LA VIDA MISMA

LOS CHICOS DE LA CALLE (II) (Javier Elzo)

Diario Vasco, 11-11-2006

Decía el sábado pasado que la gravedad de algunas modalidades de violencia en los jóvenes y en los menores es innegable. Que sean o no emigrantes no es lo esencial. Lo esencial es que estén encuadrados en un soporte familiar y escolar normalizado. No es el carácter de inmigrante o autóctono el que está en la base de la conflictividad sino el desarraigo y exclusión sociales y, en los adolescentes, también la ausencia de un soporte emocional sólido. Si hay más inmigrantes conflictivos en un espacio concreto, Tolosa por lo visto, significa que son más los desarraigados extranjeros que los autóctonos. Aunque hay que añadir que en una familia bien, autóctona, un hijo puede ser conflictivo por desatención, permisividad o sobre protección de los padres, por su grupo de compañeros, por desenganche escolar, por afán de notoriedad (filmar las hazañas), por llamar la atención, por juego, por soledad… En cada caso hay, siempre, una historia que es imprescindible desmenuzar.

En el caso de los inmigrantes, que están solos, sin familias, sin papeles y sin trabajo, la sociedad debe ocuparse de ellos. La medida de internamiento puede ser, no solamente inevitable por razones de seguridad ciudadana, (los ciudadanos tenemos derecho a andar tranquilos en la calle y los comerciantes en sus negocios) sino absolutamente necesaria para reeducar (o educar, en más de un caso) a esos chavales. Con un doble criterio de inteligencia. Por un lado tratándolos de forma que las posibilidades de reinserción sean reales: un internamiento no debe ser una cárcel de mera reclusión pero el menor debe saber que hay unas reglas de juego para moverse en la calle, en libertad. Además la sociedad debe entender que lograr insertar en su seno al máximo de estos chicos, además de constituir una exigencia ética, le resulta rentable. Incluso económicamente, pues todo el dinero que consagren a esta labor revertirá en personas que producirán para la sociedad en lugar de ser un rémora para la misma.

La cuestión no es tanto discutir sobre las bondades del internamiento sino dónde están mejor esos adolescentes. Mejor para la sociedad y para su futuro personal. Si dentro, con un acompañamiento inteligente, con personas competentes y con recursos suficientes, o fuera, en la calle, en la escuela de la mera supervivencia. El chaval al que me referí el sábado pasado, autóctono por cierto, a todas luces debe estar dentro. Por el bien de su madre, en primer lugar y por el suyo propio, aunque hoy no lo entienda. A la sociedad le corresponde no escatimar medios para devolverlo, lo antes posible, a la sociedad… y a su madre.

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