Escaparate con trampas para ratones

La Vanguardia, NORBERT BILBENY, 27-03-2007

Los ricos llegan a Barcelona en jet o crucero. Los inmigrantes, en clase turista o tren. Ambos grupos hacen hoy la economía de la ciudad, pero unos se van y otros se quedan. La ciudad, como otras, experimenta el paso de una economía industrial y nacional a otra de servicios y posnacional, en la que apunta ese doble carácter de su población, unos transeúntes y otros estantes.

Una particularidad de Barcelona es que la intensa inmigración ha coincidido con el extraordinario aumento del coste de la vivienda, sin que, por causas distintas, se haya acometido un plan de equidad y acceso ante los nuevos retos socioeconómicos de la ciudad. Como resultado, hay tres ciudades en una: la Barcelona de los hoteles y oficinas, para turistas y ejecutivos; la de los barrios gueto y pisos patera, para el nuevo proletariado, y la Barcelona normal y discreta, donde habitan ancianos empobrecidos y jóvenes ricos con un solo hijo. Si esto es así, habría que reconducir el gobierno de la ciudad hacia una Barcelona socialmente accesible y cohesionada. Está en juego su futuro.

Mónica es una lisboeta que estudió el doctorado en Barcelona. Aprendió el catalán y se encariñó con la ciudad. Marchó tres años a Berlín para su tesis. A la vuelta le piden 900 euros en el Raval, donde ya había vivido. Es el doble exacto de lo que pagaba en Berlín por un piso luminoso, con calefacción y dos habitaciones de 25 metros cuadrados en el agradable barrio de Charlottenburg. La mujer se lamenta de haber tenido que instalarse fuera de Barcelona, en un entresuelo de una sola habitación y sin vistas pagando 600 euros al mes. Sin desmerecerla, cualquiera diría que Barcelona es el North Beach de San Francisco o Notting Hill. O que tiene más pujanza cultural que Berlín.

Es sólo un ejemplo, pero lo dejo ahí. Los turistas que se dirigen al Macba barcelonés, o los estudiantes que acuden a las nuevas facultades de la Universitat de Barcelona, pasan por delante de una droguería en cuyo escaparate se mostraban, hace varios años, un par de rústicas trampas para ratones. Hace algo más de un año ya se veía el doble de ellas. Ahora superan la docena, unas para ratones y otras para ratas. Son trampas para los pisos de la zona, no son souvenirs ni fetiches. Y en estos pisos, bajo grietas y entre éstos y otros bichos, duerme, con alquileres de escándalo, la nueva clase obrera de la ciudad catalana.

Barcelona es más turística que Berlín, pero no tiene el desarrollo ni las facilidades para obreros y jóvenes profesionales que ofrece la capital alemana. Ni su nivel de bienestar y comodidades, como el transporte. ¿Por qué, entonces, se pone la soga al cuello, mientras se complace en mirarse a sí misma en una imagen de éxito y postal? Por suerte, la ciudad posee todavía una actividad y conserva una atmósfera de convivencia que le van a permitir reaccionar como debe.

Lo que más preocupa hoy a la gente se produce y resuelve en las ciudades: el acceso a la vivienda, la convivencia intercultural, el transporte (por la distancia entre trabajo y domicilio), las oportunidades de educación, la seguridad en las calles, el civismo, la calidad ambiental. Todo eso ha pasado a ser igual de preocupante que el terrorismo, la precariedad laboral o la corrupción. Si los gobiernos municipales, con el apoyo estatal, no acometen un proyecto de ciudad, la extrema derecha y el fundamentalismo harán, pero mal, esta inaplazable tarea.

NORBERT BILBENY, catedrático de Ética de la Universitat de Barcelona

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)