Un viaje de la patera a la calle Añadir a Mi carpeta

Teofulus Traoue vive en las calles de Madrid tras haber estado internado en un centro y ser acogido en un albergue y en un piso

El País, 11-09-2006

Hace casi cuatro meses, Teofulus, maliense de 33 años, se confesó forofo del Real Madrid en mitad del salón de su primera casa en Europa y los compañeros de piso allí presentes, Check y Alí, cameruneses, casi le echan de casa. “¡No hay mejor jugador en el mundo que Eto’o!”, gruñó Alí. “El Barça es el primer equipo de España”, añadió Check. El debate entre merengues y culés de Malí y Camerún se prolongó durante unos diez minutos. Finalmente se le concedió a Teofulus el derecho a seguir admirando a Zidane, su jugador favorito.

La escena, que tenía lugar en Madrid y en francés, es irrepetible, porque Zidane ha dejado el fútbol y porque Teofulus duerme ahora en la calle. La casa en la que vivía era uno de los pisos de acogida de la ONG Grupo Cinco, y los inmigrantes subsaharianos pueden permanecer allí un máximo de tres meses. Teofulus los agotó hace dos semanas. En el español que ha aprendido desde aquella apasionada discusión entre aficiones enemigas, resume: “Se acabó mi tiempo en la casa y me puse a buscar otro sitio, pero me pedían 350 euros por alquilar una habitación y no tengo tanto dinero. Cuando me paguen el trabajo, volveré a buscar, pero de momento vivo aquí”, dice señalando un banco en una céntrica calle madrileña.

El sueldo que espera cobrar se lo ha ganado levantándose todos los días a las 4.30 para llegar a tiempo y pelear con otros subsaharianos, rumanos y colombianos por una plaza en uno de los tres vehículos que pasan cada mañana por una plaza madrileña buscando peones de construcción. “Se baja un hombre y empieza a preguntar muy rápido: ¿tú tienes papeles? ¿Y tú? ¿Tú? -explica Teofulus -. Se llama Edu y es muy simpático. Nos lleva siempre a las afueras de Madrid, donde no hay metro, y luego nos trae de vuelta. En el camino me suele preguntar si estoy cansado. Yo respondo siempre lo mismo: ‘Un poquito’, y nos reímos”.

Teofulus no tiene papeles, pero ha alquilado unos. “Me los deja un compañero que lleva diez años aquí. Le tuve que pagar 190 euros, pero no es mucho teniendo en cuenta que es la única forma que tengo de poder trabajar y ganar dinero por mí mismo. Antes sólo podía trabajar de vez en cuando en la construcción y de noche, que no hay controles. Ahora con los papeles es más fácil”, asegura. Cuando los necesita para firmar contratos, su amigo se los cede un rato. Nadie percibe la diferencia.

En Malí, Teofulus tenía dos trabajos (albañil y tendero), una mujer y cuatro hijos. El más pequeño, de cuatro años, murió hace apenas un mes. Teofulus se enteró cuando llamó a su esposa, Aoua, de 25 años, hace dos semanas. Hablan poco, una vez al mes más o menos, pero la conversación siempre es parecida: “Ella me pide que le envíe dinero, ropa, comida, y yo le digo que espere, que todavía no puedo mandarle nada”, ríe Teofulus reproduciendo los mismos gestos que hace cuando le pide a su mujer el imposible, que tenga paciencia. La última vez que hablaron, Aoua no pidió nada. “Me dijo que nuestro hijo se había puesto enfermo y había muerto. Ella está muy triste. Yo también”.

Teofulus hace una pausa y luego se encoge de hombros. Finalmente, dice: “No quiero quedarme aquí para siempre. He venido a España para poder volver con dinero a Malí. Aquí, 200 euros no es mucho, pero en mi país es una fortuna. Quiero ganar mucho dinero, volver a Malí, hacerme una casa enorme para vivir con mi familia, comprarme un coche y ser un gran patrón”. Mientras lo dice parece hacer cálculos sobre cuánto dinero necesita y cuánto tiempo le va a costar conseguirlo. Hace otra pausa y confiesa: “Todavía no he ahorrado nada”.

Vino a España para tener una casa más grande y un coche, y lo hizo arrastrando una patera con otros 12 hombres durante 13 días desde Mauritania hasta Canarias. El billete le costó 1.000 euros, muchos meses de ahorro y deudas con toda la familia. Dice que el viaje “fue bien”, pero sabe que muchos mueren en ese mismo camino. “Cuando mi mujer me dice que alguien quiere venir, le pido que les diga que esperen. Que no vengan en patera, que usen el dinero para venir en avión. Es muy peligroso”, dice. Pese a todo, Teofulus asegura que no tuvo miedo en la patera, pero confiesa que no le hizo mucha gracia el viaje en avión hasta Madrid. “Era la primera vez que volaba y me asusté un poco”, ríe.

Respiró con alivio al aterrizar en la capital y comenzó su periplo por albergues y casas de acogida. Los tres primeros meses vivió en un albergue de la Cruz Roja, y los tres siguientes, en el piso para subsaharianos de la ONG Grupo Cinco. En el piso, con Check y Alí, culés y pese a todo camaradas, pasó sus mejores momentos en España. Cocinaba cuando le tocaba el turno y comía tres veces al día. Se enganchó a la telenovela Rubí en Antena 3 con el resto de sus compañeros, y asegura que, hasta el momento en el que se fue acercando la fecha límite de los tres meses, fue “feliz”.

Teofulus inaugura su segunda semana en la calle y se acuesta pronto, a las once. Edu le espera temprano.

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