El velo no deja ver el «burka»

La polémica generada en Londres con el pañuelo islámico se vive con

La Razón, Ernesto Villar, 25-03-2007

madrid – Son las dos y media de la tarde del pasado jueves. Las puertas del
colegio público Jaime Vera, en Madrid, se abren y los niños entran en el
patio en tropel, a trompicones, casi a codazos. Allí les espera otro grupo
aún más numeroso, el de aquellos que se han quedado en el comedor. Juntos
forman un enjambre de lenguas, acentos, razas, creencias, costumbres y
aficiones. Entre medias, dos niñas con el velo islámico cubriéndoles el
cabello. Una de ellas otea el patio en busca de sus amigos. La otra ya los
ha encontrado; dos son españoles y el tercero, mulato. Hablan de sus
cosas, en español. El pañuelo no le supone una barrera. Como si no
existiera.
   En el colegio Jaime Vera, situado en el corazón del
«pequeño Marruecos» de la capital, el 77% de los niños son extranjeros.
Los españoles (140) ni siquiera son mayoría, superados ya por los
ecuatorianos (167). De las 30 nacionalidades presentes, tres profesan el
islam: Marruecos (50 niños, el tercer colectivo más numeroso), Bangladesh
(cuatro) y Argelia (uno). Entre las niñas, apenas cinco o seis van a clase
con el velo, siempre con el rostro al descubierto. Y lo hacen con
naturalidad. «Aquí conviven árabes, españoles y sudamericanos. Y no ha
habido problemas por el uso del velo», explica el director del centro,
José Ambrona. El único momento delicado fue cuando se decidió colocar en
una mesa aparte del comedor a los alumnos que, por motivos religiosos,
tenían una dieta especial. «Ante el temor de que hubiese protestas lo
consultamos con los padres. A todos les pareció estupendo», explica.
   Aparentemente, ante los ojos de los pequeños es como si el velo fuera
invisible. ¿Lo es de verdad? ¿Por qué en España hay esta normalidad,
mientras en Gran Bretaña se ha de – satado la tormenta por este asunto? Más
allá de tradiciones, mentalidades o creencias, la explicación está, simple
y llanamente, en el tamaño del pañuelo.
   «Frena la
integración»
   En el Reino Unido es relativamente habitual
el «niqab», una prenda que cubre de los pies a la cabeza y deja al
descubierto únicamente los ojos. Esta túnica, similar al «burka» afgano,
es tradicional en el Golfo Pérsico. Pero en España, donde las saudíes o
las afganas son una minoría, lo que prevalece es el «hiyab», el pañuelo
que cubre la cabeza pero que deja a la vista la cara, y que domina en el
Magreb. Entre uno y otro media un abismo. En contra del «niqab» y a favor
del «hiyab» está, por ejemplo, el portavoz de la Junta Islámica, Yusuf
Fernández. «El niqab da una imagen falsa del islam, que pretende
fomentar la integración de la mujer. No está justificado que la mujer se
tape el rostro», afirma. Otra cosa es el pañuelo: «Es un símbolo
identitario, igual que en Rusia muchas mujeres llevan un pañuelo en la
cabeza». Kamal Ramouni, presidente de Atime, la mayor asociación de
marroquíes en España, comparte esta opinión. Cree que el «hiyab» despierta
curiosidad entre los españoles, aunque «lo entienden y lo respetan». Pero
no ha faltado quien haya acudido a esta asociación para quejarse de que le
ha supuesto un problema a la hora de hacer una entrevista de trabajo.
«Puede hacer que quien lo lleve sea relegada a puestos en los que no está
de cara al público», afirma Ramouni.
   En la calle, la
polémica, si es que la hay, se vive de una forma similar. A la misma hora
en la que los alumnos se arremolinan a la puerta del colegio Jaime Vera,
un goteo de fieles, solos o en compañía de sus hijos, entra y sale de la
mezquita de Estrecho, a apenas cien metros de allí. En sus oficinas, el
secretario general de la Unión de Comunidades Islámicas de España,
Helal – Jamal Abboshi, se revuelve en su silla cuando se le pregunta por el
debate sobre el velo. «¿Polémica? Ninguna. Aquí las mujeres vienen a rezar
con hiyab, pero ninguna con el niqab», afirma.
   A las puertas de la mezquita, Fátima Hammadieh y su prima Naeda pasean con
sus cuatro pequeños. Las dos llevan el velo. Fátima, española de padre
sirio, lo tiene muy claro: «Estoy en contra de que las mujeres se tapen el
rostro, porque es verdad que impide la comunicación. Pero, el pañuelo…
¿qué problema hay con él? La gente se piensa que nos obligan nuestros
maridos, y en realidad lo hacemos por vocación». ¿Es realmente así? Para
muchos occidentales no. Para los musulmanes, sí. «Es una opción personal
que marca Dios, no el marido – explica Hicham desde su bar, «Alí Babá», en
el barrio de Lavapiés – . Quienes lo usan creen que su belleza la tiene que
disfrutar sólo su esposo, no los demás hombres». En el bazar «Bahía», el
también marroquí Youssef ensalza las virtudes del «hiyab»: «La mayoría lo
combina con vaqueros y ropa cómoda. No se genera rechazo». Cuesta
encontrar partidarios al «niqab», pero los hay. Desde su agencia de viajes
de la plaza de Lavapiés, el pakistaní Malik defiende que «hay que respetar
a quien se lo quiera poner».
   Que existe el riesgo de que esta
prenda se introduzca en España nadie lo duda. Que no parece probable,
tampoco. A fuerza de patearse el barrio de Estrecho, el director del Jaime
Vera recuerda haber visto «dos o tres, como mucho». Hicham tiene que tirar
de memoria: «Sí, sí, conozco una, y encima es española, de pura cepa. Ya
se sabe que algunos cuando se convierten a una religión lo hacen hasta el
final», sentencia.
   

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