Butifarra para los inmigrantes

El País, 22-08-2006

Puesta a fantasear, me pregunto por qué los discursos de B – 16 no pueden contener publicidad intercalada

El exceso de actividad puede dañar el espíritu de las personas. No lo digo yo. Lo dice el Papa. A lo mejor es que se acuerda de la suma actividad que, en su juventud, reinaba en los hornos crematorios de los campos nazis repartidos por su Europa. En todo caso, la recomendación pontificia que sigue a tamaña afirmación (que meditemos para que las muchas ocupaciones no nos conduzcan a la dureza de corazón) pues qué quieren que les cuente. Si yo fuera católica habría preferido que mi líder máximo me dijera que es la desigualdad de oportunidades la que obliga a las personas a trabajar hasta extenuarse, y que en esas condiciones cualquiera puede endurecerse. “Y hablando de endurecimientos”, podría haber añadido el teórico Papa de mi no menos hipotética religión, “hagan el favor de usar siempre condones o les excomulgo”.


Puesta a fantasear, me pregunto por qué los discursos de B – 16 no pueden contener publicidad intercalada. Sería fastuoso que él mismo entre consejo sacro y consejo de costumbres se sentara como esas presentadoras de televisión que interrumpen su trabajo (y hacen bien, puesto que perjudica el alma) y nos lanzan un anuncio de cremas para el cutis, aceite de oliva para cocinar y hasta de vibradores (“Balls & Bullets, 3 – 2, yeah!”) que pueden incorporarse al i – pod y siguen el ritmo de la música. Empiezas con el Para Elisa, continúas con algo de salsa caribeña y si deseas una culminación grandiosa a la par que marcial, acabas con La cabalgata de las Walkirias. Eso es lo que me gustaría escucharle a mi Santo Padre, en lugar de esa charla senil que parece dirigida a yuppies y adictos al trabajo de la urbe y del orbe, más comidos por la ambición que agotados por doblarse en el tajo. Los que yo conozco se pasan el rato reuniéndose y citando las obras completas de Ferran Adrià.


Por otra parte, trabajar de verdad tampoco sirve de gran cosa, como bien saben los jóvenes que cuando consiguen un curro cobran un sueldo de miseria. Y si eres inmigrante en Catalunya, peor. Aquellos derechos adquiridos por participar en la comunidad no te serán regalados (según expresión de los catalanistas puros) así como así. ¿Reagrupar a la familia, votar? Pero, ¿qué os habéis creído? ¿Sin saber bailar sardanas? ¿Sin que os haya dado tiempo a aprender catalán (con tanto fregoteo se os ha jodido el espíritu cultural) ni a enteraros de que la Moreneta puede ser negra pero no es de ustedes?


Si en este país hay gentuza que pretende erigirse en distribuidora de derechos, y si los inmigrantes no tienen más remedio que hacer algo para integrarse en nuestro decadente ombliguismo, ¿por qué no les pedimos que donen sangre a los hospitales, que están bajo mínimos? A cambio, se les conceden los derechos civiles a pie de camilla y ellos, agradecidos y débiles como estarán (tendríamos que sacarles bastante: un voto, un litro como mínimo), se limitarán a mirarnos con lágrimas en los ojos, a mojar sus dedos en el agujero del brazo recién pinchado, y a trazar las cuatro barras de la senyera sobre la sábana. Ay mira, reina, cómo se me pone la carne de gallina.


Quien lo tiene claro es Ségolène Royal. Me empieza a gustar tanto que hasta sé dónde ponerle los acentos. Ante el proyecto de Sarkozy para “una inmigración escogida y no sufrida”, la aspirante a candidata presidencial socialista de Francia declara que “la fórmula es insoportable”. Exactamente. Moralmente insoportable, aunque no lo digan ni el Papa (no le he oído pronunciarse sobre el desastre de la inmigración) ni Convergència i Unió ni otros guardianes de las esencias. Royal denuncia que las potencias coloniales “después de haberse dedicado durante años al pillaje de las colonias, ahora, con la inmigración escogida, quieren concentrarse en el pillaje de materia gris”.


Aquí aún es peor, señora. Van a tener que hacerse castellers y comer butifarra amb seques para tener derechos.

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