Los sinpapeles

Diario Sur, 08-09-2006

TEODORO LEÓN GROSS

EL Gobierno tiene un problema con la inmigración, va de suyo, y por errores que al menos debían haber llevado a Caldera a quemar azufre en el infierno, pero ése no es un problema sólo del Gobierno sino un asunto de Estado y a largo plazo por más que el oportunismo político miope le dé uso en el arsenal de las trincheras partidistas. En realidad España no ha tenido hasta ahora política de inmigración. Política de emigración a veces sí; pero de inmigración no. El Gobierno González pudo permitirse obviar el asunto; el Gobierno Aznar, aunque ya no podía permitírselo, también optó por obviar el problema; y el Gobierno Zapatero asumió la tarea pero ha cometido demasiados errores. Con todo, era ya inaplazable. Tras ganar las elecciones, ante el millón de sinpapeles, había tres opciones: la expulsión; mirar para otro lado o regularizarlos. La expulsión era impensable; mirar para otro lado, como hasta entonces, resultaba absurdo porque los sinpapeles disfrutaban de derechos (colegios, hospitales ) pero sin deberes (como el pago de impuestos); de modo que sólo cabía una regularización, no unilateral, no al margen de la UE, pero sólo eso. Tal como ha diagnosticado la ONU, España se ha convertido en el décimo país del mundo en inmigración – coherentemente con su potencia económica – y había que afrontar esa realidad, no narcotizar también a la sociedad con haloperidol como si no pasara nada. Es verdad que los errores de la regularización han sido un lastre, pero también ha habido aciertos, sobre todo en los acuerdos bilaterales de control y repatriación que ya han reducido en un 80 por ciento las pateras de Marruecos, hasta ahora principal vía de entrada, con quienes era inútil la política de amenazas ensayada por Aznar tras la cumbre de Sevilla de 2002. Como ha escrito Papell estos días, las estrategias cambiantes de las mafias exigen, y a rastras, estrategias cambiantes de los gobiernos. España tiene territorios africanos, lo que convierte al país en puerta de Europa, y aún entran más por Barajas y Pirineos. Sin duda hubo ‘efecto llamada’ provocado por el Gobierno con una regularización demasiado larga y demasiado ancha, pero nada comparado con ‘el efecto llamada’ del hambre. Esa es la clave. La necesidad desesperada mueve, según la ONU, a doscientos millones de almas. Ven los jardines occidentales por televisión, y aspiran quizá no a tenerlos pero al menos sí a ser nuestros jardineros.

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