A cien millas de ningún sitio

La Voz de Galicia, 30-05-2007

CUANDO el ministro del Interior maltés, Tonio Borg, recibió la petición de que acogiera a 26 subsaharianos recogidos en alta mar por el remolcador español Montfalcó a cien millas al sur de Malta y al norte de Libia, lo único que se le ocurrió declarar, junto con su negativa, es que «Hacemos más de lo que estamos obligados a hacer». Y se quedó tan ancho el malnacido. Porque si hubiera nacido mejor de lo que cabe suponer a juzgar por sus palabras, referidas – conviene no olvidarlo – a veintiocho seres humanos al borde de la muerte, es decir, de la extinción, sería más consciente de que para salvar una vida nunca se hace más de lo que haya que hacer para eso, para salvarla. Porque hacer menos es la muerte, y estamos obligados a todo lo contrario. Es todo un aviso para los malteses en cuanto a la catadura de quien debe velar por su tranquilidad interior.


Tres días después de la fecha del rescate, realizado el viernes 26 por la noche, el Montfalcó no tiene ni sabe dónde ir. Es un barco que se dedica al transporte de nasas para la pesca de atunes, unos aros de 50 metros de diámetro y 30 de profundidad, que una vez llenas, se remolcan a Italia o España. Ahora están extendidas pero vacías, y el gerente de la naviera explica que no se pueden abandonar. Así que el barco, con una tripulación de seis hombres, sin ropa ni comida para veintiséis más, escaso de agua y bajo un tiempo bastante inclemente, no puede hacer otra cosa que esperar a que otro barco pueda hacerse con los náufragos para llevarlos a algún puerto. Las autoridades libias tampoco están por la labor humanitaria, y el Montfalcó, a 755 millas de España, esto es, a tres días de navegación, permanece suspendido en el vacío de un tráfico humano de cuyo control la Unión Europea ha dimitido, dejándolo en manos de un Gobierno como el español, de cuyos buenos deseos y excelentes intenciones no se puede decir que se vean acompañados de capacidades técnicas ni habilidades diplomáticas.


No es un tráfico insólito ni una situación inédita en los tiempos que corren. Tampoco hace ciento veintisiete años, cuando el barco de pasajeros Jeddah, cargado de musulmanes que viajaban de Singapur al mar Rojo, se vio envuelto en una tormenta que le causó tan graves daños que la tripulación lo abandonó junto con los pasajeros, dándolos por muertos al ser recogida por otro navío. La verdad se descubrió cuando el Jeddah fue remolcado al puerto de Adén.


Los hechos fueron recogidos por el Daily Chronicle, el Globe , el Times y el Daily News , cuyos reportajes no dieron ningún sosiego a las conciencias culpables. Joseph Conrad recogió la historia en Lord Jim , escrita veinte años después.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)