Miércoles noche. Suena la Marsellesa en el Stade de France. La cámara
recorre los rostros de los jugadores galos. De 11 titulares, nueve son de
raza negra. Un dirigente político, en plena reunión regional, vomita su
opinión: «Me da vergüenza este país. Dentro de poco habrá once negros.
Cuando veo algunos equipos de fútbol, siento pena». El exabrupto, calcado
al que usa Jean Marie Le Pen, esta vez salió de la boca del importante
dirigente socialista Georges Frèche, presidente de la región
Languedoc – Rousillon. Frèche, conocido por su impetuosa forma de hablar,
cruzó la raya de lo permisible. A pesar de ser jornada de primarias, el
primer secretario socialista, François Hollande, condenó con firmeza las
palabras de Frèche. Hasta el presidente Jacques Chirac hizo público un
comunicado en el que censuró la bravata racista. El alcalde de París,
Bertrand Delanoë, calificó el tema de «conversión a la extrema derecha».
Frèche llegó incluso a tasar el número de jugadores negros «aceptable»:
«Lo normal es que hubiese tres o cuatro. Eso sería el reflejo de la
sociedad».