La difícil integración

La Vanguardia, 10-11-2006

EULÀLIA SOLÉ

Hay gente que aspira a que la integración social se haga realidad. En cambio, otras personas desean mantener apartados a quienes no han alcanzado su misma posición en la escala social. Unos y otros esgrimen argumentos que consideran sólidos, como ha ocurrido en la polémica sobre la instalación en un barrio alto de Barcelona de un centro para menores con riesgo de exclusión.

Mientras el concejal de Bienestar Social consideraba correcta la ubicación, a fin de que ese tipo de centros dejaran de ser escuelas gueto y de que los alumnos del resto de los colegios asumieran la diversidad, las asociaciones de padres y madres se opusieron abiertamente, considerando que podía generar problemas de convivencia. Suele ocurrir que las personas nos movilicemos sin buscar el trasfondo de las situaciones. Casi nadie se pregunta por qué aquel hombre o aquella mujer ha caído en la indigencia, por qué aquel niño o niña está en un centro de acogida. Resulta más cómodo preocuparnos solamente de nosotros mismos e ir poniendo parches a la vida cotidiana. En realidad, lo más tranquilizador es pensar que si el otro está mal es exclusivamente por su culpa.

También entre los gobernantes se da una dicotomía entre los que abogan por la separación entre aposentados y excluidos y los que pretenden ofrecer una oportunidad a los marginados. Siendo así que se hace patente que los primeros, los que optan por que todo siga igual, lo tienen más fácil.

Cuesta reconocer que todos somos en esencia iguales ante Dios o desde la naturaleza, según creencias, y que, por ende, todos tenemos derecho a gozar de un bienestar básico. La discriminación se impone, tal como demuestra lo que viene ocurriendo en Francia respecto de la escolarización. En este país está vigente, desde el año 1963, una ley que atañe a las escuelas públicas y que obliga a inscribir a los alumnos en los centros del barrio. Bien intencionada ordenanza encaminada a mezclar los económicamente más dotados con los menos, los nativos con los inmigrantes. Al cabo de 43 años, se ha comprobado que muchos padres con recursos empadronan a sus hijos en otro barrio, sea a través de parientes o alquilando un piso, en ocasiones entre varias familias interesadas en una determinada escuela. Es así como se fomentan escuelas gueto a las que sólo concurren los pobres, en gran parte inmigrantes, como se crean estas banlieues que de pronto atemorizan y escandalizan.

Pero a la sociedad aposentada sólo le importa el día a día de cerrar los ojos, proveerse de mullidos colchones y aislarse en su espacio vital. Algo que, por lo común y de momento, consigue. El Ayuntamiento de Barcelona ha cedido y el mencionado centro de acogida de menores no se instalará en el lugar previsto. Los padres y madres de alumnos, y vecinos en general, podrán respirar tranquilos porque en los horarios de entrada y salida de los colegios no coincidirán con el espectáculo de niños y niñas poco alegres, vestidos con ropas sin marca, entrando y saliendo asimismo del centro que les corresponde.

Por lo demás, la desigualdad objetiva cuenta con una medición técnica, un índice sintético que cruza cuatro indicadores: tasa de paro, población con título universitario, formación insuficiente y esperanza de vida. El mapa comparativo en la ciudad de Barcelona muestra en un extremo Pedralbes, Sarrià y Sant Gervasi, y en el otro, Raval, Bon Pastor y Ciutat Meridiana. En contra del axioma, se hace evidente que los extremos no tienden a tocarse.

EULÀLIA SOLÉ, socióloga y escritora
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