«La próxima lo pensaré»
ABC, 16-06-2007POR DAVID MARTÍNEZ
ALICANTE. Cuando todo parecía indicar que la odisea del pesquero «Nuestra Madre del Loreto», con base en la localidad alicantina de Santa Pola, iba a terminar en apenas veinticuatro horas, se hizo patente una vez más la débil posición diplomática del Gobierno español, que condenó a la tripulación de la pequeña embarcación a la desazón que provocaba otro día de incertidumbre.
El pesquero había recibido a las 13,30 horas del jueves la confirmación de Salvamento Marítimo de que se le permitiría desembarcar en Trípoli, en Libia. Sin embargo, pasada la medianoche, a menos de una hora de llegar a su destino, el pesquero recibió una contraorden del mismo interlocutor. Salvamento Marítimo advirtió entonces que España no tenía permiso de Libia para desembarcar, y que debía regresar a aguas internacionales.
Anoche, al cierre de esta edición, el «Nuestra Madre del Loreto» se dirigía de nuevo hacia Trípoli tras recibir, por segunda vez en dos días, la confirmación de que – esta vez sí – podría amarrar en el puerto libio para desembarcar a los veintiséis inmigrantes que llevaba a bordo.
Un cadáver en la nevera
El Ministerio de Exteriores, que el jueves parecía haber resuelto la situación, negociaba en la mañana de ayer con Libia – algo que se ocultó a los pescadores – , aunque a mediodía abrió el campo de contactos a otros países de la Unión Europea (UE), como Italia – precisamente, el destino de los «sin papeles» rescatados del mar – . Finalmente, se indicó al pesquero que, por segunda vez, se aproximase al país africano.
El patrón del «Nuestra Madre del Loreto», José Luis – un gallego curtido en la pesca en la costa nórdica – , había solicitado que se permitiese a su pesquero atracar en un país europeo, para no devolver a los inmigrantes «al infierno del que han salido». No obstante, puso de nuevo rumbo a Libia con un cadáver en el congelador.
Uno de los veintiséis inmigrantes había fallecido la madrugada anterior en su intento de alcanzar el pesquero, con el resto de sus compañeros de patera. El frío, la debilidad y la lucha contra el mar – y el resto de inmigrantes, que se agolpaban junto al casco – le costó la vida, aunque los pescadores subieron también su cuerpo al barco.
Si el aprovisionamiento de víveres – tenían para doce días – y agua – el barco cuenta con una depuradora – no suponía un problema a corto plazo, la salubridad de la embarcación, con un cadáver a bordo, sí. La solución, tan sencilla como desagradable, fue introducir el cuerpo en la cámara que debería albergar pescado.
Desde Santa Pola, el armador del barco, José Durá, maldecía la debilidad de la diplomacia española. El pescador ya había atravesado una situación idéntica en agosto de 2006, cuando el «Francisco y Catalina», a su mando, rescató a cincuenta y un inmigrantes del mar frente a la costa de Malta. Entonces, su barco se vio obligado a permanecer cuatro días anclado en aguas internacionales a la espera de un acuerdo entre Malta y España, que fue el país que cedió.
La ley del mar
La tripulación del «Francisco y Catalina» recibió múltiples homenajes, que tendrán su continuación con el premio que les ha concedido Acnur con motivo del Día del Refugiado. Durá aseguraba entonces que, aunque la experiencia había sido muy dura, la ley del mar le obligaba a recoger a los náufragos, y que «lo volvería a hacer».
El jueves, de hecho, reiteraba en una entrevista con ABC que sus compañeros habían «hecho lo correcto». Pero incluso la generosidad de los pescadores, «caballeros del mar» como se les denominó en su localidad, tiene un límite. Durá, que el jueves se felicitaba por la pronta resolución de la situación, reconocía ayer que «van a conseguir que la próxima vez que estemos en una situación similar, nos lo pensemos».
Por su parte, José Luis devolvió a los inmigrantes a la segunda cubierta del pesquero, para que no descubriesen que volvían a Libia. «¿Cuánto falta para España?», había chapurreado uno de ellos en inglés. Los veinticinco varones, originarios de Nigeria y Mali, se mostraban tranquilos. Pero la tripulación temía su reacción al descubrir que regresaban.
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