Un nuevo grupo de 24 senegaleses llega a Barcelona bajo la tutela de una ONG

Los africanos se alojarán 15 días en un albergue para contactar con familiares y amigos

El País, 25-08-2006

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Un total de 24 inmigrantes senegaleses llegaron ayer a Barcelona procedentes de los centros de acogida de las islas Canarias. A diferencia del medio centenar de subsaharianos que el Gobierno central envió el lunes sin avisar a nadie, éstos aterrizaron en el aeropuerto de El Prat de acuerdo con el procedimiento habitual y fueron atendidos por las organizaciones de acogida. La Comisión Catalana de Ayuda al Refugiado (CCAR) trasladó a los senegaleses hasta un albergue de Vallcarca. Allí estarán alojados 15 días, el tiempo “necesario” para buscar a algún familiar o amigo que les ayude a abrirse paso.


“Senegal es un buen país para la agricultura, pero no para los jóvenes: no hay trabajo”. Desde la habitación que lleva ocupando durante apenas un par de horas en el albergue Virgen de Montserrat, Ousmane Diop descansa y echa un vistazo a la televisión. La jornada ha sido dura. Soltero y con sólo 24 años, es uno de los varones africanos que ayer, pasadas las tres de la tarde, aterrizaron en el aeropuerto de Barcelona en un vuelo directo desde las islas Canarias. Después, fueron trasladados al albergue sin el paso previo habitual por el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de la Zona Franca.


Gracias a un acuerdo entre la red de albergues sociales de la Generalitat y la Comisión Catalana de Ayuda al Refugiado, Ousmane y sus compatriotas podrán permanecer alojados durante un máximo de 15 días en este bucólico albergue, en régimen de pensión completa. Pero este atlético joven, que luce un enorme anillo de plata, no tendrá necesidad de prolongar demasiado su estancia. En cuanto pueda, se marchará rumbo a Valencia. En esta ciudad vive y trabaja desde hace más de 20 años su padre, un comerciante que todos los años vuelve a Senegal a visitar a su familia.


Con un futuro inmediato más o menos definido junto a su padre, Ousmane echa la vista atrás y repasa lo que ha vivido en el último mes con una precisión que recuerda a Funes El Memorioso. “Salí de mi país el domingo 16 de julio, y el jueves 27 llegué a Canarias”. “El agua estaba loca”, dice Ousmane para describir el estado de la mar durante los 11 días que duró la travesía atlántica. ¿Y qué pasó con los otros compañeros que iban en el cayuco? “Todos no han llegado, pero sólo tengo en cuenta mi problema”, explica resignado.


Vestido con camiseta blanca, pantalones negros y unas botas de montaña – como casi todos los demás – , Ousmane es consciente de que se encuentra en Barcelona. Pero hasta ahí llega su información sobre la capital catalana: todo lo demás es confusión en un lugar, un ambiente y un clima que a los recién llegados les resulta totalmente ajeno. Ayer por la tarde, ante la ingente cantidad de periodistas que asediaban el albergue, la mayoría de senegaleses prefirieron permanecer en sus habitaciones después de darse una ducha. A modo de improvisado portavoz, uno de ellos atraviesa el vestíbulo, decorado con arcos de imitación árabe, y sale al encuentro de la prensa. Se llama Souleg Wiang. Tiene 31 años. El viaje en cayuco le costó unos 600 euros. Su esposa y su hijo siguen en Senegal. Él quiere ir a Madrid porque allí tiene a un hermano pequeño. Fin de la historia. Pide un cigarro y se vuelve para adentro.


La expectación en torno al grupo de subsaharianos – el primero que llega de forma regular tras el envío excepcional y sin previo aviso del lunes – también sorprendió a los turistas que se alojan en el albergue Virgen de Montserrat. Matthias, un joven alemán que también llegó ayer al albergue social, dice que comprende la “difícil situación” que atraviesan estos 24 inmigrantes. “Una vez fui a Madrid sin conocer a nadie, y ya lo pasé mal… ¡Así que imagínate ellos!”, exclama Matthias.


Ya por la noche, en un ambiente distendido y con el grueso del ejército mediático en retirada, los senegaleses se relajan. Algunos miran la tele: un vídeo musical de la cantante Kylie Minogue. Otros, bolígrafo en mano, empiezan a anotar números de teléfono y direcciones; pero están cansados, pronto se irán a dormir, y ya no tienen más ganas de hablar. Uno de ellos pone las cosas en su sitio: “Hemos de preservar nuestra vida privada”.

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