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LA BULGARIA QUE VIVE EN ESPAÑA

El Mundo, 07-01-2007

DESDE EL 1 DE ENERO BULGARIA TAMBIÉN ESTA EN LA UE. TRAS SU VISITA A RUMANIA, CRONICA HACE PARADA EN PLEVEN, LA CAPITAL NORTEÑA RODEADA DE PUEBLOS CUYOS HABITANTES HOY VIVEN EN ESPAÑA: SON MAS DE 40.000 Y EL DINERO QUE MANDAN HA GENERADO UN «BOOM» ECONOMICO EN LA ZONA. EL PRECIO DE LA VIVIENDA SE DISPARA Y LO HISPANO SE NOTA HASTA EN LA MODA El moho avanza implacable de abajo a arriba. Cada invierno lo cubre un poco más. Ya empieza a tapar las letras inferiores del monolito donde se supone que está escrito el nombre del pueblo, Gradina, en caracteres cirílicos. A su alrededor, los hierbajos casi tapan por completo su pedestal. Los árboles que lo rodean llevan años sin podarse y, abajo, el río Chernealka amenaza con llevarse por delante el precario puente de madera que lo atraviesa.


Hace 15 años aquí vivían más de 5.000 personas. Media docena de empleados del ayuntamiento se encargaba entonces de mantener reluciente el monolito, limpiarlo de malas hierbas y de podar los árboles. El puente sobre el río estaba firme y los niños correteaban por las calles de Gradina. Hoy, la mayoría de esos niños han emigrado – casi todos a España – , los dos empleados municipales consideran que los 50 euros mensuales que cobran no merecen el esfuerzo de limpiar el parque y la población desciende mes a mes. En Gradina viven ahora poco más de un millar de vecinos.


«Siempre que vuelvo me da mucha pena. Aquí sólo quedan los viejos y los gitanos. Y muchas casas se están cayendo porque nadie las cuida. Dentro de poco esto se va a parecer a esos pueblos de Castilla donde apenas viven los fantasmas y los recuerdos», asegura Vladimir Georgiev, Vladir, de 28 años. El hombre ha pasado los cuatro últimos cuidando ganado en el pueblo pucelano de Valderas y ha vuelto a Gradina para pasar la Navidad con su madre.


Todos sus primos (17) y sus compañeros de generación también viven repartidos por toda España. «Ésa es la casa de Romeana Ilieva. Vive en Málaga cuidando de un español muy viejo que se llama Pepe. Y aquélla es la de Buriana, que trabaja de camarera en una estación de servicio cerca de Villar de Fallares, en Zamora. Y este hombre del bar tiene un hijo, Detelín, que vive en Albacete currando en una obra…», nos explica Vladir mientras paseamos por el pueblo.


Las casas de los emigrantes que mandan dinero se distinguen claramente de las otras. Las primeras están bien pintadas, reformadas y limpias. Las segundas se caen a pedazos. Unas y otras son desvalijadas cíclicamente por los cacos llegados de otros pueblos. Los rebaños de animales andan por sus calles de arena. No hay comercios. Sólo un par de bares donde ofrecen pan y sal a los extranjeros como símbolo de hospitalidad mientras los escasos paisanos aprovechan para practicar sus rudimentos de español. En casi todas las fachadas hay esquelas con las fotos y los nombres de los muertos pegadas el día de su aniversario. Hay más que habitantes en Gradina.


DESPOBLACION


El resto de los pueblos de la comarca de Pleven, al norte de Bulgaria, viven la misma situación: una despoblación acelerada hacia el sur de Europa, con España como objetivo final. Al menos la mitad de los 100.000 búlgaros que viven en nuestro país vienen de esta zona. La propia capital de la provincia, de su mismo nombre, también ha sufrido una considerable pérdida de habitantes: de los 140.000 que tenía la década pasada a los 110.000 que hay ahora. Todos los días salen autobuses que por 100 euros te llevan a Barcelona, por ejemplo.


La ciudad, sin embargo, es bonita, coqueta y bien cuidada. Aquí no falta mano de obra para limpiarla. En la época del comunismo vivía de una refinería y de varias fábricas al estilo soviético, de esas donde primaba más el número de trabajadores que la calidad de la producción. Ahora, las remesas de dinero enviadas por los emigrantes han creado una floreciente microeconomía local que da de comer a mucha gente. Y, lo curioso, es que su locomotora es también el sector inmobiliario.


El precio de los pisos en Pleven se ha multiplicado por cuatro en los últimos cinco años debido a la inflación creada por el dinero enviado por los emigrantes. «Cuando vienen aquí no comprar tractores o bienes de consumo. Se lo gastan en coches – el vicio nacional – o en viviendas para vivir cuando vuelvan de España. Un piso de 120 metros cuadrados en el centro viene a costar 42.000 euros. El dinero lo consiguen gracias a los créditos bancarios que les conceden bancos búlgaros presentando las nóminas de sus trabajos españoles. El interés es alto para lo que estáis acostumbrados vosotros – casi un 10% – pero tienen la ventaja de que los criterios de selección son menores», asegura la periodista Buriana Bozinova, corresponsal en Pleven, del diario 24 Chasa, el de mayor tirada de Bulgaria.


El número de oficinas bancarias ha crecido más en la ciudad que el de tiendas o bares. Y todas albergan el consabido despacho de la Western Unión para recoger el dinero enviado por los emigrantes.


Los trámites burocráticos provocados por los créditos que estos piden cada vez con más frecuencia han generado una necesidad nueva en esta parte del país: la de traducir documentos oficiales españoles al difícil idioma búlgaro. Entre los más requeridos están la nómina, el contrato de trabajo, el empadronamiento, la tarjeta de residencia, certificados de nacimiento o defunción…


«Son muchos papeles para cada caso y no damos a basto. Luego hay que llevarlos a la embajada española en Sofía, a casi 200 kilómetros, para convalidarlas. Por eso están surgiendo multitud de agencias especializadas – ya hay 10 – pero nos faltan traductores», afirma Iordan, propietario de la primera academia de español que existió en Pleven.


Iordan, hispanista donde los haya, le puso a su negocio el nombre de Pasodoble y lo grabó en los dos idiomas sobre un cartel que tiene de fondo una bandera de España. «Aquí el español es un idioma de culto. Después del inglés, todo el mundo quiere aprenderlo. Pero también hay escasez de profesores. La embajada nos envía material y nos deriva algún maestro temporal, pero no es suficiente. La verdad es que los sueldos, 200 euros mensuales, no dan para mucho», añade Iordan.


En el centro histórico de Pleven encontramos varias tiendas con nombres españoles: Valencia, Gracia, Paloma… Han sido abiertas por emigrantes retornados. «El negocio promete porque está llegando mucho dinero a la ciudad. Los emigrantes más jóvenes presumen con sus ropas españolas y los que no han podido irse también quieren vestir igual. En los cumpleaños y bodas, por ejemplo, se ha puesto de moda regalar camisetas con grabados en español o, para las mujeres, mantillas bordadas de imitación», explica Petia Dimitrova, una muchacha rubia vestida con un top con la palabra «Fiesta» grabada en la espalda.


RITMO ESPAÑOL


Por la noche, en las discotecas de Pleven, se distingue a los emigrantes que han vuelto de vacaciones a pasar las navidades a sus pueblos por ese tipo de camisetas. La de moda este año es una que pone: hijo de p…, aunque la mayoría no entiende bien la referencia. Las sofisticadas gogós se mueven al ritmo de los temas de Mónica Naranjo y los chicos saltan como locos con los acordes de las clásicas canciones de Ricky Martin o, incluso, con el himno del equipo de fútbol del Sevilla. Mientras, en las pantallas gigantes aparecen sugestivas imágenes de las, aquí, míticas fiestas rave de Ibiza…


A la mañana siguiente encontramos a Miroslav Lazarov, de 29 años, abriendo el portal de su casa rodeado de un grupo de alegres amigos. Todos llevan botellas y su intención es continuar la fiesta en el piso que Miroslav se acaba de comprar por 28.000 euros en el centro de Pleven. Es un edificio de poco más de 20 años aunque el apartamento es amplio con sus 80 metros cuadrados.


«Me acaban de dar las llaves y vamos a celebrarlo. Trabajo en una granja de cerdos en Villafranca de Navarra y gano más de 800 euros al mes, el triple de lo que ganaba aquí como agricultor estando 10 ó 12 horas en el campo sin fiestas ni pagas extras. En España se vive muy bien y no tengo intención de volver aquí a instalarme. Pero compré este piso para que mis padres se muden a él cuando ya no puedan valerse por sí mismos. En mi pueblo, Ternene, cada vez queda menos gente», afirma.


Desde hace una semana Bulgaria pertenece a la Unión Europea. Pero en Pleven parece que llevasen toda la vida. Su alcalde, Nayden Zelenogozski, tiene previsto viajar en las próximas semanas a España. En su agenda figuran sendos actos oficiales para hermanar su ciudad con Segovia y Gandía. Más de 40.000 compatriotas de esta zona le esperan.


DE PASTOR A PASTOR.


Estos tres vecinos de Gradina, pastores de oficio, tienen a sus hijos trabajando también de pastores en España. La localidad búlgara, donde hace 15 años vivían más de 5.000 personas, se ha quedado medio deshabitada. La mayoría de los jóvenes del pueblo han emigrado, sobre todo a España. «Aquí ya sólo quedan los viejos y los gitanos», se lamenta Vladimir, de 28 años, que ha vuelto de Valladolid para pasar la Navidad.

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