Imagen

El Periodico, JOSEP CUNÍ, 02-06-2007


¿por qué llamarle “diversidad ciudadana” pudiendo decirle “inmigración”? Pregunta dirigida a algunos políticos de izquierdas. Al señor Hereu, sin ir más lejos. O a aquellos que, de haber leído a Montaigne, sabrían que en el lenguaje, la rebusca de frases nuevas y de palabras poco conocidas, proviene de una ambición escolástica y pueril. Los mismos que desconocen el deseo sincero del ensayista de poder servirse de las expresiones empleadas en los mercados de París. Es corsé intelectual olvidarse de Mercabarna. Es la tendencia a querer marcar diferencias y distancias. A ser más. Y luego pasa que la lengua les incomunica, como advirtió Ortega. Pero no por ser distinta, sino porque procede de un cuadro mental diferente o de una filosofía divergente. ¿Cómo coincidir entonces? Difícil si a partir del eufemismo rebuscado, el fenómeno inmigratorio se convierte en problema, el problema provoca reacciones y estas llevan a los extremos.
Radicalidad ideológica o abstención. Plataforma per Catalunya o pasar de todo. Pero nadie asume su responsabilidad. Tampoco los periodistas, que a veces olvidamos nuestra obligación de traducir lo políticamente incomprensible. Aunque han de ser los servidores públicos los primeros en ahondar en las causas y encontrar soluciones. Por ejemplo, en sus palabras. Y dejar de predicar para empezar a dar trigo. Enésimo estudio encargado por el conseller Saura para intentar aclarar lo evidente. Horas después de pedírselo al exconseller Vallès, sale el CIS y nos suelta que 7 de cada 10 ciudadanos piensa que el político siempre busca sus propios intereses. O que no se preocupa mucho de lo que piensa el contribuyente. Algo sigue fallando. Un intangible tan profundo como dinámico. Y crece el desencanto, aumenta el desapego y triunfa el desprecio. ¿Hay solución?

Semejanza

Por supuesto. Solo hace falta voluntad para encontrarla y responsabilidad para asumirla. Y proceder a un cambio radical de comportamientos. Y dejar de repetir durante la noche electoral que todos han ganado cuando los resultados indican que todos han perdido. Después llega la realidad y miren a ERC. Las bases hacen una lectura diferente de la dirección y le corrigen el tiro. El problema son los socios, dicen. Amagan con romper tripartitos y obligan a la reorientación hacia postulados históricos. Los que, al dividirles el corazón, ora les pesa más ser de izquierdas, ora ser patriotas. Como si una fuerza sobrenatural les impidiera serlo todo a la vez. ¿Dónde está la incompatibilidad? Lo curioso del caso es el análisis que hacen. Durante toda la campaña los estudiosos nos han repetido hasta la saciedad que en las municipales el factor personal tiene un peso específico importante. Luego, podría ser que algunos de los votantes de los aguerridos independentistas de hace cuatro años hubieran dejado de serlo ahora por no haber visto satisfechas sus expectativas. Por eso algunos han optado por las CUP y otros por CiU. Pues no. Esta posibilidad no cabe. Tampoco que Portabella haya participado activamente, desde su cargo en el Ayuntamiento de Barcelona, durante 8 años, a dibujar la ciudad que ahora no le gusta. Está en su derecho a cambiar, a pedir más y a querer transformarla. Incluso a resistirse a ser el quinto de los magníficos cuando aspiraba a ser el tercero. Todo esto es legítimo. Si no fuera porque también todo esto contribuye al desengaño.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)