cosas raras a los ojos de la mayoría”, explica Tania.

Inmobiliaria especializada
Para poder viajar con más frecuencia a Moscú, Tania fundó hace dos años una pequeña inmobiliaria que se dedica a vender pisos de aquellos rusos que inmigraron a Canadá. “Mucha gente se va sin saber cómo les va a ir. Pero tarde o temprano, los que han tenido éxito querrán vender sus pisos. Yo tuve grandes problemas a la hora de vender el mío porque, en aquella época, no pude viajar a Moscú. Por eso, después decidí aprovechar mi experiencia y tener una excusa más para venir a Rusia con más frecuencia”, explica.
El interés que tiene Tania por los pisos de sus clientes no es solo empresarial. Ella misma busca un piso económico en el barrio donde nació en 1970. “Tengo un sueño secreto: volver a tener una casa en Moscú. Vengo aquí varias veces al año para respirar mi aire”, confiesa.
El sueño de Tania, al parecer, no es el único. Miles de rusos que emigraron por razones económicas a principios de los 90, buscan ahora una casa en Rusia, según las agencias inmobiliarias rusas. “Se trata de clientes bien colocados en Europa y EEUU. Algunos quieren tener un piso en su barrio natal. Muchos invierten importantes sumas en nuevas viviendas de lujo”, dice Aleksei, un agente inmobiliario moscovita.
Este interés en regresar a casa ha sido tan notable que el Gobierno ruso, alarmado por la deprimente situación demográfica, abrirá este año 11 delegaciones en varias antiguas repúblicas de la Unión Soviética, EEUU, Alemania e Israel para atender a los antiguos ciudadanos rusos instalados en estos países. A los que firmen un contrato para regresar, las autoridades rusas les pagarán el viaje, les facilitarán un piso y les darán una remuneración por el traslado. También tendrán un empleo garantizado. Pero el principal problema es que quieren instalarse en Moscú, mientras que las autoridades rusas están interesadas en que se instalen en regiones más pobres.
Irina, de 32 años, está casada con un viticultor francés. Vive la mayor parte del año en el sur de Francia. Sin embargo, hace dos años se compró a su nombre un lujoso piso en uno de los nuevos rascacielos de Moscú. “Estamos en obras todavía. Pero quiero terminarlas para cuando mis hijos estén lo suficientemente crecidos para poder viajar a Moscú. Quiero mucho a mi marido y a su familia, pero he crecido en un país muy distinto y necesito cada vez más estar a mi aire entre mis amigos moscovitas. Nadie sabe alegrarse de manera tan irrefrenable y sincera como los rusos”, dice.
Mijail, de 38 años, un abogado que reside en un chalé en las afueras de Boston, es un ejemplo vivo de esta última tesis. Cada visita suya a Rusia es toda una experiencia. Tiene una familia numerosa y está casado desde hace dos años con una chica estadounidense. Pero varias veces al año viene a Moscú para mover sus “negocios”.

Viejas costumbres
“Nada más llegar a Sheremetievo (uno de los aeropuertos de Moscú) me compro una botella de vodka en la tienda libre de impuestos. Luego contrato a un chófer y me pierdo con mis excompañeros del colegio. Hay uno que siempre me despierta el último día y me dice: ‘Has de irte ya’. Menos mal que no has deshecho la maleta”, cuenta el abogado. Este es el único que dice que de momento no necesita una casa propia, ya que tiene varias a su disposición: las de sus compañeros de escuela.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)