ENTREVISTA Nuevos vascos

"Fue la desesperación la que nos llevó a marcharnos"

El País, 21-11-2006

MARTA NIETO – Bilbao – 21/11/2006

Micaela Barnos tiene dos hijos, ambos gestados en su Rumania natal, pero sólo el mayor nació allí. Cuando en 2003 decidió subirse con su marido al coche de un matrimonio amigo y emigrar a España, dejando a su hijo mayor, de 15 años, en Rumania, desconocía que estaba de nuevo embarazada. Viajaron directamente a Gernika, lugar del que no sabían nada, pero donde la otra pareja tenía unos conocidos.

Así de simple. Gernika o cualquier otro sitio. Todo les valía, pero lejos de Rumania. “Fue la desesperación la que nos llevó a marcharnos y dejar a nuestro hijo con los abuelos. En mi país el coste de la vida es muy alto y los sueldos, no. Lo hicimos por el niño, porque pudiera tener mejores cosas. Un adulto se apaña una semana con un kilo de patatas, pero decirle siempre a tu hijo que no tienes dinero para nada, no puede ser”, explica Micaela. “Por eso al pequeño ahora le compro de todo, algo casi cada día. Puede que no esté bien, pero quiero darle todo lo que no pude darle al otro”, se excusa.

Ni Micaela Barnos ni su esposo hablaban castellano cuando llegaron, pero no les fue difícil aprenderlo. “El rumano es parecido al castellano, y como yo sabía también un poco de francés, para mí fue fácil llegar a entenderme pronto”, dice. Lo tiene más difícil con el euskera.

Su hijo mayor, que ha venido a Euskadi de vacaciones, espera ahora el momento oportuno para trasladarse a vivir con su madre y su hermano pequeño. Ibai Aurel se llama el menor de los dos jóvenes, dos nombres que le definen muy bien. “Aurel es el nombre de mi padre e Ibai le pusimos porque nació aquí. Él dice que es vasco”, dice su madre.

“El mayor vendrá el año que viene a terminar sus estudios. Para los rumanos que estamos fuera, el uno de enero próximo es una fecha importante, la entrada de Rumania en la Unión Europea. Va a simplificar mucho las cosas”, opina. Dice, sin embargo, que sus compatriotas “de dentro” ven la fecha con temor, ya que no saben cómo podrán adecuarse al nivel económico exigido por la UE y “creen que subirán mucho los precios de los productos”.

A Barnos y a su marido no les fue difícil encontrar casa cuando llegaron a Gernika. “Hemos tenido suerte de encontrar gente buena. Los rumanos que vivían ya aquí nos acogieron y cuando ellos se fueron a una vivienda mejor, nos dejaron la casa. Lo peor, el trabajo”, dice. Y eso que no se puede quejar de la suerte laboral que ha tenido en Euskadi.

Micaela Barnos trabajó en su país 15 años como enfermera. En Gernika le esperaban labores de limpieza y asistencia a ancianos, principalmente. Sin embargo, en su camino se cruzó “un ángel de la guarda”, una persona que es hoy la madrina de su hijo pequeño y su mejor amiga. Esta mujer dirige una residencia de ancianos y le ofreció trabajo nada más llegar, aún a sabiendas de que se hallaba embarazada. “En la residencia he trabajado de auxiliar de enfermería, cuidando ancianos. Empecé enseguida. No hablaba nada de castellano y los ancianos me preguntaban y me preguntaban, y a mí me daba una rabia… Pero así aprendí deprisa”, recuerda.

Gracias a ese contrato, consiguió sus papeles de residencia. Su marido ha tenido menos suerte. “Un taller de coches le ha cogido para trabajar, pero como no tiene papeles…”, se lamenta. Sin embargo, ni siquiera eso es capaz de borrarle a esta mujer rumana la sonrisa de la cara.

Ella se encuentra feliz en la localidad vizcaína y no lo oculta. “Estoy contentísima. Hay personas que me miran extrañadas cuando digo que de Rumania sólo echo de menos a mi familia y que el día que mis padres y mi hijo estén aquí, ya no tendré ningún motivo para regresar allí”. Lo que más destaca de los vascos es “la bondad de la gente”. “No sé si los rumanos serían capaces de acoger a alguien en mi país como me han acogido a mí aquí”, apostilla.

Tampoco dice haberse sentido discriminada en ningún momento por su origen extranjero y es incapaz de nombrar un solo hecho negativo de su estancia de tres años en Gernika: “Ha sido muy bueno todo”, afirma.

En dicha localidad vizcaína, asegura, reside un buen número de compatriotas suyos. Se llaman unos a otros, contándose lo “bien que se vive aquí”. “Yo sólo he traído a mi hermano. No quiero traer a más gente, porque luego tienes que responsabilizarte de buscarles una casa, un empleo, y yo ya tengo mucha responsabilidad con mi propia familia”, explica.

Se queja, eso sí, de la mala fama que algunos de sus compatriotas hacen recaer sobre el conjunto de los rumanos. “Sí hay rumanos que emigran para delinquir, pero en todo el mundo hay gente buena y gente mala y no se puede generalizar. La mayoría de los rumanos han venido a este país para trabajar y salir adelante”, afirma. Como ella y su marido, que ya ven en las calles de Gernika su futuro y en el pequeño Ibai, al más vasco de todos.

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