La «madre coraje» de Senegal

ABC, 07-09-2006

TEXTO Y FOTO: LUIS DE VEGA. ENVIADO ESPECIAL

THIAROYE SUR MER (SENEGAL). Yaye Bayem Diouf, de 48 años, se ha hecho fuerte frente al dolor antes de que éste la bloquee. Hoy se cumplen siete meses desde que se enteró de que su hijo no iba a llegar a Canarias. Su piragua había naufragado a las puertas de la otra orilla, la europea. Alioune, de 26 años, zarpó el 25 de marzo desde Nuadibú. Era pescador de Thiaroye Sur Mer, un suburbio costero al sur de Dakar, y había llegado a Mauritania enrolado en la tripulación de un cayuco con otros vecinos suyos.

Pero allí la situación no era mucho mejor que en Senegal y ocurrió lo que su madre no quería que ocurriera. Si habían remontado desde Dakar hasta Nuadibú en la canoa, ¿por qué no intentarlo con las islas españolas? «Me llamó diciendo que se iba a Canarias», explica Yaye Bayem sin el menor dramatismo mientras muestra una agenda en la que aparece escrito en francés «salida de Alioune» en la casilla de aquel fatídico 25 de marzo.

Días después de emprender la travesía, otra embarcación cargada de emigrantes clandestinos que pasó junto a ellos los vio con problemas. Les dijeron que regresarían a buscarlos tras tocar tierra, pero una tormenta le dio la puntilla al cayuco de Alioune, según los testimonios recogidos por su madre. No recuperaron los cuerpos. «Ésas que están ahí fuera son algunas de las madres», dice Yaye señalando al patio de la Asociación de Mujeres para el Desarrollo Integrado de Thiaroye Sur Mer.

Cuerpos en el fondo del mar

Decenas de jóvenes se han ido en los últimos meses en piragua a España y los cuerpos de muchos de ellos yacen en el fondo del mar. Al drama familiar hay que añadir que la emigración clandestina ha roto la precaria cadena de supervivencia del pueblo, pues muchas madres ya no pueden vender el pescado que traían sus hijos del mar. Las cabras, que salen por todas partes, tampoco dan para sobrevivir.

Sin llegar a quedar inmunizada tras la pérdida de su hijo, sí tuvo claro desde el primer momento que había que hacer algo. Yaye se plantó el mono de trabajo – que tenía a mano como integrante de la asociación – y se propuso intentar dar un vuelco a la situación en Thiaroye. Había nacido una nueva «madre coraje».

Ahora la oficina de apenas cuatro metros cuadrados que ocupa como presidenta de la asociación es una auténtica colmena donde se trabaja a destajo, con las manos y con la cabeza. «Las madres vienen aquí y hablamos, buscamos soluciones, discutimos, hacemos cus – cus, nos consolamos y cantamos para olvidar los problemas».

Pero en la calle los muertos y el empeño de todas estas mujeres parece que no han logrado cambiar el rumbo de las intenciones de muchos de los jóvenes, que, a cualquier precio, quieren sumarse a la desesperada a aquellos que ya se han ido. Las terapias y las reuniones a pie de playa con los pescadores no han dado demasiados resultados y el «no os vayáis, os vamos a ayudar» acaba diluido en el drama cotidiano de Thiaroye. «Al principio nos escuchaban, pero pasado el tiempo ven que no hay solución y se van», reconoce Yaye.

El discurso al que se enfrenta lo dice todo: «Usted es una mujer comprometida, pero yo me voy porque no tenemos qué comer». Y así es como esta misma semana se han seguido yendo algunos grupos de vecinos de Thiaroye en alguno de los cientos de cayucos que colorean la playa.

A la asociación le queda todavía la tarea de ayudar a salir adelante a todas esas familias golpeadas por el fenómeno migratorio. Han dado ya más de ochenta microcréditos de entre 50.000 y 100.000 francos (entre 75 y 150 euros). Mientras habla con ABC varias mujeres se acercan a la oficina para devolver parte del dinero, «que inmediatamente sale destinado a otros que también lo necesitan», explica Yaye.

Doce euros de ayuda

Apretados en su mano derecha Niang Bigué entrega 7.900 francos (12 euros), de los que la presidenta da buena cuenta anotándolos en una cartilla con cuidada caligrafía. A Niang, que hace siete meses que no sabe nada de su hijo, le quedan por devolver aún 21.450 francos (unos 32 euros).

En el patio, una treintena de mujeres, muchas de ellas madres de náufragos. Unas preparan enormes peroles de cus – cus para vender por raciones. Otras ondean al aire sus bubus multicolores al ritmo de palmas y canciones. Todo ante la atenta mirada de las cabras.
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