INMIGRACIÓN

Seis meses para iniciar una nueva vida

Ocho africanos comparten una de las tres viviendas tuteladas en Valencia por Cáritas, que les enseña castellano y un oficio

Las Provincias, CONCHA RAGA, 17-06-2007

Ocho africanos comparten una de las tres viviendas tuteladas en Valencia por Cáritas, que les enseña castellano y un oficio Llegaron con lo puesto, arriesgaron sus vidas, se encontraron solos, sin conocidos, sin dinero, sin comida, sin un lugar para reposar, sin un sitio donde cubrirse de las inclemencias del tiempo.

Salieron por mar y besaron tierra, mas nadie sabe su destino final. Hoy por hoy, subsistir es su objetivo mientras aprenden castellano, un oficio y encuentran trabajo.

Una mano tendida hacia la esperanza, hacia la integración, hacia su sueño: trabajar y ganar dinero para volver a su país o para reunirse en España con sus seres queridos, esos que un día dejaron y cuyo recuerdo aflora con sentimiento a sus ojos pese a su ruda tez oscura.

Son conscientes de que otros extranjeros han corrido peor suerte que ellos y están pagando más de 150 euros por compartir con cuatro o seis personas una inmunda habitación donde pasar unas horas.

No es su caso. Disponer de una habitación es todo un lujo que ninguno de ellos puede despreciar. Cáritas Diocesana lo ha hecho posible. En una de las tres viviendas para acogida de inmigrantes que dispone en Valencia hay ocho africanos.

Ahora tienen seis meses para rehacer su vida. Es el tiempo que Cáritas los acoge y les da las nociones básicas para sobrevivir. En primer lugar, les enseña castellano y luego formación profesional básica. Tras ese medio año, en el que han podido adaptarse a la ciudad, abandonan el piso para iniciar su nueva vida.

Viviendas de acogida

Estas viviendas son muy modestas y con los muebles imprescindibles, huele a limpio y comida caliente. Un cuarto piso a pie, en la zona más humilde del centro histórico, es, por ahora, su hogar. Nos reciben con cierto recelo, no obstante nos acompaña en la visita la responsable de Atención Social al Inmigrante de Cáritas, Rosa Modina.

La vivienda está llena de carteles. “Hola” y “hasta luego” es lo primero que aprenden. Por todas partes cuelga el horario de clases de castellano que todos los días voluntarios y asistentes sociales imparten en el piso.

El dominio del castellano es desigual. Bernard Diarra, de Malí, lleva 23 días en la vivienda y apenas lo balbucea. Llegó en barco y tiene muchas ganas de trabajar “en campo o lo que sea”. Moussaba es el más veterano en todos los sentidos. Procede de Senegal, tiene 44 años y lleva cinco meses en esta casa.

Talla y Modibo escuchan, observan y callan. El joven Mansur, de 24 impacientes años, juega todo el rato con una gorra, prenda por la que estos inmigrantes sienten predilección.

Todos llevan ropas muy limpias y nada desgastadas, como sus rasgos que, hoy por hoy, permanecen todavía frescos y en alerta ante lo que todavía les está por llegar.

La jornada en esta vivienda empieza a las siete de la mañana. Cada cual se hace su desayuno y se prepara para ir a los cursos. Durante los dos primeros meses es su prioridad. Luego reciben formación laboral en albañilería y electricidad y pasado seis meses se les considera capacitados para trabajar.

El veterano Moussaba, padre de seis hijos y ahora convertido, de alguna forma, en el de sus otros siete jóvenes compañeros de piso, rompe hielo.

Relata su periplo. Llegó a Tenerife desde donde se trasladó a Málaga. Pasó a Sevilla, Almería y Valencia, su destino final. Avión hasta la Península y autobús hasta aquí.

“No conocía a nadie. Tres días estuve durmiendo en la cafetería de la estación de autobús, con mucho frío, ya que era invierno cuando vine”, chapurrea.

Con 10 euros, sólo tomaba un café al día a la espera del milagro. Durante el día paseaba por la ciudad para conocer el lugar. “Una persona en calle me dice que tengo que ir a Casa Caridad”. De allí le enviaron al Espai del Ayuntamiento donde le facilitaron un documento para poder comer y dormir.

Todavía se resiente Moussaba del dolor de rodilla con el que llegó a España. Su obsesión: “Ganar dinero, trabajar aquí y traer a la familia”, con la que habla una vez por semana. Llevaba 10 años pensando en venir, “pero un día la providencia me puso aquí”. Los compañeros de piso son sus únicos amigos en la ciudad.

Uno de ellos es Mansur lleva en sus venas el ímpetu de sus 24 años. Ni siquiera los siete días de oleaje vividos en patera desde Senegal a Tenerife han logrado borrar su pícara sonrisa. “Me ilusioné oyendo hablar de España. No lo pensé. Lo decidí en un día. Mis amigos me hablaban de aquí”. Y ese día salió de casa sin avisar a su madre “no me hubiera dejado”.

Cuando pisó tierra, después de ser enviado a Barcelona, Almería y, finalmente, a Valencia, contactó con su familia de la que forman parte otros cuatro hermanos.

“Mi madre se enfada cuando hablo con ella”. Quiere que vuelva, pero el joven no lo hará, por ahora. “Quiero ganar dinero y después volver a mi país”.

Para llegar a eso le queda tiempo aunque ya no pasará penurias como las que sufrió los tres días que estuvo viviendo en el río.

“Un día un señor me apuntó en un papel para ir a Casa Caridad y ya no pasé hambre hasta llegar a este sitio”.

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