JUICIO POR UNA MASACRE / Los testimonios / CORINA POPESCU ONCEA

Seis días buscando a Emilian

El Mundo, OLGA R. SANMARTIN, 27-03-2007

Recorrió todos los hospitales de Madrid creyendo que su marido estaba vivo – Cuando el 16 de marzo le confirmaron su muerte, sintió «un alivio amargo» – Ella también iba a coger el tren, pero se quedó en casa en el último momento «Se llama Emilian. E – M – I – L – I – A – N. Sí, el rumano». A Corina y a sus hijos ya los reconocían en los mostradores de admisión de todos los centros hospitalarios de Madrid en los que había heridos del 11 – M. Cada mañana temprano, durante seis angustiosos días, los Popescu emprendían una peregrinación desesperada en busca de Emilian, de 44 años, pelo moreno y complexión delgada, jefe de una cuadrilla de pintores de brocha gorda, padre y marido, pianista frustrado.


Del Hospital 12 de Octubre al Clínico, del Clínico a la Paz, de la Paz a la Princesa, de la Princesa a Getafe… Les faltaba el aliento y les faltaban horas a Corina, a David y a Alin. Los críos sin ir a clase, la madre dejando sin limpiar las ocho casas en las que trabajaba y el nombre de Emilian que no aparecía por ningún sitio.


Pero Corina no desistía, a pesar de que llamó 1.000 veces al teléfono móvil de Emilian y siempre daba fuera de cobertura. En la morgue improvisada que se montó en Ifema, un día le dijeron que tenían que tomarle muestras de ADN porque no encontraban el cuerpo de Emilian; al día siguiente le aseguraron que su marido estaba probablemente en un hospital; al otro le llamaron para avisarle de que habían localizado su cartera…


La cartera de Emilian Popescu. Un pequeño portadocumentos de color negro repleto de papeles y carnés del que se da constancia en la lista más larga y más triste que se ha redactado nunca en España: la de los objetos encontrados en los trenes de la muerte que se incluyó en el sumario del caso.


«Como la cartera no tenía ni un rasguño, yo pensé que era la prueba de que a él tampoco le había pasado nada», explica Corina. «La hija de una señora para la que trabajaba, que era médico, me decía que Emilian no estaba ingresado en ningún lado, pero nosotros seguíamos yendo». Tenían una lista – otra lista – de los hospitales. No se rendían.


«El martes por la mañana fuimos al cementerio de La Almudena. Unos periodistas de televisión nos grabaron con la fotografía de Emilian; pedimos que, si alguien lo había visto, nos avisara por teléfono. Pero por la tarde nos llamaron desde el mismo cementerio, confirmando que habían identificado los pocos restos que quedaban de él».


Los atentados de Madrid, para los Popescu, cayeron en 16 – M. «Ahí todo se acabó. Por otra parte era mejor; sentí un alivio, un alivio amargo».


A Corina – que hoy tiene 42 años – , a Alin – 22 – y a David – 18 – les dieron la nacionalidad española. Con el dinero de las ayudas se compraron un piso en Arganda del Rey, sin hipotecas, al contado. Ella pasó de trabajar de 12 a ocho horas al día. «Antes del 11 – M me gustaba el trabajo, pero ahora estoy muy cansada, no puedo más. Hay veces, como hoy, en que me cuesta levantarme de la cama».


En esas ocasiones, Corina no logra quitarse de la cabeza que el 11 – M se salvó de milagro de morir con Emilian en la estación de El Pozo (iba a acompañarle en el tren, como todas las mañanas, pero le dolía una muela y en el último momento decidió ir al dentista).


Tampoco se le olvida el día que conoció a su marido, en la iglesia adventista de la ciudad rumana de Buzau – «me gustó porque era sincero y tranquilo» – ; ni cuando se casaron, hace 22 años; ni cuando decidieron emigrar a España, en 1996; ni cuando él se empeñó en que sus hijos aprendieran música.


«Él siempre quiso ser músico como su padre, que tocaba el cimpoi. Pero éste murió cuando él tenía 17 años y tuvo que ponerse a trabajar para mantener a su familia», cuenta Corina. «Es la historia de nuestras vidas: yo también quería estudiar, pero tampoco tenía dinero. Nunca pudimos hacer lo que quisimos».


Así que lo primero que hizo Emilian cuando consiguió unos ahorros fue comprarle un violín chino (de saldo) a sus hijos. Mientras practicaban, él se escondía detrás de la puerta para oírlos tocar. «En realidad, él quería un piano, pero era más caro», explica David, que comenzó con siete años y ha quemado la infancia a golpe de conservatorio.


David, menos mal, quiere ser músico – «un músico de verdad, no llevo 16 años con el violín para tocar en bodas o en el metro» – y, por más que lo intenta, no logra entender por qué su hermano estudia Ciencias Políticas. «Todos los políticos son unos mentirosos», sostiene David, hablando muy despacio. «Es vergonzoso, tanto para Aznar como para Zapatero, que la gente esté confundida, que no se sepa la verdad, que haya unos asesinos interrogantes».


Lo único bueno del 11 – M para los Popescu es la solidaridad que han encontrado: «Nos han mandado flores y cartas de apoyo españoles que no conocíamos de nada».

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