El atentado con coche bomba de ETA, en el aeropuerto madrileño de Barajas, ha puesto en primeras planas, una vez más, la estremecedora realidad que circunda el éxodo de ecuatorianos al exterior, en busca de soluciones económicas.

Tras la explosión, dos compatriotas han sido reportados como víctimas. Uno ha aparecido ayer, muerto, y el otro sigue desaparecido.

La diáspora constituye una vergüenza para el país, porque está originada en la pobreza: los ecuatorianos emigran por causas económicas; gran número de ellos son expulsados por la condiciones de miseria forzados a soportar, como lo han demostrado las imágenes captadas en Picaihua, de la familia de Carlos Palate, una de las víctimas.

Es que el Estado, las élites ecuatorianas, los líderes de opinión, los llamados emprendedores continúan relegando los impostergables desafíos sociales, a los que se ha respondido principalmente con conductas asistencialistas o caritativas, que sustituyen la verdadera solidaridad que se requiere. La frase ya común dice que no hay que regalar el pescado, sino enseñar a pescar. Eso no se ha hecho en nuestro país.

Por ello, ha resultado escandaloso que, como se ha dicho en páginas de este Diario, el Fondo del Migrante sea “puro cuento”. Y es absurdo, que el combate a la pobreza, a todas sus causas y consecuencias, no esté en el primer plano de la agenda de los poderes públicos. Mejorar las condiciones de vida de la población es un objetivo muy complejo y difícil, que reclama todas las energías del Ecuador.