Entrevista Sami Naïr:
"El Mediterráneo se ha vuelto la zona de fractura más importante del mundo, y esas tensiones pueden provocar otra guerra mundial"
El politólogo y exeurodiputado publica 'Europa encadenada', un crudo repaso a los déficits que acechan el proyecto de la Unión Europea. "Si no reformulamos los Tratados y la dotamos de una verdadera democracia, la UE podría desaparecer"
El Mundo, , 24-01-2025A finales de los 90, Sami Naïr (Tremecén, Argelia, 1946), quien venía de ocupar varios cargos de asesoría en Francia durante el gobierno socialista de Lionel Jospin, fue elegido eurodiputado. En el Parlamento de Estrasburgo, donde permanecería hasta 2004, comenzó su primer desengaño con el proyecto de la Unión Europea. “Entonces yo era muy optimista y concebía la construcción de Europa como nuestra tarea histórica. Era para mí algo que tenía que superar a los nacionalismos, la xenofobia, celebrar el encuentro entre los pueblos del continente y, sobre todo, constituir un conjunto unido en el que los países del sur, España, Grecia, Portugal e Italia, se juntaran a los del norte para construir un gran polo económico y político”, recuerda el politólogo, recién llegado a París de impartir una conferencia en España, donde es asiduo de varias universidades.
Sin embargo, su idealista entusiasmo se enfrió al conocer los entresijos reales de los pasillos de Estrasburgo, Bruselas y Fránkfurt: “Especialmente a raíz del fracaso del Tratado Constitucional de 2004, empecé a ver las cosas de otra manera. Me di cuenta de que en realidad no había ninguna voluntad de construir una Europa política, una Europa unida, sino sólo una Europa económica que estaba desde el comienzo a manos de fuerzas económicas y comerciales para las que otros temas sociales, políticos y humanitarios eran totalmente secundarios”.
Esta sensación, cuenta el también sociólogo y catedrático francés de origen argelino (nació en ese país, donde su padre era militar, pero se crio la ciudad francesa de Belfort, al este del país), especialista en movimientos migratorios, se incrementó en los años siguientes. “Cuando vi la política de austeridad que se puso en marcha tras la crisis de 2008, sobre todo en los países del sur de Europa, supe que iba a ser una catástrofe. Recuerdo que en 2010 participé en una charla en Murcia donde dije que España iba a tener millones de parados por culpa de esa política de austericidio social, y que eso iba a costar muchísimo a la construcción europea”, afirma el ensayista, que ya en 2014 publicó el revelador ensayo El desengaño europeo. “Y lo hemos comprobado. Seguimos inmersos en una crisis tremenda que ha fracturado gravemente todas las sociedades y, sobre todo, las del sur de Europa, que todavía no se han recuperado”.
Una década después, Naïr arremete de nuevo contra los déficits del proyecto europeo en Europa encadenada (Galaxia Gutenberg), un pesimista repaso a los males de la Unión que pone el foco en la adopción del neoliberalismo radical y critica que la Comisión Europea y su Banco Central lleven las riendas de la Unión en perjuicio de una Europa social y democrática. “El auge del populismo nacionalista es una consecuencia directa de esa política neoliberal que Alemania impuso con el apoyo de Francia, es decir, la señora Merkel y el señor Sarkozy y con la ayuda de los gobiernos de Austria y de los Países Bajos, al resto de los países europeos. Todavía hay tiempo para cambiar de rumbo, pero si esperamos para actuar quizá sea demasiado tarde”.
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Defiende que el neoliberalismo exacerbado, la primacía de la economía sobre la política, es el origen de los grandes males que sufre hoy el proyecto europeo. ¿Cuándo comenzó esta situación?
Cuando nació el proyecto común europeo, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos estaba profundamente implicado en su construcción, y condicionó su orientación económica. Querían, según sus intereses, una Europa liberal, pero en aquellos años, hasta finales de los 80, los Estados europeos seguían teniendo un papel fundamental y la mayoría aplicaba políticas sociales públicas. En aquel entonces se defendía una economía mixta en la que un sector privado potente y dinámico podía avanzar y un sector público se ocupaba del interés general, de los servicios públicos, lo que hizo que las poblaciones se identificaran con el proceso europeo. El cambio radical llegó con el neoliberalismo que impuso el Tratado de Maastricht, que, siguiendo la tónica de la época, decretó a partir de 1993 la liberación total de los capitales.
¿Qué giro supuso la política adoptada en Maastricht y cuáles son sus consecuencias en la actualidad?
A partir de 1993 se olvidó totalmente la dimensión política, de desarrollo social, de la Unión Europea y se eligió esa orientación neoliberal. En la práctica, eso significó el sometimiento de los Estados a la política dirigida por la Comisión de Bruselas y el Banco Central Europeo, lo que ha generado un importante déficit democrático. Estos organismos han controlado desde entonces tres palancas clave: el déficit, la inflación y la deuda pública. Eso, unido a la desastrosa creación del euro, una moneda sobrevalorada que no correspondía a la realidad económica, sigue siendo una losa a la hora de fomentar la unidad del continente.
¿Cuál fue el “pecado original” del euro?
Desde el principio se supo que la moneda única generaría endeudamientos para los países menos desarrollados como España, Portugal, Italia, Grecia, incluso Francia, pero no existían mecanismos para hacerlo de otro modo. Si al mismo tiempo que se creó esa moneda hubiéramos puesto en marcha una política de armonización fiscal y un control del Banco Central Europeo, un gobierno económico europeo para decidir juntos las grandes orientaciones como poner en marcha políticas sociales, por ejemplo, sueldos mínimos sociales a nivel europeo, quizá habría funcionado de manera extraordinaria. Pero al no existir una autoridad política no se ha podido hacer. Y así seguimos, con una Europa en crisis, en la que sólo prosperan los extremismos, de derecha o de izquierda, como consecuencia de la descomposición del vínculo social europeo, por supuesto, condicionado por la desastrosa gestión económica.
“Ningún banco del mundo goza de la libertad y la autonomía del BCE. Sus equivalentes en EEUU, China y Japón están sometidos a un gran control político”
En su libro pone nombre y apellidos a muchos de los culpables de esta situación…
Hay varios, sí, y en muchos ámbitos. Este proyecto neoliberal jamás hubiera triunfado sin la alianza entre la socialdemocracia francesa y Alemania, tanto los democristianos de Helmut Kohl como los socialdemócratas de Gerhard Schröder, pero fundamentalmente quien acuñó ideológicamente el concepto de esta Europa neoliberal fue mi país. En el libro detallo cómo personas como Jacques Delors en la Comisión de Bruselas, y otros altos funcionarios que dirigían en aquella época las principales instituciones internacionales, tanto el Banco Central como el Fondo Monetario Internacional mintieron en sus datos y análisis. Echando la vista atrás, ésta ha sido la principal causa de la decadencia, de la crisis profundísima en la que todavía está el Partido Socialista francés. Han perdido el poder por causa de esa política, y gente como François Hollande, presidente que no cambió absolutamente nada cuando llegó al Elíseo en 2012. Están pagando un alto precio por ello. Si en los 80 me hubieran dicho que el Frente Nacional, ahora Agrupación Nacional, iba a tener 11 millones de votos no me lo hubiera creído. Y ya vemos cómo le está yendo al canciller Scholz…
Más allá de la crítica, ‘Europa encadenada’ también ofrece soluciones urgentes. ¿Cuál es el principal rumbo que debe tomar ahora la Unión Europea? ¿Es posible dar marcha atrás?
Por supuesto, no estamos condenados para la eternidad a aceptar este modelo neoliberal que destruye el vínculo social. Sabemos qué tipo de Europa necesitamos. Ahora tenemos un espacio económico que funciona bastante bien con el mercado único y, tras muchos sacrificios, el euro se ha adaptado felizmente estos últimos años a la realidad económica diversa de los países, aunque algunos siguen condenados a pagar deudas. La clave principal pasa por volver a dotar de contenido político la economía. Me explico. Ningún banco del mundo goza de la libertad y la autonomía del BCE. La Reserva Federal de Estados Unidos tiene al Congreso como sistema de control y los grandes bancos centrales de Japón y por supuesto, de China, están supeditados a organismos políticos. El Parlamento Europeo, el único del globo con tan poca capacidad legislativa, debe ser dotado de capacidad para proponer leyes económicas y controlar al BCE para coartar sus políticas, que defienden fundamentalmente los intereses de las grandes empresas multinacionales y buscan expandir a cualquier precio el sistema comercial europeo. Si el Parlamento toma el control podría construir, al mismo tiempo que este sistema económico floreciente que tenemos, un sistema económico de corte social. Además, eso significaría el desarrollo de la democracia de participación de los ciudadanos a través de sus representantes.
Habla de viejas demandas, como la de unificar en todos los Estados miembros la política fiscal y económica, pero también de defensa y de política exterior. Sin embargo, son los propios gobiernos nacionales los que recelan de ceder esta autonomía. ¿Cómo cambiar esa postura?
Ése es el vicio original. Los fundadores de lo que sería la Unión Europea ya se plantearon esto en 1953, pero sabían que tras la Segunda Guerra Mundial una unión política era imposible. No obstante, el Tratado de Roma de 1957 ya dejaba las bases puestas para ello. Sin embargo, con el correr de los años, nunca se ha alcanzado un acuerdo. Estuvo cerca en los 80, pero no se llegó a un consenso si Europa debía ser federal o intergubernamental, y lo que tenemos ahora es un federalismo económico y una especie de confederalismo político. En su discurso en Praga en 2023 Scholz planteaba esta cuestión, hablando de generalizar una mayoría cualificada para tomar este tipo de decisiones, pero es complejo por las grandes diferencias. ¿Cómo va a dejar Francia, un país que tiene bombas atómicas, decisiones de Defensa en manos de Malta, por ejemplo? Mira lo que ha pasado con el genocidio que está ocurriendo en Gaza. La Unión Europea no se puso de acuerdo para tomar una decisión común.
“China, EEUU y Rusia son Estados naciones, y nosotros 27 países en frecuente desacuerdo. Debemos conjugar lo mejor del federalismo y el confederalismo”
Precisamente, en un mundo donde gobierna Donald Trump, donde Ucrania está siendo invadida y donde el poderío de China es una amenaza, ¿puede Europa permitirse tener unas relaciones internacionales fragmentadas y no en un bloque conjunto?
La respuesta obvia es que no, pero volvemos a lo mismo: China, Estados Unidos y Rusia son Estados naciones, mientras que nosotros somos 27 países en frecuente desacuerdo. Necesitamos tomar en cuenta estas diferencias y construir un conjunto sui generis, es decir, específico, que conlleve al mismo tiempo elementos de federalismo económico y político cuando sea necesario y elementos de confederalismo político para poder unir las naciones. Es la única solución. No hay otra posibilidad. Los que quieren vivir en los sueños, pueden seguir viviendo, pero la realidad es siempre trágica y dramática, y nos va a atropellar.
Pero más allá de la voluntad política, existe la necesidad, como incide en su ensayo, de crear una identidad europea que supere esas identidades nacionales con historias muy diferentes, incluso turbulentas entre ellas. ¿Cómo se puede avanzar hacia una identidad posnacional, hacer que la gente realmente sienta Europa como un conjunto?
El ejemplo, como casi siempre, lo tenemos en la historia. Las identidades nacionales se pueden construir cuando hay una adhesión de las opiniones públicas de los pueblos al proyecto global. Sin intereses comunes que puedan fabricar una pertenencia común no se podrá conseguir esa identidad política europea. Hoy en día no existe un sólo libro que pueda hablar de nuestra historia común sin dividirla por países, porque cada uno está en desacuerdo con el otro sobre la interpretación de la historia. Mira, por ejemplo, el euro. Tras arduos debates, sus creadores no se pusieron de acuerdo para poner en los billetes la figura de Cervantes o de Goethe. Porque otros decían entonces que deberían ir Molière o Victor Hugo. Por eso necesitamos encontrar las herramientas políticas que pueden favorecer ese pasaje y, sobre todo, encontrar las a los medios sociales para hacer que todos los europeos tengan los mismos intereses sociales, algo fundamental para construir una identidad política común. Por desgracia, hoy no existe hoy una intelectualidad europea que pueda plantear estas cuestiones. Hubo algunos grandes intelectuales pienso, por ejemplo, en Jürgen Habermas que han planteado esa cuestión. ¿Pero quién escucha hoy a Habermas? Necesitamos desarrollar una opinión pública europea, favorecer la construcción de una Europa cultural, desarrollar más las relaciones entre las poblaciones, las relaciones a nivel de la educación e investigación. Y llegaremos un día. Estoy convencido de que llegaremos un día a una nación europea. Pero necesitamos crear las herramientas para llegar ahí.
Sin embargo, uno no puede evitar pensar que si esto ya era difícil cuando fue usted eurodiputado, hace unos 25 años, cuando la cultura grecolatina y la religión cristiana eran pilares incuestionables, hoy Europa actualmente es mucho más diversa a nivel religioso, étnico y cultural. ¿Cómo afrontar esos ya no tan nuevos retos?
Esa es una cuestión clave, sí, porque la diversidad no hará sino aumentar. Es muy importante entender que la diversidad viene de que hemos decidido ser más tolerantes, del propio desarrollo de la democracia. En democracia hay cada vez más grupos e individuos que piden el reconocimiento de su especificidad cultural y de su singularidad de cualquier tipo. Y son las sociedades quienes favorecen esto. Quién hubiera dicho que un país como España aprobaría en los 2000 una pionera ley de reconocimiento de los derechos de los homosexuales. Esto fue así porque España se democratizó mucho más rápidamente que otros lugares de Europa y, aunque esto no lo crean los españoles, probablemente es el país más democrático del continente, en el que existen menos prejuicios. Allí habéis aceptado las consecuencias de la democratización. No se puede vivir en democracia y rechazar las consecuencias de la democracia, como pretenden los extremismos populistas.
“Como demócratas, debemos aceptar que la diversidad es una realidad. No podemos expulsar a millones de personas por ser negros, árabes o gitanos”
En este sentido, usted ataca duramente las recientes políticas migratorias de la UE, un tema que conoce bien y que ya trató en su libro ‘Refugiados’ (2016).
Europa no es un continente unido ni confesional, ni étnica, ni culturalmente. La diversidad es una realidad y tenemos que aceptarla. No podemos expulsar a millones de gente que tiene la nacionalidad de los países de acogida porque son negros, árabes, gitanos, o qué se yo. Es imposible hacerlo si queremos defender el Estado de Derecho. Mejor adaptar el Estado de derecho a esta realidad y trabajar sobre nuestra diversidad, tomando en cuenta los problemas, las cuestiones identitarias de cada país, eso se necesita, una gran visión. Necesitamos una reflexión profunda sobre lo que es y lo que debe ser ese continente europeo. Lo que es inadmisible es que nuestra política migratoria sea meramente policial. ¿Por qué a la famosa reunión de hace unos meses acudieron los ministros del Interior y no los de Exteriores o Asuntos Sociales? Europa no debe reducir esta cuestión, como quiere ahora la señora Meloni, a la construcción de campos de internamiento, por no decir de concentración, en países como Albania, Turquía, Túnez o Egipto. Sobre todo porque el flujo migratorio no va a parar y no sabemos cómo se desarrollará.
Volviendo a la geopolítica, usted defiende que Europa debe reconducir sus relaciones con regiones que están siendo muy olvidadas, particularmente el Mediterráneo. ¿Por qué es tan importante?
El Mediterráneo se ha vuelto hoy la zona de fractura más importante del mundo, y esas tensiones pueden provocar algún día otra guerra mundial. Y la Unión Europea, en vez de afrontar el proceso de construcción de una cuenca sur desarrollada, integrada o asociada con los países con el mercado europeo, ha preferido extenderse hacia el Este y olvidar totalmente el Mediterráneo, vendiendo la imagen de que es una zona de amenaza, de peligro. La gente no quiere dejar su país. Si la gente emigra es porque las desigualdades económicas son tan importantes que es una consecuencia natural. Europa debería enfocar su interés en construir un continente subsahariano muy desarrollado, con un mercado eficiente. Tiene que invertir en estos países para poder tener un flanco sur seguro. No puede repetir el error que tuvo con Rusia tras la caída de la URSS, a quien no supo proponer un acuerdo satisfactorio, lo que nos ha llevado a la cruenta guerra de Ucrania.
“Si miramos la historia, Europa bien puede ser considerada un milagro. Es una joya que hay que defender, pero estamos en una fase en la que urge dotarla de identidad”
Otro aspecto con el que es muy crítico del actual plan europeo es la ampliación que pretende acometer la Unión. ¿Por qué es un error?
En las condiciones actuales, hacer una pausa es imperativo. No hay que seguir con la ampliación porque no podemos hacer entrar a todo el mundo. No hay que seguir hasta los 36 países porque cada país que entra necesita financiación y eso cuesta al resto de los europeos, y cuesta mucho. Antes de nada, hay que solucionar el problema de los 27 que están ahora juntos. Necesitamos una discusión, un diálogo político entre estos países para ver qué tipo de organización política se puede adoptar y hasta que eso esté resuelto no podemos seguir creciendo. Los franceses han propuesto hace dos años, tras el discurso de Macron en 2023, en el que respondía a Scholz, la construcción de una Asamblea política europea para plantear estas cuestiones. Esta Asamblea existe, se reúne cada año. Veremos hacia dónde nos conduce, pero es un punto de esperanza.
Ahora que habla de esperanza, el prólogo cierra con una alusión al comentado ‘Informe Draghi’, que señala muchos de los puntos de su libro y que parece que, cuando se aplique, favorecerá muchos de esos cambios. ¿Es optimista con el futuro de la UE?
De nuevo, mirando la historia, Europa es un milagro y tenemos que defenderlo. Es una joya que tenemos que defender. Pero estamos en una nueva fase y tenemos que conseguir las herramientas para darle identidad. Hay que huir del pensamiento cerrado nacionalista, de la politiquería de los Estados en que cada uno defiende lo suyo, y tener una visión común a medio y largo plazo. No tan largo como aquello que decía Keynes de que a largo plazo todos estaremos muertos, pero sí con la suficiente visión para pensar que lo que no se pueda hacer ahora se hará en los próximos años. Los primeros pasos son los comentados: unos estatutos del BCE que piensen en los países miembros y en sus ciudadanos, políticas fiscales e industriales comunes, políticas que apoyen la investigación y el desarrollo tecnológico, que son los elementos claves para poder competir en la época de la inteligencia artificial, una política de cooperación seria y real en materia de Defensa… Las cartas están boca arriba y cuando la realidad se impone, toca decidir. Y yo, personalmente, confío en las nuevas generaciones para construir esa Europa que necesitamos.
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