Seguridad. La Policía ha creado un grupo en Centro para luchar contra carteristas y descuideros, que llegan a ganar 3.000 euros mensuales con sus acciones. En pocos meses los hurtos han descendido un 33% pero para los agentes es una labor difícil, pues casi todos son menores y al día siguiente vuelven a robar

El lucrativo negocio de los descuideros

El Mundo, 09-09-2006

Descuideros, carteristas y otros choros campan por el centro. También hay niños de papá que, ocasionalmente, deciden dar un golpe en alguna tienda de Fuencarral. Pero esos son pocos. Los primeros obligan a la Policía a hacer horas extras y a montar servicios especiales para paliar sus robos. No es raro que estos pillos se saquen 3.000 euros al mes con los teléfonos móviles y carteras que roban a los incautos. Una media de 100 euros diarios, aunque a veces es más.


En el distrito Centro se registraban hace menos de un año más de mil hurtos al mes. Los turistas, ya sean guiris o españoles, son las principales víctimas. Por eso, el Cuerpo Nacional de Policía ha creado un grupo especializado en carteristas y descuideros, que lleva funcionando casi nueve meses. En este tiempo, los resultados han sido muy efectivos: los hurtos han descendido a unos 700 mensuales.


El Grupo I de Seguridad Ciudadana de la comisaría de Centro es el encargado de la lucha contra estos pequeños delincuentes. Pequeños, por cierto, en todos los sentidos, porque nunca roban mucho y casi todos son menores de edad.


El jefe de este grupo policial, Javier R., explica que estos ladrones se dividen en tres grupos: «Los menos numerosos son los carteristas de toda la vida, que son casi ladrones de guante blanco. Son españoles, muy profesionales y capaces de quitarte la cartera sin que te enteres de nada. Además, no son nada violentos, y si se sienten observados prefieren no robar».


El segundo grupo, continúa el inspector, es de los nuevos carteristas: «Suelen ser chilenos, ecuatorianos o rumanos, aprendices de los viejos carteristas. Ellos son menos sutiles y aunque les pillen continúan adelante, con violencia si es preciso. En el distrito tenemos controlados a más de 200».


El último grupo es el más numeroso y el que más problemas supone para los agentes, ya que casi todos son menores. «Son los descuideros. Ellos se acercan a la gente que está en los bares o las tiendas y les quitan todo lo que pueden sin que se den cuenta. No les importa que les pillen, porque van en grupo y arrasan con todo. El principal problema es que por muchas veces que los pillemos ellos van a volver a la calle al día siguiente», explica Javier.


Los agentes del Grupo I de esta comisaría trabajan en parejas. Este periódico salió a la calle con ellos para comprobar cómo es una tarde cualquiera en su trabajo. Los agentes, que van siempre de paisano, frecuentan, sobre todo, la Puerta del Sol y la Gran Vía, que son las dos zonas más castigadas. «Los carteristas van siempre donde hay gente para aprovechar la confusión», explica uno de los policías.


Pese a ir de incógnito, muchos carteristas ya conocen a los agentes, y viceversa. Durante un paseo por la Puerta del Sol, en el que aparentemente todo está tranquilo, se ve llegar a un grupo de cuatro chavales entre el gentío. Son rumanos y moldavos y caminan juntos, como un grupo de amigos cualquiera. «Son carteristas», dice uno de los policías en voz baja. A su vez, un rumano bajito y regordete mira con descaro: «Son policías», parece pensar.


Los cuatro chavales empiezan a andar rápido y a mirar hacia atrás por si les seguimos. Los agentes deciden ir a identificarles. «Ya que nos han visto, lo mejor es pedirles la documentación para que sepan que les vigilamos», dicen. En la esquina de la calle de Carretas les paran y les piden los carnés.


Ellos, con toda la naturalidad, ni se asustan ni se ponen nerviosos, pues este es su día a día. La mitad no lleva carné ni pasaporte, pero no les preocupa en absoluto. «Yo no hablar español, pero soy menor de edad», dice uno, consciente de que la Ley del Menor es benévola. Mientras los policías les identifican y piden datos a la base, el bajito reconoce que es carterista: «Bueno sí, soy un chorizo, pero dejadme en paz, que hoy aún no he hecho nada».


Poco le faltaba, porque ya llevaba un mapa preparado para ayudarse en sus hurtos. Ése es uno de los trucos típicos de los descuideros: te preguntan una dirección con el mapa abierto y, mientras lo miras despistado, te quitan lo que lleves en los bolsillos.


Un policía municipal que pasa por Montera se para a conversar con los agentes y cuenta que ya conoce al bajito de otras veces: «A éste le llaman El Barrilete y tiene 16 años. Es el jefe de este grupo y se suele traer a más chavales para que aprendan el negocio. A estos tres, [refiriéndose a los otros], los ha traído él para enseñarles».


Los agentes deciden llevarse a los cuatro chavales a comisaría por infracción de la Ley de Extranjería. No les han pillado robando, pero saben que mientras estén en las dependencias policiales tampoco podrán hacerlo.

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