Racismo contra sus negros

Público, MIQUEL RAMOS, 23-05-2023

El caso de Vinicius ha puesto el tema del racismo sobre la mesa, un tema que desgraciadamente otros días pasa desapercibido cuando el implicado no es un jugador de futbol o de un equipo grande, o cuando los insultos son otro tipo de odio y desprecio. Un caso que para quienes nos importa tan poco el color de la camiseta como el de la piel de las personas es una muestra más de la hipocresía que existe cuando se convierte en escándalo internacional el insulto racista a un millonario y no el goteo de muertes en las fronteras ni el racismo que impregna las políticas del mal llamado primer mundo.

A pesar de todo, hablemos hoy de futbol despojados de pasiones, pues ni me gusta este espectáculo ni me siento identificado con ningún equipo, pero entiendo la importancia que tiene en la sociedad y la política. Sirva esto para reflexionar sobre lo acaecido en estas últimas horas, respirar hondo y analizar con menos bilis lo sucedido, aprender de ello y ver un poco más allá de los gritos de cuatro idiotas, que si no están en el campo de futbol, quizás estén mañana en un mitin o recogiendo sus actas de concejales.

La inmensa mayoría de la afición del ValènciaCF no coreó ninguna consigna racista. Pero es verdad que hubo cánticos racistas, que hay racismo en el futbol y que España es un país racista.

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El ValènciaCF anunció ayer que había identificado a alguna de las personas que profirieron los insultos racistas dentro del estadio y que iba a prohibirles la entrada al campo para siempre. Esta no es la primera vez que se denuncian este tipo de insultos en el futbol español, y no dejan de ser una muestra de lo normalizado que está el racismo en la sociedad. Ante estos hechos hemos podido leer y escuchar justificaciones de todo tipo, que van desde acusar a quien recibe el insulto de provocar, hasta negar la veracidad de los propios cánticos racistas.

Negar esto no solo es un error que se volverá en contra conforme vayan saliendo más vídeos, sino que tan solo ayuda a quienes ensucian la imagen del club profiriendo esos gritos y amparándose en esa complicidad que otros les brindan creyendo que así protegen sus colores. Hubo gritos racistas, hay nazis en Mestalla, el club lo sabe, los tolera, los utiliza, y la gran mayoría de la afición valencianista está hasta las narices de ellos.

Cualquier aficionado del ValènciaCF y cualquier valenciano sabe que existe todavía un reducto de los ultras neonazis que el club juró haber expulsado años atrás, y que se han adueñado de los aledaños del estadio y de una parte de la nueva grada de animación. Como pasó en otros clubes, los ultras, aunque supuestamente prohibidos dentro, siguen manejando los hilos de algunas de estas supuestas gradas ‘apolíticas’ o haciendo acto de presencia en desplazamientos o exteriores de los estadios. Imponen sus leyes, amenazan a quienes les reprochan sus actitudes y a quienes en la misma grada no comulga con su ideología ultraderechista. Y esto no es ningún secreto, pues se exhiben en sus redes con absoluta normalidad mientras el club no solo esconde la cabeza, sino que los usa para acallar a sus críticos.

La actitud de los clubes ante este secreto a voces es que, lo que pase fuera, no es cosa suya. Y que dentro, la simbología ‘del odio’ está prohibida. Alguna más que otra, claro, pues sancionar pancartas antirracistas es algo que ha pasado más de una vez en el futbol español. Esta es una de las paradojas y perversidades más comentadas cada vez que los directivos, entrenadores o periodistas salen rasgándose las vestiduras ante unos u otros cánticos racistas mientras callan el resto del año. Que haya sido ante una estrella del Real Madrid es igual de deleznable que si lo fuera contra un jugador de segunda división, aunque quizás no hubiese contado con tanto eco mediático ni con tantas ganas de justicia.

En las gradas, como en la sociedad misma, hay también seres despreciables que se escudan en los colores de su equipo como excusa para vomitar su odio. Negar que exista racismo, banalizarlo, o echar la culpa a quien lo sufre porque su comportamiento es reprochable, es contribuir a su normalización. Y el racismo no es únicamente un hecho individual y espontáneo, sino que vive de la complicidad de quienes lo toleran y lo amparan, lo cobijan o lo menosprecian. Y es, además, uno de los pilares de este sistema, que se escucha cada día en el Congreso de los Diputados, en los medios de comunicación y en las redes sociales. Pero hay quien todavía defiende que es una opinión respetable más. Que sirva esto entonces para visibilizar el racismo cotidiano la mayoría de veces silenciado, aunque a muchos solo les importe y les afecte cuando insultan al negro de su equipo. Cuando es contra sus negros.

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