«Aquí no hay nada para ellos» Diáspora saharui ·

Más de 65.000 menores sufren las precarias condiciones de los campamentos de refugiados en Tinduf. Miles de ellos pasan el verano con familias españolas de acogida, pero cada vez son menos

Diario Vasco, Asier Aldea Esnaola, 08-04-2024

«¿Quién ha estado en España?». Vestida con un uniforme rosa, Raya se arrodilla sobre su asiento como si un petardo acabase de explotar debajo del pupitre y levanta la mano tanto como puede. La pregunta agita a los 38 menores de una de las aulas de la escuela Bala Ahmedzain II, en la wilaya de Smara, uno de los cinco campamentos de refugiados saharauis en Tinduf (Argelia). Otros alumnos también se levantan y agitan sus brazos. «En La Rioja, en Jaén, en el País Vasco…», celebran. El zumbido de los nervios que se aprecia en la clase responde a varios motivos. En unos minutos llega el recreo, y las vacaciones de primavera están a la vuelta de la esquina. Además, la profesora Saguia Bachar está corrigiendo el examen de Matemáticas. Pero Raya no se inmuta. «Las matemáticas son fáciles», afirma, segura de aprobar, esta niña que sueña con ser «doctora». «Es una buena alumna, muy inteligente. Machalah!», señala Bachar, con una palabra con la que se desea todo lo bueno.

A sus once años, Raya nadó por primera vez en el mar cuando viajó a Gran Canaria hace dos años con el programa Vacaciones en Paz. Desde entonces pasa los veranos con una pareja en la isla. Le encanta ir al parque y adora a los animales; los ha conocido a casi todos en el zoo, aunque la vaca es uno de sus favoritos. Pero lo que de verdad le gusta es la playa. El resto del año vive con su familia en Smara y allí no puede ver los altísimos edificios que tanto le impresionaron de Gran Canaria. Allí sólo hay pequeñas casas de adobe y cemento, de una sola planta y con tejados de zinc.

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Cada verano Vacaciones en Paz lleva a saharauis de entre 8 y 12 años a España para que convivan con familias de acogida. Julio y agosto suponen una tregua de los campamentos, una firma de paz con las tormentas de siroco, el calor, que ronda los 50 grados por esas fechas, la falta de alimentos, de agua y espacios para jugar. «Se trata de que los niños puedan conocer un mundo del que están privados por la colonización ilegal de su territorio, aliviarles de las temperaturas extremas del verano, hacer tratamientos y pronósticos médicos para quienes nunca los han tenido y mejorar su castellano», explica Chej Walia, responsable del programa.

3.000
menores

se benefician ahora del programa Vacaciones en Paz, que les mantiene dos meses en España. En su mejor momento llegaron a ser unos 10.000.

Raya es un poco más afortunada que otros niños de su edad. En el año 2006, recuerda Walia, esta iniciativa solidaria que se hizo muy popular registraba los números más altos de su historia, con 10.000 pequeños trasladados a España. Pero la crisis golpeó el programa, que aún no ha recuperado aquellas cifras. Ahora, apenas suma 3.000 beneficiarios, con 1.800 niños y niñas en lista de espera. La falta de financiación y el cada vez menor número de familias de acogida explican esta caída.

La salud se resiente
Pese a la exitosa campaña de vacunación de tuberculosis, de polio vía oral y hepatitis B que ha alcanzado al 97% de los niños y niñas menores de 30 días, según los indicadores del Sistema de Información Sanitaria (Ministerio de Salud de la RASD), la salud de la población infantil saharaui se sitúa en una balanza delicada que al mínimo contacto se desequilibra. En este contexto, la anemia, ocasionada por los bajos niveles de hierro ligados a la mala alimentación que afecta al desarrollo físico y mental, es una de las enfermedades que más pesa: el 54,9% de los menores de cinco años la padecen.

En 2018, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados presentó un censo que a día de hoy se mantiene como el único aval fiable para saber cuántas personas habitan en los campamentos. El informe cifraba en 173.600 el número de refugiados, de los cuales unos 44.300 tenían entre 5 y 17 años y 21.000, entre 0 y 4 años. Pero son datos que ya no se ajustan a la realidad, dados los nuevos nacimientos y la llegada en los últimos años de saharauis procedentes de los territorios liberados que se vieron obligados a refugiarse cuando en noviembre de 2020 se rompió el alto el fuego entre el Frente Polisario y Marruecos.

Estudiantes de una guardería en la wilaya de Smara. El número de alumnos por aula ronda los cuarenta.
Estudiantes de una guardería en la wilaya de Smara. El número de alumnos por aula ronda los cuarenta. Asier Aldea
El responsable de Salud Escolar del Ministerio, Limama Jassan, explica que la grave situación sanitaria responde a la mala alimentación de la población, de la que no escapan los menores. Les faltan vitaminas y nutrientes, sobre todo tras haber caído la ayuda humanitaria, lo que ha reducido un 30% las raciones de comida desde noviembre pasado, como ya anunció la Media Luna Roja Saharaui.

Técnicos visitan todos los años las escuelas para evaluar el estado de salud de cada estudiante de entre 6 y 18 años. Y cada nuevo curso constatan que las enfermedades que los alumnos presentaban de pequeños se mantienen durante su paso por todo el sistema educativo. «La situación es difícil. Los niños tienen bajo peso, problemas de crecimiento, sufren anemia y desnutrición», lamenta Jassan.

El 54,9% los menores de cinco años padecen anemia por la mala alimentación, lo que dificulta su desarrollo físico y mental. La atención que reciben en España les permite «coger peso, crecer…»
La ONG Cirugía Solidaria acaba de realizar una misión de atención sanitaria, sobre todo quirúrgica, de una semana de duración en los campamentos. Durante este tiempo, Miguel Alcaraz, pediatra proveniente de Pediatría Solidaria, ha visitado los hospitales regionales de cada wilaya para pasar consulta y atender a unos 200 niños. «Hay un solo pediatra para las cinco wilayas. Y a zonas alejadas como Dajla solo puede acudir una o dos veces al mes. Hay enfermeras y matronas, pero carecen de esa atención más continuada», indica.

Alcaraz, que también ha percibido el problema de la malnutrición, pone en valor el Programa Integral Salud Infantil Saharaui (PISIS) que se realiza para la detección de esta dolencia cuando se vuelve severa. El PISIS da cobertura a la población menor de cinco años con visitas programadas para evaluar su estado físico y psicomotor, llevar a cabo un calendario vacunal, un cribado de anemia y de detección temprana de malformaciones y malnutrición, entre otras acciones.

Las actividades que programa el Ministerio de Juventud y Deporte, organismo responsable de Vacaciones en Paz, no cubren «ni el 10% de lo que ven y disfrutan en verano»
Vacaciones en Paz también juega un papel importante en el ámbito de la sanidad. Es un hecho que, como constata Jassan, la salud de los menores mejora tras acceder a una alimentación básica, como reflejan los informes médicos a los que se les somete a su vuelta de España. «En vacaciones cogen peso, crecen…», celebra.

Se necesitan pizarras
La precariedad también tiene reflejo en la educación, que es gratuita durante toda la etapa de formación de los pequeños en los campamentos. «A nivel nacional, el 92% de los niños terminan la educación básica, que es hasta los 14 años», explica Mustafa Salek, director regional de Educación y Enseñanza en Smara. Para no depender por entero de la ayuda humanitaria, ganar más espacio y aligerar el número de estudiantes por aula el Ministerio impulsa nuevas escuelas. «De media, las clases reúnen a entre 37 y 43 niños, lo que dificulta su desarrollo», detalla, En España, la legislación educativa establece que para garantizar el aprendizaje escolar las clases de Primaria no pueden superar los 25 alumnos, y los 30 las de la Secundaria. Lo que también lamenta Salek es el escaso material del que disponen los estudiantes: «En algunos países se está haciendo una revolución en la enseñanza con ordenadores y tabletas. Aquí el material que buscamos son pizarras», expone.

173.600
personas

habitan en los campamentos de refugiados, según el último censo oficial, que data de 2018.

La distancia entre la escuela y los hogares, a veces de más de dos kilómetros, obliga a las familias a pagar a diario un transporte para que sus hijos puedan llegar al colegio. La situación de los profesores también supone un contratiempo para la formación infantil. Casi todo el peso de la educación lo soportan docentes como Bachar, la mayoría de ellos mujeres voluntarias que, pese a tener carreras como Ingeniería Civil, en el caso de Bachar, saben que trabajan sin más recompensa que una ayuda económica simbólica y la satisfacción de educar a las nuevas generaciones. Pero sin un sueldo en condiciones y cuando las necesidades familiares apremian, estas profesionales se ven obligadas dejar la escuela para buscar otro trabajo. La mayoría de ellas son también madres que cuidan a sus familiares y llevan las riendas del hogar, por lo que las clases por la tarde están descartadas.Y si hablamos de estudiantes con aspiraciones de acudir a la Universidad a estos no les queda otra que viajar al norte de Argelia, a España u otros países.

Fuera del colegio, las opciones para los niños y niñas que soportan las precarias condiciones de los campamentos son limitadas. En estos recintos no hay mucho que hacer, más allá de pasear, charlar, y, en el caso de los chicos, jugar al fútbol. A pesar de sus esfuerzos, las actividades que programa el Ministerio de Juventud y Deporte, organismo responsable de Vacaciones en Paz, no cubren «ni siquiera el 10% de lo que ven y disfrutan durante los meses de verano» que pasan alejados de los campamentos, en palabras de Walia. Los parques y las playas quedan para julio y agosto. «Aquí no hay nada para ellos», se duele.

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