El verdadero drama de la inmigración

El País, 22-10-2006

Cuando oímos, leemos y vemos noticias sobre el drama de la inmigración frecuentemente se hace referencia a los renombrados cayucos, a la llegada masiva de inmigrantes a las costas españolas o a la acción del Gobierno en contactos diplomáticos para repatriar y para frenar el efecto llamada. Y sin embargo el drama no ha hecho más que empezar.

Todo lo dramático de emigrar a otro continente, por no decir mundo (que tiene una connotación diferente y algo imperialista), comienza con tal llegada, si es que se llega. Pues cualquiera de los inmigrantes que reside en España tiene que hacer frente cada día a las dificultades de acceso al empleo, a la sanidad, a la educación; a la interminable espera y agonía por una regularización de su situación y la de su familia; sin mencionar el racismo encubierto, la discriminación, la xenofobia y el abuso que nuestra sociedad ejerce poniendo un sinfín de obstáculos al otro lado de la frontera que acaban de cruzar. Y lo peor de todo, lo más dramático, es que esos obstáculos en realidad son nuestros derechos: cada inmigrante se enfrenta a los derechos de los españoles. Sí, se confronta con todos nuestros derechos, pues nuestra ciudadanía es, además del origen de nuestro bienestar, el límite del ejercicio de los derechos de cualquier inmigrante. Quién no ha oído alguna vez decir eso de “el trabajo en España primero para los españoles y luego para los demás”.

Es por ello que tanto la difusión como el debate sobre la inmigración debiera dar un paso adelante e implicarnos a todos en consecuencia. Pues me temo que la verdadera frontera que han de cruzar los inmigrantes es una frontera que no se ve, sin guardia civil, sin vigilancia, pero ante la atenta mirada de todos nosotros y eso sí que es un drama.

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