«Aquí vivimos mejor que en Canarias»

Los diez menores inmigrantes que residen en un caserío de Lezo aprovechan la oportunidad que les ha brindado Gipuzkoa, lejos de los centros de las islas

Diario Vasco, , 28-04-2007

ARANTXA ALDAZ

aldaz@diariovasco.com/

SAN SEBASTIÁN. DV. «Gira la rueda a la derecha, hasta los treinta segundos… Ahora, dale al botón de abajo. Listo». Son las nueve de la mañana y el caserío Uralde de Lezo se despierta para una nueva jornada. Los diez menores inmigrantes que desde hace poco más de una semana llenan la casa de vida desayunan en la planta baja, una acogedora estancia a la que nos invitan para conocer el regalo que Gipuzkoa les ha brindado después de un dramático viaje a la deriva entre las costas africanas y las islas Canarias.

Los primeros en despegarse de las sábanas son cuatro chavales que preparan el tentempié bajo la atenta mirada de Mikel Malmierka, el director del centro de acogida, y Maider Usabiaga, la trabajadora social. Hoy toca repetir las explicaciones para calentar la leche en el microondas. También les han enseñado a viajar en Topo, a coger el billete de tren, a realizar las tareas de la casa y a llegar hasta Donostia, donde aprenden castellano y euskera. «Para ellos todo es nuevo. El idioma, el lugar, los vecinos, los aparatos… La integración no es fácil», afirma Mikel. Pero los chicos aprenden rápido. Saben que la oportunidad que les han dado no se puede desaprovechar y lo agradecen con gestos y palabras: «Eskerrik asko», sonríe el más pequeño del grupo.

Gipuzkoa respondió a la petición del Gobierno canario y tendió una mano solidaria a los menores que se hacinaban en los centros de acogida. Los diez chavales del caserío Uralde llegaron a las islas en cayucos desde diferentes países (ocho son de Senegal, uno de Mali y otro de India), cada uno con una dura historia a sus espaldas que prefieren no volver a recordar. Allí permanecieron más de seis meses hasta que volaron a Hondarribia el pasado 17 de abril. En su nueva casa de Lezo les esperaban con una gran fiesta. «Llegaron cansados. Fue el momento de las presentaciones. Aquel día se fueron pronto a la cama», cuenta Mikel.

De la gran familia se ocupa un equipo de ocho personas. Además de Mikel y Maider, los chavales cuentan con el apoyo de tres educadores, un educador auxiliar para los fines de semana y dos educadores de noche. «Los vecinos también colaboran. La verdad es que les han acogido muy bien. Éste es un barrio tranquilo en el que todos se conocen. ¿Les han traído hasta regalos! El otro día uno de ellos nos dio tomates y puerros de la huerta, otro les regaló balones para que jugaran. En ese sentido no ha habido ningún problema», confiesa el director.

Las tareas de la casa están repartidas a lo largo de la semana y colgadas de un tablón para que ninguno se las salte. «Esto no es un hotel, es una casa, y los chavales se tienen que hacer responsables de vivir en ella», apunta Maider. Por eso, recogen sus habitaciones, se preparan el desayuno, friegan la vajilla ensuciada y se encargan de varias de las tareas de la casa, incluso de cultivar un pequeño huerto en la trasera del caserío, que ya han empezado a cavar. La cocina, eso sí, se la dejan en manos de una asistente.

Trabajo y deporte

Después de los primeros días más titubeantes, el proceso de adaptación sigue la ruta marcada por los educadores. Hasta que llegue el periodo de escolarización (unos irán al colegio, otros a los centros de iniciación profesional), los chavales continuarán con las clases de castellano y euskera, dos horas al día. El resto de la jornada la pasan en Lezo con actividades y obligaciones domésticas. El objetivo, explican Mikel y Maider, es lograr su «integración socio laboral», que aprendan a vivir en Gipuzkoa y puedan valerse por sí mismos en un futuro, que además, no es muy lejano, ya que muchos de los chavales se acercan a los dieciocho años de edad. «Todos tienen pensado su proyecto de futuro. Lo que quieren es estudiar y trabajar. No son conflictivos».

A Mamadou, por ejemplo, le gustaría ser médico, «para curar a la gente», dice convencido. Otros de sus compañeros sueñan con ganar dinero y poder ayudar a sus familias, con quienes se comunican periódicamente por teléfono. También les encanta el deporte. «Fútbol y balonmano», apunta el chico. Y, de entre todos, emulan a Eto’o, la estrella africana del Fútbol Club Barcelona. «Es el mejor», asiente mientras le pega patadas al balón en la puerta del caserío. Pero el protagonista deportivo de los últimos días está en casa. Y ellos lo saben. El jueves lo vieron jugar en un reportaje de televisión y guardan con mimo el artículo que le dedicó este periódico. Se llama Mamadou Teuw, es de Senegal, tiene 17 años, mide 2,02 metros y tiene una habilidad especial en la cancha de baloncesto, lo que le ha permitido integrarse en el equipo Askatuak donde jugará la próxima temporada. «Están un poco alucinados con todo lo que está pasando. Verse en la televisión, en prensa…», asegura Maider. Para las fotos, la mitad de los chavales se esconde en las habitaciones y los otros, sonrientes, acceden a ser retratados mientras confiesan que aquí viven «mejor que en Canarias».

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