Un carnaval muere de éxito

El Periodico, BEGOÑA Arce, 17-06-2007

Los nigerianos de Londres habían preparado este mes de junio su carnaval. Dos días, sábado y domingo, de un fin de semana en el que el cielo azul, casi veraniego, invitaba a gozar de una buena fiesta al aire libre. La cita era en Burgess Park, en el sureste de Londres, un barrio multicultural, de recursos económicos limitados y bastantes precariedades. Los nigerianos en el exilio, voluntario o forzoso, querían mostrar a los ingleses algo de su compleja y desconocida cultura. De paso, intentaban que sus propios hijos, nacidos lejos de África, supieran de la comida, las danzas y los rituales de padres y abuelos. Londres es, en este sentido, una ciudad privilegiada. Resulta cada vez más frecuente que quienes llegan de lejos y se asientan en la capital traten de rescatar algo de sus costumbres y valores para, al menos una vez al año, exhibirlas con orgullo ante el resto de los vecinos. Algunas de esas celebraciones son ya una parte importante del calendario festivo londinense. En el año nuevo chino, por ejemplo, con el desfile de dragones, bandas de música y farolillos rojos por las calles de Leicester Square, participan miles de espectadores, habituales muchos de ellos de los restaurantes de la zona.
Hace unos años, la comunidad colombiana celebró por primera vez la fiesta de los silleteros, poco conocida fuera de su país. La espectacular procesión de las silletas de flores multicolores tiene una gran tradición en Medellín, una ciudad más famosa por los crímenes de los narcotraficantes que por la alegría de sus habitantes. Bandas, comparsas y chirimías animaron en un par de ocasiones la fiesta que, desgraciadamente, no ha vuelto a celebrarse por falta de dinero, o quizás por desacuerdos entre los organizadores.
En cambio, el carnaval que cada año se montan a finales de agosto los jamaicanos en Notting Hill se ha transformado en una atracción turística internacional. Las charangas que desfilan al ritmo del soca, el calipso o el hip – hop llegaron a atraer el pasado año a un millón de visitantes, a este barrio que aún oscila entre la riqueza insultante de los nuevos y famosos propietarios y la modestia de los inmigrantes, que llevan muchos años allí.
El carnaval nigeriano solo duró un día. En los tenderetes había comida de todas las tribus, con nombres exóticos como kuli – kuli, chin – chin, o puff – puff, además de batata y banano fritos, pastel de judías, maíz tostado, mangos y papayas. Algunas personas, mujeres y niños sobre todo, vestían los trajes de las diferentes etnias, los Yoruba, Ibo, Delta, Caalbar, Efik, mientras un grupo de profesores enseñaba a los pequeños, con vídeos y canciones, algunos de los dialectos locales. “Queremos terminar con los estereotipos negativos de nuestro país y mostrar nuestros recursos culturales y humanos”, explicaba uno de los organizadores.
Pero, por desgracia, la fiesta fue más corta de lo previsto. Víctima de un inesperado éxito, la presencia de 5.000 personas pilló por sorpresa a la policía, que suspendió las celebraciones, argumentando motivos de seguridad pública. Es una lástima que quizás los británicos estén sacrificando últimamente demasiadas cosas en nombre de la seguridad.

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