Tijuana, la frontera hecha a sí misma

Uno de los pasos fronterizos más visitados del mundo no oculta la leyenda que le ha hecho temible

Deia, 11-11-2006

En Tijuana no hacen falta dobles muros que EE.UU. tilda de seguridad para frenar la inmigración de los sin papeles. En la ciudad fronteriza por excelencia el mar, símbolo de libertad, ya está dividido por un muro: una parte pertenece a San Diego y el resto, a México. Las oficinas de Inmigración recelan hasta de los inmigrantes legales. Son implacables en sus interrogatorios y desconfían hasta de los documentos oficiales y las huellas dactilares. «En la foto aparece con barba, you know». Esos agentes que se creen eficaces no hacen más que personificar la política del Gobierno de EE.UU. que pretende hacerse con un muro ficticio de una longitud de 1.226 kilómetros y un coste de cerca de 2.000 millones de dólares en toda la frontera con el país azteca.

A partir de ese futuro no lejano, los agentes de la Patrulla Fronteriza tendrán más autoridad para detener e inmovilizar vehículos que se dan a la fuga. Además del muro, se establecerá una barrera “virtual” en la que se utilizarán aviones, helicópteros, lanchas motorizadas, perros adiestrados, barreras, luces de alta potencia, equipos infrarrojos y de comunicación, así como uniformes blindados.

Fue el Senado, reelegido nuevamente esta semana, quien aprobó la construcción de otro muro de la vergüenza, haciendo caso omiso a la ONU y a los grupos de derechos humanos. Se calcula que unos 10 millones de mexicanos viven en EE.UU. y unos cuatro de manera ilegal. En un arrebato electoralista en 2004, Bush llegó a anunciar su intención de que los “ilegales” solicitaran permisos de trabajo de cinco meses, lo que les concedería plenos derechos y la percepción del salario mínimo.

Tijuana no esconde su fortaleza de ciudad de paso, donde los gringos vienen y van a su antojo y pasean los instintos más primitivos. Hay quien dice que lo mejor de Tijuana es su cercanía a San Diego, la contraposición de la ciudad de la perdición que encarna la siempre sorprendente localidad. Pero este enclave, parábola de nuestros días, es mucho más que «tequila, sexo y marihuana». Ese millonario flujo migratorio le da una permeabilidad única que ninguna otra zona fronteriza del mundo posee. Hay muchas ‘‘tijuanas’’, la más reconocible es sin duda La Revo (avenida Revolución). Gringos de todas las edades se acercan a hacer sus compras o a emborracharse. De día abundan las familias que van en grupo y dejan sus dólares en los souvenirs. Se dejan sacar una foto disfrazados de tijuanencos con una burra emulando los tiempos de Pancho Villa y una revolución anclada en los estereotipos. La parsimoniosa mañana sólo se trastoca cuando de las incontables discotecas y locales de bajo fondo salen disparados los borrachos que no pagaron o se pasaron de listos.

Leyendas fronterizas

El tópico de la ciudad que no duerme no es un eslogan en esta ciudad de Baja California, por lo menos en La Revo, sino una forma de ganarse la vida. Sea la hora que sea, en esa avenida ruidosa siempre estará con el ojo avizor el portero de turno o el camarero repartiendo flyers (invitaciones) que no para de gritar en inglés. Poco importa que le respondas en español, ellos siguen pensando que todo curioso es gringo y el gringo habla en dólar, un lenguaje universal.

Por la noche, en cambio, los policías de la oficina federal de EE.UU. que preguntan con malicia a los buscavidas que se embarcan a EE.UU. descansan y llega la hora de los policías locales que tienen el permiso de parar a todo aquel que anda (si no gateando) por las calles de La Revo. «Puedo parar a quien quiera», increpan. «¿A dónde van a estas horas?». «Deje el pasaporte» (pero uno mira al bolsillo, intuyendo una “mordida” soborno).

Ni miles de muros podrán derrumbar el otro sambenito achacado a Tijuana, el narcotráfico. Y esa droga, curiosa y misteriosamente, supera muros y viaja por todos los confines del mundo. En Tijuana la gente sabe lo que se trajina entre los despachos y los bajos fondos. Pero los narcotraficantes toman más precauciones que en otras ciudades mexicanas como Sinaloa, donde todo el mundo los conoce y caminan a sus anchas.

A finales de la década de los 90, Tijuana fue escenario de cientos de asesinatos vinculados al tráfico de drogas. Testigos, periodistas, policías o jueces estaban en su punto de mira. Los mexicanos valoran el esfuerzo del hasta ahora presidente Fox por parar con esa lacra pero, claro, las bandas son demasiado poderosas y tienen muchos amigos en las altas esferas. Y las leyendas no dejan de crecer. Una de ellas cuenta cómo un tren cargado de droga y protegido incluso por el Ejército mexicano salió de Chiapas en dirección a EE.UU. y por supuesto, en su paso por Tijuana, desapareció. A nadie le sorprendió. Sólo sirvió para engrandecer su leyenda.

Los ciudadanos estadounidenses se sienten atraídos por todas esas historia tan marginales y policiacas. Encuentran en Tijuana un bálsamo de libertad y un azote para su tarjeta American Express. De la misma forma que los bares o antros (como se les llama a las discotecas) intentan arrebatarles hasta el último centavo, las farmacias y clínicas dentales les ofrecen servicios nada desdeñables por un módico precio. En la Revo hay numerosísimas tiendas de souvenirs, farmacias, locales y hostales de “usar y tirar”. Una «cultura express» expuesta, santificada y entendida como un canto contra la intolerancia de la cultura mojigata mexicana y un pulso a la opulenta e hipócrita sociedad yanqui. Los jóvenes estadounidenses menores de 21 años encuentran en Tijuana la excusa perfecta para tomar el tranvía de San Diego y pasar la frontera con un objetivo claro: terminar por los suelos y beber hasta que el cuerpo aguante.

Vitalidad artística

Julieta Venegas nació en Tijuana, como otros tantos creadores. Tijuana podía ser una víctima de esas culturas folclóricas como el «tex-mex», que nace de la fusión entre la música tejana y la garra mexicana. Tijuana intenta marcar sus propios parámetros pero la influencia de la industria americana es demasiado alargada. En Tijuana suena con fuerza el Nortec, una conjunción entre la música tradicional mexicana y la electrónica.

Tijuana no sólo es la Revo, es su gran escaparate. La pobreza de la periferia es algo más desoladora, pobres que viven en casas de maderas y que ven la televisión en inglés.

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