REPORTAJE

De Senegal al Vaticano, pasando por Canarias

Más de un millar de inmigrantes que llegaron en cayucos a las islas se dedican a la venta amubulante en el centro de Roma

El País, TOMÁS BÁRBULO, 28-05-2007

La Via della Conziliazione está atestada de turistas. Cientos de ancianos que acaban de abandonar la Plaza de San Pedro, el centro de la cristiandad, se mueven lentamente, evitando la riada de los que descienden de los autobuses y avanzan en sentido contrario para iniciar la visita. Sobre la multitud emergen banderines con los cuales los guías turísticos tratan de orientar a sus clientes. Y en medio del monumental atasco, tres decenas de inmigrantes subsaharianos intentan vender sus mercancías falsas: bolsos de Gucci, gafas de Dolce & Gabbana, cinturones de Louis Vuitton. De repente, un frenazo, y de un coche de la Polizia saltan dos agentes que irrumpen en la multitud para capturar a los sin papeles. Estalla el caos.

La sensación de violencia es mucho mayor que la violencia misma. Los agentes irrumpen en un espacio reducidísimo y atestado de gente, en el que los inmigrantes recogen apresuradamente sus mercancías e intentan huir. Se trata de una suerte de pilla – pilla entre individuos grandes como castillos, en medio de una multitud de ancianos y tullidos. Cualquier movimiento brusco puede provocar daños. Y, naturalmente, los provoca: una anciana japonesa, con un ojo averiado, es la primera evacuada.

La redada se prolongó el pasado día 18 durante una hora. En ese tiempo, la Polizia persiguió a a la carrera a dos centenares de sin papeles en un radio inferior a 50 metros de la Plaza de San Pedro. Desde las ventanas de sus aposentos, el Papa habría podido – si hubiese querido – contemplar el espectáculo. A sólo 30 metros de la puerta de vehículos del Vaticano, un fugitivo se abrió la cabeza contra un bordillo. Los vistosos guardias suizos, ejército personal del Pontífice, observaron impasibles cómo los agentes trababan de reanimarlo, sin éxito.

Instalado en un vehículo oficial frente a la tienda de recuerdos que vende “bendiciones e indulgencias papales”, el jefe de los policías explicó a EL PAÍS: “No queremos encarcelar a los inmigrantes, sólo ponerles una multa”. Preguntado acerca de qué clase de multa podían imponer a unos individuos sin dinero ni nacionalidad conocida, dio la conversación por zanjada.

Alrededor, continuaban las carreras. Cargados con bolsos, gafas y cinturones, los subsaharianos corrían entre los coches. “Somos de Estados Unidos de África”, respondió uno de ellos al ser preguntado sobre su país de origen. El hombre ocultaba su nacionalidad para impedir la repatriación. Sin embargo, otros dos consultados – uno dijo proceder de Dakar y el otro de Kaolack, las dos ciudades más pobladas de Senegal – revelaron que la mayoría de los presentes eran compatriotas suyos y habían llegado a Canarias en cayucos durante las avalanchas de subsaharianos del año pasado. El archipiélago español ha sido también el punto de entrada en Europa para la mayoría de los africanos que improvisan mercadillos en otras zonas más turísticas de Roma: Puente Sant’Angelo, Piazza Navona, Fontana di Trevi… Nadie puede aventurar su número, pues se trata de personas indocumentadas, pero un recorrido por la capital italiana permite calcular que superan el millar.

Esos inmigrantes subsaharianos son la muestra evidente del impacto que ha tenido en Italia la llegada masiva de cayucos a Canarias en 2006. No es casual que el de Roma haya sido el primer gobierno europeo que ha desplegado medios en el dispositivo actual de la agencia europea de fronteras (Frontex) frente a las costas de África occidental.

Nada menos que 21.500 subsaharianos fueron trasladados el año pasado desde el archipiélago hasta centros de acogida de la Península, donde la policía se limitó a entregarles una orden de expulsión y a ponerles en manos de organizaciones humanitarias, que les proporcionaron ropas y les pagaron billetes de autobús hasta el lugar de España en el que dijeron tener familiares o amigos.

Algunos se quedaron en España, pero otros miles se dirigieron a Barcelona y desde allí cruzaron a Francia y a Italia. “Se han dado cuenta de que en España no pueden conseguir trabajo. Los empresarios tienen miedo de contratarlos porque carecen de papeles”, explicaba M. el pasado octubre a este periódico. Hace siete meses, M. formaba parte de una organización dedicada a llevar a los inmigrantes hasta el corazón de Europa en el tren nocturno Barcelona – Milán que parte tres veces por semana desde la Estación de Francia. “Van a Italia porque allí todo es más fácil”, explicaba. “También es fácil en Alemania y en Austria”.

Hubo jornadas en las que llegaron a viajar en el convoy entre 50 y 100 subsaharianos. Hasta que la policía italiana se hartó, y un día detuvo a los 54 que acababan de bajarse del tren, los metió en un autobús y los devolvió a España. Desde entonces los controles se han endurecido en la estación de Francia, pero los pasadores no se inmutan: “Tomábamos ese tren porque va directo a Milán, pero si la policía pone problemas los llevamos en coche hasta alguna estación francesa, donde suben a otro tren que les lleva al mismo destino”.

Dos días después de la redada, los inmigrantes habían vuelto a instalarse bajo las ventanas de Benedicto XVI. La perseverancia siempre ha sido una virtud muy valorada por la Iglesia.

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