REPORTAJE
Familias al raso en La Cornisa
Un grupo de rumanos vive en tiendas de campaña y cabañas improvisadas en el parque de la Gran Vía de San Francisco el Grande
El País, , 18-06-2007Una mujer de 21 años y su pareja de 22 lavaban ayer su ropa interior en un barreño sobre un banco del parque de La Cornisa, justo debajo del flamante jardín de Las Dalias inaugurado el pasado 7 de mayo por el alcalde Alberto Ruiz – Gallardón. Al poco rato, comenzaron a montar una tienda de campaña entre los árboles mientras los niños del vecindario, que iban a dormir anoche en sus camas, apuraban la tarde con juegos y columpios.
Bajo la sombra imponente del muro trasero de San Francisco el Grande, entre la Gran Vía homónima y la calle del Rosario, un grupo de “unos 20 rumanos”, calculan en el barrio, duerme “desde hace semanas” en dos puntos del parque. La pareja de jóvenes que se afana con la colada asegura que la de ayer iba a ser su primera noche al raso. “Me quedé sin trabajo y no puedo pagar mi casa”, explica él, un muchacho rubio con los brazos cubiertos de tatuajes.
La Plataforma Vecinos de las Vistillas, que peleó durante años por la construcción del parque, denuncia la situación sin cargar las tintas contra los inmigrantes que, asegura, no dan problemas. Fernando Delgado, uno de sus miembros, sospecha que “existe la intención deliberada de que la zona se degrade” para ayudar a los “movimientos especulativos”. Así, dice Delgado, personas que no son admitidas en otras zonas del centro, tienen “vía libre” de las autoridades para asentarse en La Cornisa.
Alberto, un vecino del barrio, de 58 años, explica que los rumanos guardan “sus peroles para cocinar y otras cosas” en los registros y alcantarillas que pespuntean el parque. “No son gente conflictiva”, opina Alberto, que explica que sólo van a la zona para comer y dormir.
El Ayuntamiento calcula que 1.339 personas viven en la calle en la capital según un censo realizado por 400 voluntarios en la noche del pasado 12 de diciembre. Cáritas y otras ONG que ayudan a estas personas estiman, sin embargo, que esta cifra rondaría las 6.000.
Hacia el fin de la tarde de ayer empezaban a llegar a más personas a La Cornisa para llenar las tres tiendas del terreno de arena. María, una vecina de 55 años, asegura que hace 15 días la concentración de inmigrantes y tiendas era “mucho mayor, y ocupaban todo ese frente”, cuenta mientras señala un murete de ladrillo que cierra el parque.
Unas niñas gitanas que estaban poco antes cerca de la Plaza Mayor aparecen con varias barras de pan y su padre llega poco después empujando un carrito de la compra con dos aparatos de aire acondicionado que acababa de recoger de la basura en la calle Toledo. En el talud que desciende hacia la ronda de Segovia, la cuesta de las Descargas, cuatro hombres más pasan la tarde dándole a la litrona y preparando la cena. Tres de ellos aseguran ser familia, dos hermanos y un cuñado. Son habladores y el olor del guiso que cuecen con alcohol de quemar, (pescado en conserva, patata, pimiento, tomate, cebolla y aceitunas verdes) atestigua que son buenos cocineros. “¡Mira, mira, así se baila música tsigane [zíngara]!”, gesticula Petre, mientras se mueve al ritmo de un radiocasete a todo trapo.
Los hombres duermen en una cabaña de fortuna que han fabricado bajo un abeto con plásticos, cartones y contrachapado. Aseguran que llevan tres semanas en España y que no tienen trabajo a pesar de conocer el oficio de albañil. Hablan muy bien el castellano para llevar tan poco tiempo en Madrid, rareza que justifican por las telenovelas mexicanas que se ven en Rumania.
Los tres hombres saben que tienen que llevarse bien con los vecinos y por eso afirman ensuciar lo menos posible. Piden ayuda, “una casa”, pero explican que están acostumbrados a la vida nómada de carro y caballo “con toda la familia dentro”, la que hacían en su país. “¡Fotos no, que viene la policía y nos tenemos que ir!”, salta uno de ellos cuando se esgrime cámara.
Los vecinos que salían del centro de día para mayores y los pisos tutelados de la calle del Jerte, el edificio más cercano a las tiendas, se mostraban comprensivos ante el campamento improvisado aunque dos ancianos se quejaron de la suciedad y el ruido que, afirman, causan los inmigrantes.
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