Vizcaya empieza el nuevo curso

Los niños afrontaron su primer día de colegio con buen ánimo y algún ataque de llanto

El Correo, 09-09-2006

Al crecer, muchos seres humanos vamos perdiendo la capacidad de sonreír a primera hora de la mañana. Sobre todo, si es el primer día tras las vacaciones y estamos recorriendo el duro vía crucis que lleva de la cama al trabajo. Los niños son diferentes, se podría pensar que pertenecen a otra especie si no supiésemos que se trata de adultos pequeños: ayer, en el colegio bilbaíno Juan Manuel Sánchez Marcos, la mayoría cruzaba la puerta con expresión radiante, como si la vuelta al cole fuese una excelente noticia después de meses de cuidar de los padres.

Mauro y Edinany, de 11 y 12 años, ya estaban en el patio a las ocho y media, treinta minutos antes de la hora de entrada. «Teníamos ganas, estábamos un poco aburridos de jugar a la ‘play’ todo el día. Aquí haces amigos y te lo pasas bien. ¿Nos gusta el colegio!», aseguraba Edinany, con un mohín travieso que parecía un guiño a los prejuicios de los mayores. El veraneo ha estado bien: uno ha disfrutado del vértigo en Port Aventura, el otro ha viajado por Palencia y La Rioja, pero el colegio proporciona otros placeres. «Me meto con éste, con aquél…», se ríen. Los dos amigos aprovechaban el rato de espera para echar un vistazo a los libros del curso, enseñarse los móviles nuevos y, de paso, chotearse de la antigualla que utiliza el periodista.

Integración de culturas

Pero los grandes protagonistas de la vuelta al cole son los alumnos más pequeños, que invaden el patio a las nueve menos diez como un ‘tsunami’ en el que flotan cabezas de padres y carteras de colores. A algunos se les nota un momento pasajero de duda antes de pisar el colegio, como si temiesen perder pie, pero reina el buen ánimo. La excepción es Lorena, de 5 años, que se deshace en lágrimas y se aferra a su tía Lucía con sus uñitas pintadas de rosa. La mujer, brasileña, se hace la dura e intenta ocultar la humedad de los ojos: «No sé qué le pasa, porque le gusta el colegio y tiene amiguitas… Mira, mira, tus amigas». Al final, tiene que ser la andereño quien deshaga el desesperado abrazo: el llanto de Lorena se pierde en los pasillos del colegio y el de su tía se aleja por General Concha.

Los niños se encuentran con sus compañeros y se saludan, en una alentadora estampa de integración de diferentes culturas. Es inmigrante uno de cada veintidós escolares vascos, pero esa proporción no tiene mucho sentido en este colegio, todo un ejemplo de convivencia. «Tiene amigos de todas partes», se alegra la colombiana Álix junto a John Brainer, que va enfundado en su camiseta del Athletic. Ainhoa, una preciosidad de 3 años, hija de guineanos, también sigue al equipo bilbaíno, o al menos lo introduce en una de esas enumeraciones caóticas que sólo los más pequeños saben hacer: «Me gusta mucho el colegio, el fútbol, el Athletic, los aviones, los helados, las fresas…», aclara, en vista del interés que muestra su interlocutor. Su amiguito Jonathan, aún más pequeño y también procedente del país africano, va repitiendo las palabras destacadas de su discurso: «¿Fútbol! ¿Helado!».

A las nueve y cinco, los niños han desaparecido y quedan los padres, como náufragos en el patio silencioso. Jin Biao Qiu, chino, sale de dejar a su hija Ya Fan: «Hablo poco español, soy cocinero y en la cocina somos todos chinos, pero voy a escuela para hablar mejor», se disculpa, y en su cara se dibuja una amplísima sonrisa. A lo mejor es la ilusión por aprender, pero algunos adultos conservan esa facultad pese a lo temprano de la hora.

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