«Pierdes un país y no ganas otro»

Ellos lo han conseguido. Tres inmigrantes integrados plenamente en la sociedad vasca analizan la actualidad del fenómeno que representan

El Correo, 27-09-2006

SABEL IBÁÑEZ

Un ecuatoriano emigrante en España regresó al fin a su país el lunes. Era uno de ésos que, de pronto, dejan de contar para las estadísticas de inmigración. Había que celebrarlo, no todos los días se despoja uno del síndrome de Ulises. Así que alquiló un autocar, montó dentro a 52 amigos y puso rumbo al balneario de aguas termales de Papallacta. El vehículo volcó en esa curva bautizada igual en todas partes, ‘la de la muerte’; 47 de ellos perdieron la vida y pasaron a engrosas estadísticas más oscuras. Ser inmigrante deja huella: despedidas, viajes, horas de locutorio, celebraciones, hambre, dinero, peligro, miedo… Sus vidas tienen a veces final feliz, otras todo lo contrario, pero siempre resultan dignas de un guión de cine.

Buenos ejemplos se muestran estos días en la Quincena de Cine que el Museo Guggenheim ofrece en colaboración con el Festival de San Sebastián. La pinacoteca ha invitado a representantes de este colectivo a los pases de las películas y a visitar gratis sus exposiciones. Assane Ndiaye, de Senegal, Greta Frankenfeld, de Argentina, y Fernando Cruz, de Colombia, fueron tres de los elegidos. Llegaron a nuestro país en avión hace pocos años y hoy están plenamente integrados en la sociedad vasca. Ellos no han sufrido tantas penalidades como las gentes que vemos llegar a las costas en los informativos, pero quieren hablar de las últimas noticias sobre inmigración.

Assane tiene hoy 23 años, trabaja en Bilbao de electricista y pertenece a la ONG Senevasca, aunque hasta hace cinco años vivía en Senegal. Allí miraba la tele y veía imágenes de Europa: rascacielos, trajes caros, comida abundante, coches bonitos, gente feliz. Si una cámara de cine hubiera enfocado en aquel momento su rostro habría visto sus ojos brillar. Así que se vino a España «para tener un futuro mejor». Aquí ya vivía su madre, y su padre tenía en África un buen trabajo, con lo que no le costó demasiado hacerse con un billete de avión. Ahora también mira la tele, pero desde Europa, y lo que contempla son negros como él llegando desnutridos a las playas canarias en barcas. Algunas vienen vacías. Si la cámara enfocase sus ojos, brillarían también, aunque de forma diferente.

«Están deslumbrados por el sueño europeo – dice Assane – , creen que aquí todo es fácil. Si pudiera, les diría que no merece la pena jugarse la vida, que lo mejor es intentar buscársela en el país de uno, que aquí nada es fácil, pero no te creen. Sólo dicen ‘mira cómo vuelves, lo que te has comprado, mira dónde trabajas’. El otro día hablé con un chico de Gambia que había regresado con un vídeo donde les mostraba sus condiciones de vida y no se lo creían, pensaban que les estaba mintiendo». El pasado día 15, su país permitió el primer vuelo de repatriación con la condición de que estos viajes de vuelta no se aireen demasiado, ya que la medida es impopular. De hecho, la tele mostró imágenes de senegaleses clamando contra el Gobierno español. «Es normal, algunos llegan a vender su casa para pagarse el viaje en cayuco, ¿se juegan la vida! Si les devuelven a su país regresan a la miseria más absoluta; y es muy difícil empezar allí de la nada», añade este joven que consiguió sus papeles en la última oleada de regularizaciones.

Guerrilla colombiana

Otra película diferente es la de Fernando Cruz. Colombiano de 39 años, se vino a España en 1999 para estudiar un doctorado. En su país trabajaba para alcanzar acuerdos entre el gobierno y la guerrilla y se ocupaba de la reinserción de los paramilitares. «Una compañera fue asesinada, así que, al ver la oportunidad, decidí quedarme aquí». Recuerda una escena en la que se ve a sí mismo esperando para entrar en una discoteca con dos amigas españolas: «Me negaron la entrada echándome en cara que se reservaban el derecho de admisión. Otro día, en la cola del autobús, una chica me llamó sudaca. Es muy difícil escuchar estas cosas de gente que no sabe nada de ti, ni lo que has hecho, ni quién eres, y que te trata como basura», se queja.

Fernando es presidente de la Coordinadora de ONG de Euskadi de apoyo a la inmigración y vive en Gernika. Se trajo a su mujer y posee la doble nacionalidad. Cuando regresa de vacaciones a su país, desaconseja a sus amigos la ‘huida’. «Les desanimo porque te quedas con el corazón partío, como la canción. Pierdes un país y no ganas otro. Allí soy el español, el vasco, y aquí soy el colombiano. Agradezco las cosas que he ganado, pero he ido perdiendo otras: la familia, los amigos, los olores, los sabores… Yo preferiría vivir allí. Si no tienes amenaza sobre tu vida, lo mejor es quedarse. Siempre se busca el sueño americano, pero no es nada fácil. Cuando la gente regresa suele haber un pacto de silencio, vuelves como triunfador, y ocultas las dificultades. Pues yo no les digo que no emigren, pero sí les cuento la realidad, les hablo de pisos pequeños con quince personas hacinadas y sin ninguna intimidad. Les hablo de lo que cuesta ahorrar».

El ‘efecto llamada’

La más afortunada quizás sea Greta Frankenfeld. Periodista argentina de 31 años, se vino en 2002 con su hija, en plena crisis de su país, «huyendo de la eterna sensación de inestabilidad». Su suerte radica en que su padre les legó también la nacionalidad alemana, con lo que no deja de ser una ciudadana europea. La escena de su película transcurre en el aeropuerto de Barajas: «Me veo allí, con las maletas, pensando que todo mi mundo se reducía a aquellos cuatro bultos». Respecto a los últimos acontecimientos en España, ella cree que «ver la inmigración como una preocupación es un error». «Es algo que sucede y va a seguir. Se ha desatado el temor porque no se ayuda a la sociedad a ver el lado positivo».

A Fernando le preocupa que «a un problema social se responda con políticas policiales. La Europa de las libertades corre el riesgo de convertirse en la Europa integrista – asegura en referencia al reciente referendum celebrado en Suiza – . Y hablan del ‘efecto llamada’, cuando eso ya se produce de norte a sur con las empresas que van a expoliar las riquezas del tercer mundo y con los gobiernos que apoyan a gobiernos antidemocráticos». «Me pregunto – dice Greta – que pasaría si los cayucos empezasen a llegar vacíos, con lo que eso significa. ¿Sería tan noticioso el tema?».

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