l anuncio de que el Gobierno alemán, dirigido por el socialdemócrata Olaf Scholz, va a ser más estricto en el control de todas sus fronteras terrestres ha trastocado los términos del debate sobre la migración hacia Europa. Que el Ejecutivo de la principal potencia de la UE –fruto de una coalición entre el SPD, los verdes y los liberales– afronte la cuestión como un problema demuestra que la inquietud general no puede imputarse de forma simplista a la penetración de los postulados ultras en el conjunto del arco político, de derecha a izquierda. La iniciativa persigue dos objetivos inmediatos: disuadir a quienes tengan planeado llegar a Alemania a través de los nueve países que le son limítrofes y transmitir internamente un mensaje de firmeza y diligencia para salir al paso del populismo más xenófobo. En realidad la medida se viene aplicando desde hace meses, de manera esporádica o aleatoria, en determinados pasos fronterizos y en la criba aeroportuaria. Sus efectos han sido leves, aunque significativos como para generalizarlas, según la ministra de Interior, Nancy Faeser.

El asesinato de tres personas en la ciudad de Solingen por parte de un migrante sirio que había rehuido la expulsión, reivindicado por Estado Islámico, ha sido definitivo en la consumación de ese giro. Más aún al producirse el ataque en vísperas de las elecciones en Turingia y de Sajonia que cumplieron con los pronósticos del preocupante auge del partido de extrema derecha AfD y con la coalición en el poder con una aprobación popular bajo mínimos. Alemania tiene tan larga tradición inmigratoria e integradora que convendría atender a sus movimientos reduciendo la carga ideológica de los recelos al respecto. No ha transcurrido ni un semestre para que el Pacto de Migración y Asilo de la UE haya decaído como una salida de mínimos. Es significativo que se trate de un acuerdo ‘en negativo’, de prevención de lo irregular. Aunque ni así alcanza a propiciar un marco operativo conjunto contra las tramas que se lucran a cuenta de la desesperación.

Alemania ha propiciado siempre la inmigración de personas cualificadas profesionalmente, comprometiéndolas en su integración lingüística y restando posibilidades a los países de origen, mientras revaloriza solo a algunas de sus gentes apropiándose de su talento. Pero lo que resulta ya más demagógico que ingenuo es dibujar una política migratoria sobre la nada.