CRISIS SOCIAL EN FRANCIA|PRIMER ANIVERSARIO DE LOS DISTURBIOS EN LOS SUBURBIOS FRANCESES

El extrarradio de París vive tan mal como antes de la revuelta del 2005

Las asociaciones de la periferia aseguran que "no se ha hecho nada" pese a las múltiples promesas. Algunos vecinos apuestan por movilizarse en los comicios "para hacerse oír a través de las urnas"

El Periodico, 27-10-2006

MONTSE CAPDEVILA
CLICHY-SOUS-BOIS

Clichy-sous-Bois es una de las muchas aberraciones urbanísticas de los años 60 que abundan en la periferia de París. Hace exactamente un año se hizo famosa al convertirse en el punto de partida y epicentro de la ola de violencia que durante casi un mes hizo que ardieran los suburbios de la capital y de otras grandes ciudades francesas. El detonante de los disturbios fue la muerte por electrocución de dos adolescentes que huían de la policía. Las autoridades temen ahora que el primer aniversario de la revuelta reavive las brasas.
Expertos policiales han llegado a la conclusión de que “la mayoría de las condiciones que llevaron al estallido de la violencia colectiva siguen estando presentes”. Una opinión que comparten tanto las asociaciones como las autoridades locales, que más prosaicamente aseguran que “promesas, muchas, pero ha pasado un año y no se ha hecho nada”. Menos de 15 kilómetros separan París de Clichy-sous-Bois, pero desplazarse allí es como viajar a otro mundo.
Sin metro ni tren de cercanías, un simple autobús -el 601- hace de cordón umbilical entre la opulencia y la nada. Una nada con nombre propio formada por lo que se conoce popular y pomposamente como las tres “residencias”: la Pama, Stamu II y Chène-Pointu. Tres complejos de edificios sin alma -colmenas o nichos, según se mire- construidos en los años 60 por el italiano Luigi Dante con el fin de facilitar el acceso a la propiedad de las clases medias. Ahora son simplemente un gueto de familias de inmigrantes que apenas si pueden pagar los alquileres sociales.

23,5% DE LA POBLACIÓN EN EL PARO
Edificios degradados convertidos en chabolas de 10 plantas donde se amontonan familias de hasta 10 personas y de más de 50 nacionalidades. Pintadas en las paredes, cabinas telefónicas reducidas a su esqueleto. Comercio inexistente. Por no tener, este pueblo grande de 25.000 habitantes no tiene ni comisaría, y el 23,5% de la gente está en el paro.
Nada más subir al autobús, uno se da cuenta que está en otro mundo. El “furgón”, como lo llaman en la periferia, está siempre lleno. “Quemamos tantos coches el año pasado que no nos queda más remedio que ir apretados”, bromea Salim, sentado en la parte trasera del vehículo con dos colegas de 14 y 15 años que matan el tiempo en los centros comerciales. Un trayecto de ida y vuelta de más de tres horas para llegar al centro de París les quita cualquier deseo de buscar trabajo en la capital.
De día, el contacto es fácil: las madres africanas, con sus bebés a la espalda, animan el cotarro. Pero todos sin excepción son alérgicos a las cá-
maras. “Fotos no, que nos han hecho mucho daño”, dice Yasmina, que trabaja en una asociación especialmente activa que ofrece apoyo escolar a los menores de la “cité Pama”.

TENTACIONES
“Cuando salen de clase, estos chavales se encuentran totalmente abandonados. Su única ocupación es jugar en la calle o en la entrada del edificio hasta que regresan sus padres. Más tarde son sus hermanos mayores los que ocupan este espacio, y es aquí donde se calientan los ánimos”, explica Benyousef Boudizi, francomarroquí en el paro y vecino de la cité desde hace 25 años. Benyousef vive en la Stamu II, milita en la asociación A.C. Lefeu y afirma que “hay que movilizarse ahora que vienen las elecciones para hacerse oír a través de las urnas”.
Pero a la hora de hacer balance, como todos los demás, está decepcionado: “Después de todo lo que pasamos pensaba que harían algo, pero todo sigue igual”. La misma impresión tiene el padre de Zyed, uno de los dos chicos que murieron electrocutados el 27 de octubre del año pasado. Amor Benna no hace más que lanzar llamamientos a “la calma”. “Tengo miedo de que volvamos a ver las llamas”. Sobre lo que ocurrió con su hijo dice que aún no sabe nada, pero “confía en la justicia”. También confía en las autoridades y en que “todo se arreglará”, y comprende a “estos chicos sin trabajo y sin futuro”. “Hay que hacer algo -dice- porque si no todo irá muy mal”.
En la alcaldía de Clichy hay una cola de periodistas de todo el mundo. El alcalde socialista Claude Dilain acaba de publicar un libro en el que habla de su combate cotidiano “contra la violencia y la exclusión de sus administrados”, que el vive como una misión al igual que sus colegas de Le Muraux y Montfermeil. En París viven dos millones de habitantes, y en la periferia, cinco veces más. Toda la miseria del mundo parece concentrarse en un solo departamento, el de Seine-Saint Denis, tocado con un índice de paro de más del 45%. “Nos han tocado todos los boletos para la pobreza, pero no nos rendimos”, suele bromear Xavier Lemoine, edil de Montfermeil.
No obstante, por estos días todos están en pie de guerra. “No queremos volver a vivir lo del año pasado”, dicen responsables y asociaciones. Todos tienen la impresión de que para evitar lo peor habrá que recurrir de nuevo al despliegue policial, con el peligro que eso conlleva. El colectivo Banlieues Respects ha pedido un control parlamentario sobre los 700 millones de euros distribuidos por el Gobierno tras la revuelta. Por su parte, la policía acusa a la justicia de laxismo y se quejan de que todos los detenidos en los disturbios han sido liberados.

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