El temor a las minorías crece en las zonas rurales

Las áreas más conservadoras de Quebec ven con mayor desconfianza las medidas para integrar a los grupos étnicos y religiosos

El País, J. L. BARBERÍA - Montreal - 21/03/2007, 21-03-2007

“Yo hablo franglés [suma de francés e inglés], soy quebequés”, canta en la televisión, a ritmo de rap, un joven alófono (de origen inmigrante) empeñado en proclamar su afecto entusiasta por este país. Montreal, la capital industrial y financiera de Quebec, ofrece en sus calles un paisaje humano bastante diverso: ucranios, chinos, negros, hispanos, italianos… que parecen sentirse bien en su piel dentro de esta gran urbe de más de 3,5 millones de habitantes.

Gran parte del 10% de los alófonos conviven aquí con los francófonos y también con ese 9% de anglófonos resistentes a la ofensiva lingüística del Estatuto de la Lengua Francesa que en 1977 consagró este idioma como la única lengua oficial de Quebec. Al igual que el resto de Canadá, Quebec es un ejemplo de aceptación y, quizá, también de integración, uno de los estandartes mundiales de la ciudadanía abierta, tenida por modélica, a la que aspiran a pertenecer los millones de inmigrantes que llaman a las puertas de este país.

Y, sin embargo, la palabra clave de estas elecciones, la que, por lo visto, explica el fulgurante ascenso del candidato populista Mario Dumont, es lo que se llama “les accommodements raisonables”, algo así como los ajustes razonables necesarios dirigidos a evitar toda forma de discriminación por la edad, el sexo, la minusvalía, la orientación sexual, la raza o la religión.

Son medidas de integración y de respeto a la diferencia que obligan al Estado, a las empresas y a los particulares a modificar normas, prácticas o políticas convencionales para considerar las necesidades propias de estos colectivos minoritarios. Aunque más de la mitad de las intervenciones en este terreno conciernen, de hecho, a personas con minusvalías, la impresión extendida en la sociedad es que éste es un asunto de las minorías étnicas y culturales, un problema que ha llegado con la inmigración.

Y por mucho que se proclame que los acomodamientos razonables no deben cuestionar en ningún caso la cohesión de la sociedad o el buen funcionamiento de una empresa o institución, el malestar soterrado ha ido creciendo a la sombra de los equívocos y de actitudes que a una parte de la población le resultan incomprensibles. Lo que ha suscitado la polémica o el escándalo son unos pocos casos, aireados ampliamente por los medios de comunicación, relacionados con las religiones no cristianas.

¿Es razonable que un chico sij acuda a la escuela con un puñal en la cintura? Hay entendidos en materia de integración que opinan que sí. ¿Se deberían tapiar las ventanas de los gimnasios para que las chicas musulmanas no estén a la vista? ¿Habría que regular por turnos el uso separado de hombres y mujeres en las piscinas? Las respuestas varían de un municipio a otro, de un responsable a otro.

En Quebec, el entrenador de un equipo de fútbol ha rechazado a una niña que quería jugar con el velo puesto, pero en Ontario, sin embargo, hay una joven en la misma situación que juega sin problemas. También en Ontario se aceptó que tribunales inspirados en la sharia, la ley islámica en su interpretación más estricta, intervinieran en determinados conflictos familiares y otros asuntos civiles, hasta que los abusos en la utilización de estos tribunales aconsejaron a los profesionales de la justicia dar marcha atrás en la iniciativa. ¿Es razonable que la población judía sea exenta los sábados de cumplir con la norma que obliga a cambiar el coche de acera cada dos días para permitir el trabajo de los quitanieves?

La señal de alarma provino de un pequeño municipio de 1.100 personas, Hérouxville, en el que probablemente no han visto más musulmanes que los de la televisión. El alcalde, sin embargo, ha reclamado la derogación inmediata de estas medidas de acomodamiento con un confuso discurso antiárabe y judío, justificado en la defensa de la identidad. De repente, los quebequeses progresistas comprenden que no todo es Montreal, que hay un mundo rural, conservador, que se siente amenazado en su cultura y forma de vida. Los analistas ya han descubierto por qué Mario Dumont ha multiplicado su intención de voto en apenas cuatro semanas.

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