ARTÍCULOS

El fracaso

El Correo, BLANCA ÁLVAREZ b.alvarez@diario-elcorreo.com, 03-05-2007

Cada vez que se levanta un muro entre los pueblos, se certifica el fracaso de una civilización mientras un poderoso y oscuro mago sonríe añadiendo una página más en el largo libro de la infamia. Son los emperadores, miedosos ante los bárbaros que vocean en sus fronteras solicitando libertad de su yugo o los hambrientos ciudadanos que caminan en busca de su acorazado palacio reclamando pan y un poco de justicia, quienes envían a sus peones para que levanten un muro capaz de contener la imparable marea de injusticias que amenaza sus impolutos escarpines de dictador.

De nada le sirve a la Historia su machacona insistencia en señalar la ruina que provocan los muros. Los emperadores dictatoriales sólo miran el almanaque de su reinado, aquellas pestes que galopen sobre sus súbditos tras su enterramiento, les importa menos que una flauta.

Se levantó un muro en Varsovia y se revolvieron las cloacas de la ciudad y de las conciencias; se levantó un muro en Berlín y lo bañaron en sangre mientras los más jóvenes pintaban su gris con alegorías y premoniciones. Levantaron un muro en Israel y gotea odio y miseria por sus blanqueadas lajas de hormigón hasta que un día se convierta en sepultura de varias generaciones. El emperador yanqui pretende levantar un muro en Bagdad para ocultar tras él un desesperado fracaso: el suyo, como estratega, como político, como ser humano. Tal vez, para ser él y no la galleta que casi lo atraganta quien pase a los anales del anecdotario infame.

Lo triste es saber, de antemano, que no será el emperador quien pague el tributo a los dioses por su vanidosa osadía, sino que serán los anónimos ciudadanos quienes padecerán su sombra y sus consecuencias. La padecerán quienes lo ven construir, quienes lo construyen, sus hijos, sus nietos y puede que los nietos de sus nietos. No se borran las consecuencias de un muro cuando se logra derribar. A su vera, la muerte, el odio, la pena, el hambre, la injusticia, el fanatismo, el recelo…, irán creciendo como las únicas hierbas posibles. El viento tropezará contra su hormigón y creará remolinos negros capaces de atravesar continentes y océanos en busca de las manos que levantaron su escollo. Nos cegará a todos aunque nos preguntemos de dónde llega y por qué a nosotros. Para entonces, el emperador habrá muerto o permanecerá agazapado, como las garrapatas, en los más oscuros pasillos de su castillo. Y la Humanidad, otra vez, repetirá los errores, los dolores, las llagas y pústulas que, paso a paso, ladrillo a ladrillo, la van alejando, sin remedio, de la inicial vocación de ángeles con que llegamos, de prestado, a este agonizante planeta.

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