Identidad velada

La Vanguardia, 24-10-2006

FRANCESC-MARC ÁLVARO
En Occidente, donde hoy celebramos la identidad individual por encima de todas las cosas, parece que hay un problema con determinadas vestimentas de algunas mujeres de fe musulmana, lo que se llama – de manera inexacta- la polémica del velo. El asunto no deja de ser una paradoja en una sociedad que exalta los mecanismos de diferenciación que la moda ofrece para que todos pensemos que somos únicos y diferentes.Todos nos vestimos como nos da la gana, con las lógicas imposiciones y limitaciones que se derivan de nuestras ocupaciones y de nuestras obligaciones.

Está un primer nivel de debate que tiene que ver con la idoneidad de ciertas vestimentas según la tarea, función o cargo que uno desempeña. Se comprende que, por ejemplo, los profesores no acudan a clase con el rostro cubierto. Es lo que se le ha exigido a Aishah Azmi, maestra británica que viste en su trabajo un nikab,ropaje que cubre todo el cuerpo excepto los ojos. Muy distinto sería que la joven docente usara el hiyab,o pañuelo para la cabeza, que deja el rostro al descubierto. Cirujanos, policías, cocineros o empleados de cara al público no son libres de vestir y adornarse como quieren durante su jornada laboral, han de adaptarse a unos protocolos. Esto debe ser igual para todos.

Está un segundo nivel de debate, mucho más complejo, que tiene que ver con los derechos y deberes en una sociedad donde la geometría de libertades debe establecer una solución plausible que no genere agravios y, a la vez, salvaguarde los derechos humanos y proteja a los más débiles. Vestir de uno u otro modo no debe convertirse en la batalla central del Estado democrático, salvo en los casos en que ello ponga en evidencia una situación de opresión sobre un colectivo. Quiero decir que, de acuerdo con Timothy Garton Ash, es obligado distinguir los principios fundamentales de una sociedad libre (en los que no hay que hacer ninguna concesión) y aspectos de otro orden en los que es mejor intervenir poco. En la defensa de la libertad de expresión o en el trato médico y educativo a la mujer, ni un paso atrás. En asuntos como la vestimenta, hay que matizar.

El reto para Occidente es saber si la mujer decide ella o es obligada, como señala Fadéla Amara, feminista musulmana. No siempre es fácil determinarlo. Conozco el caso de chicas de origen magrebí en Catalunya que se han visto obligadas por padres o maridos a vestirse a la manera tradicional, bajo amenaza, a partir de la llegada aquí de imanes integristas. Contra esto sí debe actuar con firmeza el Estado democrático. Pero no nos confundamos: el problema no es el velo, sino la ideología totalitaria que transforma una prenda en cárcel.

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