REPORTAJE: Elecciones 27M Paisaje electoral MADRID

Rachid, el capataz de la obra que vino del sur

Empezó como peón y hoy dirige a cerca de 100 empleados, la mitad españoles

El País, John Carlin, 05-05-2007

Rachid y su pareja, Mari Paz, son incapaces de superar el asombro que les produce el espectáculo de sus propias vidas. Pasa el tiempo – ya llevan juntos casi cinco años – pero cada tres o cuatro días, antes de acostarse por la noche, se repite la misma escena. Se sientan en la cama, se miran, encogen los hombros, sacuden las cabezas y dicen: “No es posible”. “¿Cómo puede ser que todo esto nos esté pasando a tanta velocidad?”. “¡Es que vamos a 180 por hora!”. “No, no es posible…”.

Él es marroquí, de Tánger, y tiene 35 años; ella, española, de Madrid. Él llegó a España hace cinco años y medio con visado pero sin trabajo y hoy es el encargado de una obra de construcción en Madrid donde a veces llega a tener cien trabajadores bajo su mando, la mitad españoles, la mitad inmigrantes como él. Ella es profesora de dibujo en un instituto de Aranjuez. Viven juntos en Pinto, un pueblo limpio y moderno al sur de Madrid que ambos sienten orgullosamente suyo. Al principio alquilaron pero ahora viven en un piso que compraron juntos, y él remodeló. Se van a casar y otro tema inagotable de conversación es el nombre que le van a dar a los hijos que sueñan con tener.

El acelere que Rachid y Mari Paz han vivido en los últimos años es el reflejo del frenesí que está viviendo Madrid. Para el que vive dentro quizá sea un infierno, pero para quien va de visita a intervalos de seis meses, la sensación es de un crecimiento galopante, de una ciudad media europea convirtiéndose a pasos de gigante en una metrópolis mundial. Sólo Londres, en el viejo continente, experimenta tan manifiesta ebullición. Se ve en los rascacielos nuevos que están cambiando la silueta de la capital española y en la extravagancia de sus macroproyectos subterráneos, la expansión del metro y los túneles de la M – 30.

El dinamismo se extiende al detalle de la ciudad: hoteles y restaurantes cada vez más sofisticados (y reconocidos como tal por los grandes periódicos del mundo), la modernización del Museo del Prado y el no menos ambicioso, aunque menos conocido, proyecto para convertir el viejo Matadero en el mayor centro cultural de la ciudad.

Ahí es donde trabaja Rachid, emblema de los dos grandes temas electorales madrileños: la inmigración y el crecimiento urbano. El Matadero es un coloso semiescondido en los alrededores de la Plaza de Legazpi que cubre un terreno enorme, lo suficientemente grande como para acomodar cuatro estadios de fútbol. Construido hace 100 años, combina una maciza monumentalidad con una sorprendente finura en los acabados. Parece más un monasterio en ruinas que un antiguo templo al sacrificio animal. El plan es convertirlo en un centro popular madrileño (parecido al Covent Garden londinense, pero diez veces más grande) donde haya un edificio de multicines, un gran teatro, salas de exposición, restaurantes y bares, tanto dentro como al aire libre. Rachid es el encargado de una parte importante de la gigantesca remodelación, un trabajo delicado y duro que se completará en 2011.

Pasar la mañana con Rachid en su obra es beber el nuevo Madrid, es presenciar el dinamismo de la ciudad en vivo y en directo y es entender el papel decisivo, imprescindible de los inmigrantes en su vertiginosa transformación. Ante tanto temor como se expresa en ciertos círculos, y muy particularmente en Madrid, ante la “invasión” de los inmigrantes, es saludable recordar que la vasta mayoría viene, ante todo, para trabajar, y no a importar su religión o sus costumbres; y, como tal (y como se ha demostrado por excelencia en Londres) representan mucho menos una amenaza que una oportunidad.

Rachid, cuyo apellido es Akchar Touzani, es de estatura mediana, ojos verdes oliva y tez levemente morena. No sólo podría fácilmente pasar por español sino que habla como un nativo, lo cual delata la inteligencia de la que se ha privado Marruecos desde que llegó a Murcia en el 2001 con una oferta de trabajo en una fábrica que nunca se materializó. Rachid, que estudió la carrera de empresariales en su país y después cursó dos años de química, consiguió trabajo de peón en una obra. A los pocos meses conoció a Mari Paz Martín, de 37 años, que vivía en Ciudad Real y estaba de vacaciones en Murcia unos días. Tras un año viajando cada fin de semana para verse, ocultando su idilio a los padres de Mari Paz, decidieron trasladarse los dos a Madrid. Ahí es donde todo empezó a dispararse.

“Tuve la suerte de conseguir trabajo con una empresa constructora, Exisa, que es ágil, flexible, comunicativa y premia el trabajo bien hecho”, dice Rachid. En tres meses ascendió a oficial, tres meses después a capataz y cuatro meses después al puesto de encargado que ocupa hoy. “Si le sumas el teléfono móvil y el coche que me deja la compañía, ganó tres veces más dinero hoy que cuando llegué. Claro, la hipoteca me mata…”.

¿Cuál es la clave del éxito de Rachid? “Además de trabajar con empeño todas las horas del día, la clave para el inmigrante está en tener la mente abierta, ser compatible, adaptarse a la cultura del lugar. Los problemas vienen cuando la gente que viene se aísla, se margina. Porque al rechazar, es rechazada. Y ahí es donde puede comenzar una dinámica conflictiva”.

Rachid es musulmán, pero practicante sólo a medias. No reza todos los días pero sí observa el Ramadán y no come cerdo. Es partidario de que se impongan controles a la inmigración. “Creo que debe de haber ciertos requisitos mínimos para que entre la gente. Se debe de medir el grado de educación y preparación. Algunos de los inmigrantes de mi país proceden del campo. Es gente que vive en otro siglo y les cuesta dar el salto a la modernidad, a cosas básicas como mantener limpios sus hogares. Y porque les cuesta, se refugian en sus costumbres ancestrales”.

Por más que Rachid se haya adaptado, el 11 – M fue como dice, “un palo”. “¡Qué horror! ¡Pobre gente! Pero nosotros, los moros, pagamos el pato. No es que me hayan hecho, o incluso dicho, nada. Pero oías cosas en los bares, en las calles, y te sentías muy incómodo”.

Lo más incómodo de todo fue cuando, tras dos años de clandestinidad, y poco después del 11 – M, Rachid y Mari Paz decidieron que ya no podían esconder el secreto de su relación a sus padres. “Pasamos unos nervios terribles aquel día, pero llegada la hora del encuentro resultó ser un alivio para todos y hoy Rachid es considerado por toda mi familia, mis primos incluidos, como uno más”, dice Mari Paz. “Estoy encantado con ellos”, agrega Rachid, de vuelta en casa después del trabajo. “Y ellos con él”, agrega Mari Paz, entusiasmada.

Cenar en casa de esta pareja tan visiblemente enamorada y en paz – “en cuatro años nadie, ni en Pinto ni en ningún lado, nos ha hecho el más mínimo comentario racista”, dice Mari Paz – es ver una visión ideal del futuro multicultural de la capital española. Rachid es un hombre emprendedor y hecho para un mundo globalizado. Mari Paz es una mujer animada con la inteligencia curiosa de alguien que ha viajado a la India, Jordania, Guatemala, Vietnam. Como su marido, se declara “una fanática de las noticias”. Saben cuáles son los problemas del mundo; saben que proceden de la tendencia a fomentar lo que divide a la gente en vez de lo que la une. Y saben cuál es la solución. “Somos nosotros. Las parejas mixtas somos la solución”, dice Mari Paz, orgullosa, convencida y feliz. “Sin duda”, agrega Rachid, frente a un buen filete y una copa de vino tinto. “Somos el ejemplo a seguir”.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)