EL RETO DE LA INMIGRACION

Tan cerca del reencuentro, tan lejos

Familiares de los bolivianos del crucero ´Sinfonía´ acudieron al puerto de Valencia con la esperanza de verlos

La Vanguardia, SALVADOR ENGUIX - Valencia, 29-03-2007

Mira, mira; ésa es mi hermana". Ioana, casi una adolescente, de rostro infantil, boliviana residente en barcelona, lo exclamaba con enorme nerviosismo. Desde el enorme ventanal del segundo piso del edificio de tránsito y pasaje del muelle de Levante del puerto de Valencia podía ver, a una distancia de no más de cien metros, a su hermana: una joven no mucho más mayor que ella, delgada, morena, que se paseaba, acurrucada por el frío y la lluvia, por la cubierta, por el último piso del crucero Sinfonía.Justo en la parte más alta, donde se cuecen los turistas en las butacas y tumbonas de este lujoso trasatlántico, cuando el día es soleado.

El buque, atracado a babor en el muelle, majestuoso e imponente, de varios pisos de altura y de 251 metros de eslora, comparecía como un objeto inalcanzable para esta joven, que se esforzaba en pegar el rostro a la ventana para ver mejor en un día tan oscuro. “¿Estás segura de que es ella?”, le preguntaba una amiga, otra adolescente, cogida del brazo. “Sí, sí, es ella, mírala, mírala”, insistía.

Ésa era la única posibilidad que tenía Ioana de ver a uno de los miembros de su familia que transportaba el buque; porque no se trataba sólo de su hermana. “Con ella va mi sobrinita, de dos años”, subrayaba. Como en Tenerife y en Cádiz, la orden de los servicios generales de Extranjería, con sede en Madrid, se cumplió a rajatabla: ante la sospecha de que 82 pasajeros de nacionalidad boliviana podían aprovechar la escala para “colarse” como turistas en España, se miró con lupa la documentación del pasaje. “Si no tienen los papeles en regla no entran”, señalaban desde la Delegación del Gobierno en Valencia. Así fue en Tenerife, en Cádiz y en Valencia, donde el buque alcanzó la costa a las 14.00 horas. El intento de entrar en España con este barco se explica porque a partir del 1 de abril aquellos bolivianos que quieran entrar en España deberán disponer de visado. Otros lo intentaron ayer por avión. Fuentes del Gobierno señalaron que “algunos no sólo no tienen los papeles necesarios, sino que no llevaban ni siquiera pasaporte”. En el caso del Sinfonía,con 500 pasajeros, bajaron los que, con la ley en la mano, sí eran turistas o se podían considerar como tales por tener la documentación necesaria. “Vamos a tomar tapas y a volver al crucero, que salimos pronto”, señalaba uno de ellos, un francés de mediana edad, de pelo canoso, irritado por el mal tiempo. Al cierre de esta edición, el crucero, que partió el pasado 13 de marzo de Brasil, tenía previsto zarpar desde Valencia hacia su destino final, Génova. “He podido hablar con mi hermana por móvil; está bien”, comentaba resignada Ioana.

Miriam Claros, una mujer boliviana que confiaba en el milagro, se desesperó. Había llegado desde Alicante, acompañada de otros familiares, con la ilusión de ver bajar del buque a su yerno, José Luis Casía, y también al hermano de éste, Salvador. “Mi hija tiene un niñito y aquí tengo los papeles del cole porque estamos en regla”, anunciaba mientras, efectivamente, enseñaba a los periodistas estos papeles como si de ellos dependiera que su yerno pudiera pisar suelo valenciano. “Un nene necesita a su papá, llevan mucho tiempo separados”, añadía antes de exponer su irritación “porque nadie nos atiende, nadie nos dice nada y quiero hablar con alguien, con gente del Gobierno”. “No tienen móvil, pero otros de aquí – señalaba en referencia a otros bolivianos en su misma situación- han hablado con ellos y no están mal; están cómodos”. Con los nervios a flor de piel, incapaz de aceptar la evidencia de que ese buque que ahora estaba a pocos metros de ella iba a zarpar en las siguientes horas con su familiar a bordo, recordó: “Mi yerno ha sudado mucho para llegar aquí, le costó 3.000 euros el billete, una fortuna, porque hace falta mucho dinerito para ir en ese barco”. Ariel Heredia y Guillem, hermanos, bolivianos, pegados a la conversación, pedían que se les prestara atención. Serios, jóvenes, de rostro duro. “Pon que estamos aquí esperando a nuestro sobrino, Jonny”, señalaba Ariel. No dijeron nada más, no querían narrar una historia. “Pon sólo eso cuando escribas”, repetía, mientras daba dos pasos atrás.

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