«Hay que matar al negro de Alcorcón»

El Mundo, OLGA R. SANMARTIN, 26-03-2007

Unos sicarios ‘amateurs’ intentaron asesinar en 2005 a un opositor a Obiang, pero por error apuñalaron a su hermano. En el juicio, celebrado esta semana, han reconocido su relación con el régimen ecuatoguineano Las órdenes parecían claras, pero daban margen a la confusión. «Hay que matar al negro de Alcorcón», les habían dicho. La víctima, en cuestión, era Germán Tomo, Mayo, opositor al Gobierno de Teodoro Obiang residente en esta localidad madrileña desde que se exilió en 2003. Sin embargo, cuando los verdugos se presentaron en su casa, el 20 de junio de 2005, se equivocaron de objetivo. No contaban con que ese día fuera otro el que bajara del BMW 520 granate que siempre usa el político ecuatoguineano.


No sabían que su hermano, Manuel Tomo, recién llegado de Canadá, había cogido el coche para ir de compras. Todo fue muy rápido. Mientras descargaba las bolsas del maletero, de espaldas a sus dos atacantes, fue apuñalado en el brazo y en el costado. Cuando se dio la vuelta, los agresores se percataron del error. Porque Mayo es mulato tirando a blanco y la piel de su hermano, que agonizaba en el suelo, era casi tan negra como el mango del cuchillo de 20 centímetros de hoja que se usó.


Uno de los sicarios logró huir, pero el autor de las cuchilladas fue retenido por Mayo y unos familiares. Acabaron víctima y verdugo curándose las heridas en el mismo hospital. Manuel Tomo recibió el alta ocho días después y regresó a casa de su hermano. Oscar Darío Velásquez fue a la cárcel.


Podría ser el argumento de una película, pero los hechos los ha juzgado esta semana la Audiencia Provincial de Madrid. Detrás hay una jugosa trama de intereses hispanoguineanos por la que están procesados un ex portero de discoteca bilbaíno, dos colombianos, un ex legionario burgalés, un empresario de Eibar (Guipúzcoa) y otro de Madrid. Los seis presuntamente conformaron una cadena muy jerarquizada de sicarios ocasionales – tan chapuceros como amateurs – a sueldo de un guineano conocido como Boni, al parecer ex director general de Tráfico y jefe de Policía en Guinea Ecuatorial, al que nadie ha llamado a declarar.


¿Fue el mismísimo Obiang el que ordenó, por razones políticas, el asesinato del ex dirigente de la Fuerza Demócrata Republicana (FDR) o todo obedece simplemente a un asunto de deudas sin pagar? La primera hipótesis la defienden los hermanos Tomo. La segunda la ha formulado la fiscal Emilia Carrera, que pide 15 años de cárcel para cada acusado por un delito de tentativa de asesinato. Lo que sí ha quedado claro en el juicio – que está previsto que termine hoy lunes – es que algunos acusados tenían relaciones comerciales, informaciones y bastantes contactos con el régimen ecuatoguineano.


Pero presentemos primero a todos los personajes. Según el escrito de conclusiones definitivas del Ministerio Fiscal, el empresario guipuzcoano Oscar Pérez Bidegain decidió «acabar con la vida» de Mayo porque éste le debía dinero. Así que contactó con el madrileño Angel Alonso Delgado, al que pagó 20.000 euros a cambio de que le vigilara.


Además, encargó al ex legionario Juan Manuel Márquez Jaramillo, Manu, que «contratara a las personas necesarias para ejecutar el hecho». Manu ofreció el trabajito – «10.000 euros para el que vigile y 20.000 euros para quien ejecute» – a sus empleados Miguel Angel Rodríguez, Sigifredo Hoyos y Oscar Darío Velásquez. El primero, un corpulento ex portero de discoteca, se quedó el día D vigilando en un coche, mientras los otros dos, los colombianos, se confundieron y fueron a por el hermano equivocado.


¿Y qué pinta aquí Guinea? En primer lugar, Oscar Pérez Bidegain, el cerebro, admitió durante el juicio que mantenía una «relación comercial» con el tal Boni. Éste le contó que Mayo le debía dinero y le encargó que se enterara de dónde vivía. Oscar llegó incluso a viajar al país africano a ver a Boni con un dossier sobre Mayo elaborado por Angel. A cambio, Boni le recompensó con un sobre lleno de dinero en metálico.


En segundo lugar, en los ordenadores de Angel, intervenidos por la Policía, aparecen varias direcciones y teléfonos de Guinea Ecuatorial, como él mismo ha reconocido. Nada menos que los del hijo del presidente, Teodorín Obiang; el ministro de Hacienda, Marcelino Edu, y la secretaria de la Embajada guineana en España y sobrina del dictador, Victoriana Mangue, Vicky. Al parecer, Vicky y el chófer de la embajada habrían dado a Angel algunos datos clave para localizar a la víctima.


En tercer lugar, durante los días cercanos a los hechos, algunos de los acusados hicieron varias llamadas a Guinea, según se desprende de la investigación.


Oscar, además, dirige una empresa de transportes por carretera, con sede en Malabo, cuyo socio mayoritario y principal accionista es Manuel Mba, ministro de Seguridad Nacional y tío de Obiang. También es el responsable de otra compañía afincada en Eibar que exporta uniformes y armamento para las Fuerzas de Seguridad guineanas. Angel es el apoderado de Hispaguin Sociedad Maderera Hispanoguineana, que explota bosques en el país africano, un ente relacionado con el temible Armengol Nguema, hermano menor del presidente y jefe de la guardia presidencial. Bastantes coincidencias.


«No es cierto eso de que yo tuviera deudas. Mi muerte la encargó Manuel Mba y Obiang lo sabía. No pasa nada allí que no tenga el visto bueno del dictador», asegura Mayo, mientras saborea un rioja en una cafetería madrileña. A su lado está Manuel, que mira nervioso su reloj de oro y brillantes: «Plácido Micó [otro opositor guineano] me contó que Bernardino León [secretario de Estado de Exteriores español] le dijo que Obiang estaba detrás».


Pero, ¿por qué querría Obiang matar precisamente a Mayo y no a cualquier otro opositor, pongamos, por caso, a Severo Moto, cuyos testículos ha confesado el dictador que quiere comerse a cualquier precio? Mayo cree que por una mezcla de poder y envidia: «Lo que más le molesta a Obiang es que se le enfrenten políticos con dinero. Y yo, a diferencia de Severo, tengo bastante».


Germán y Manuel acusan a una misteriosa mano negra de hacer todo lo posible para que la cadena de responsabilidades se corte en los seis procesados y nadie pueda incriminar a Obiang, pero ellos no van a parar «hasta que se conozca toda la verdad». Hasta el propio Severo Moto salió de su escondite el mes pasado para echarles un cable y contarle a Europa Press que ha detectado «en el entorno del dictador un clima de tensión debido al juicio».


Los acusados dicen ahora que en ningún momento querían matar al opositor, sino «sólo darle un susto».


«Me consta que para eliminarme primero contactaron en Marbella con unos mafiosos rusos profesionales, pero les pedían tres millones de euros, así que decidieron hacer ellos mismos el trabajo porque les salía más barato», cuenta el propio Mayo. Las chapuzas salen caras.

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