Los guetos verticales

El País, JOSÉ MANUEL ATENCIA 27/03/2007, 27-03-2007

En la primera planta del edificio de calle Cabriel, 27, en la barriada malagueña de Palma – Palmilla, vive la exclusión social. Subiendo la escalera de entrada al edificio, girando el pasillo a la derecha, se ha instalado la marginalidad, y dos pisos más arriba, frente por frente al absentismo escolar y la drogadicción, conviven la delincuencia y la inseguridad. Por encima de ellos, puerta con puerta con el ascensor estropeado, habita el miedo, que comparte alquiler con la inmigración, los abusos laborales y la indiferencia.

Los inquilinos de este inmueble llevan años sin ver la luz al final de ese túnel de paredes desconchadas, escalones torcidos, puertas a medio desmantelar y ventanas sin cristales. Desde hace tres semanas ya no hay luz ni al final ni al principio ni en el interior ni fuera. Un incendio calcinó los contadores por la sobrecarga de enganches ilegales y los vecinos pasaron de una sombría existencia a la oscuridad total, ya que no disponen tan siquiera de suministro eléctrico en sus casas. En medio de la negrura, a alguien en el Ayuntamiento de Málaga se le encendió la bombilla y encontró una solución: la de repartir una linterna por familia. Y así llevan tres semanas los inquilinos del inmueble, dirigiendo ese pequeño halo de luz el hornillo donde freír un huevo, el inodoro donde mear y el catre donde caerse muerto.

Del medio centenar de viviendas del edificio Cabriel 27, apenas media docena fueron adquiridas por sus propietarios cuando la Junta las adjudicó con opción de compra. Por eso, en estos momentos, nadie sabe oficialmente quién ocupa las casas. La mayoría están realquiladas de forma irregular y bajo el control de una misma persona. Ante el desbarajuste, no ha habido forma de que los vecinos se constituyan en comunidad, la exigencia que planteó el Ayuntamiento de Málaga para poder incluir el inmueble en un plan de rehabilitación que se repartió por barriadas con la Junta, tras no llegar a un acuerdo para actuar de forma conjunta. Por ello, y también por el hecho de que los vecinos no han aportado el 10% del coste, como requería el Consistorio para implicar a las familias en la rehabilitación, el edificio se desmorona con los vecinos dentro. Uno por otro y la casa sin barrer. Sin arreglar, sin pintar, sin unas mínimas condiciones de habitabilidad. Y ahora a oscuras.

Este edificio no es más que uno de tantos ejemplos de la otra cara del desarrollo urbanístico, cuyos desequilibrios sociales está propiciando el establecimiento de unas barriadas que acoge a una población de escasísimos recursos económicos, llenas de familias desarraigadas y que sirven de refugio a inmigrantes que no pueden ni protestar ya que no existen. Hace dos años, en la memoria de la Fiscalía General del Estado, varios fiscales de audiencias andaluzas denunciaron la sistemática violación de derechos fundamentales que atenaza a la gran mayoría de ciudadanos que habitan estas barriadas. Y, sobre todo, del riesgo social de una situación que aboca a sus habitantes a la actividad delictiva.

En estas barriadas de Málaga, hay familias que han sido apaleadas y expulsadas de sus viviendas por otras familias que viven ahora ilegalmente en esas casas, a pesar de dictarse órdenes de desalojo que nadie es capaz de cumplir. Hay otras que resisten en sus viviendas, aunque atemorizadas por sus propios vecinos. Existen plazas por las que no pueden pasear y calles que no pisa ni la policía. Y hay, sobre todo, miedo. Mucho miedo. El miedo a no tener salida y no poder escapar del círculo. El miedo a quedar atrapado para siempre en estos nuevos guetos, unos guetos verticales que son el peldaño siguiente al chabolismo en la escala de la marginalidad. Desaparecieron casi en su totalidad las infraviviendas de cartones y latas, pero se eternizan barriadas enteras que no garantizan a sus habitantes una convivencia digna y pacífica. Son barriadas bajo la responsabilidad de unas instituciones que hace tiempo que se muestran incapaces de mantenerlas y vigilarlas, y que a lo máximo que llegan, en un clamoroso ejemplo de su impotencia y falta de coordinación, es a iluminar tanta oscuridad con el reparto de unas pocas linternas.

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