Distancias

La nueva teología defiende que el infierno no existe. Que les pregunten a algunos niños

Diario Sur, 26-10-2006

PABLO ARANDA

QUÉ son mil seiscientos kilómetros, qué es una línea recta en un mapa aséptico en el que solo se dibujan ríos y nombres de ciudades. Las distancias no solo se miden en kilómetros. La vecina que quisimos a los trece años vivía más alejada de nosotros que esos mil seiscientos kilómetros que nos separan de Estrasburgo. Intervienen los parlamentarios, polemizan, discuten, votan, estrechos márgenes les separan, y todo eso sirve para, muchos años después, recorrer de nuevo esa elegante ciudad que también vuelvo a recorrer al ritmo de algunos artículos de Pedro Aparicio, cruzar aquel puente.

Las distancias son mentira, la forma única de medirlas. La nueva teología defiende que el infierno no existe, o que si existe está vacío, otra mentira. Que les pregunten a algunos niños y niñas que sufren el acoso de sus compañeros. Hubo una época en que no tenía televisión (recuerdo las madrugadas con tres amigos alrededor de la radio que emitía la primera guerra del golfo) y solo una vez a la semana buscábamos un televisor: los miércoles, cuando retransmitían una nueva serie de dibujos animados, los Simpsons. Recuerdo el consejo que le dio su padre a Bart el primer día de colegio, esa sentencia real y cruel como un golpe metálico en la cabeza: «no olvides el código del recreo: ríete del diferente». Para muchos niños Estrasburgo no existe, esos mil seiscientos kilómetros no es que sean más largos, es que no son. Y sin embargo llegan a vislumbrar la entrada del infierno. Otros niños, armados de una crueldad infinita y sin fisuras, piensan que siempre se les puede machacar un poco más. Lo hemos visto en nuestras clases, cuando fuimos niños como animales, cuando el miedo y la risa y el cobijo de un grupo lo eran todo. Pero ahora somos adultos y no podemos consentir esos infiernos (otros parecen inevitables, escalas de un camino por el que nos hacemos grandes).

Se publican estadísticas cuyos titulares contradicen los resultados del muestreo. Un 5% del alumnado entre 11 y 18 años se siente maltratado. Entre los 14 y los 18 ese porcentaje es bastante más bajo, lo que quiere decir que entre los 11 y los 13 es bastante más amplio. El diferente es diferente, lo cual no es ni mejor ni peor, es simplemente una constatación obvia, para nada motivo de risa. Resulta inconcebible que un padre y una madre, el profesorado, puedan evitar luchar contra esta injusticia que nos salpica. Como que no se acepten inmigrantes en las aulas, cómo es eso, qué sabe un niño para no aceptar al inmigrante. Porque el titular nos dice que la mayoría de los alumnos acepta la presencia de inmigrantes. Pero leemos que la mayoría es el 62,5%. Nos queda un 37,5%. Demasiado.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)